(se rezan martes y viernes)
Introducción:
"...Los Evangelios dan gran relieve
a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente
en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre
sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el
culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El
Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a
fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario
meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento
particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la
cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí,
Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y
frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no
se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo
cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría
esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios
siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas,
la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor
ignominia: Ecce homo!
En este oprobio no sólo se revela
el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien
quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y
su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la
muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el
creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz
junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios
al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora..."
(ROSARIUM
VIRGINIS MARIAE, 22)
"...En los misterios dolorosos
contemplamos en Cristo todos los dolores del hombre: en El, angustiado,
traicionado, abandonado, capturado aprisionado; en El, injustamente
procesado y sometido a la flagelación; en El, mal entendido y
escarnecido en su misión; en El, condenado con complicidad del poder
político; en El conducido públicamente al suplicio y expuesto a la
muerte más infamante; en El, Varón de dolores profetizado por Isaías,
queda resumido y santificado todo dolor humano.
Siervo del Padre, Primogénito
entre muchos hermanos, Cabeza de la humanidad, transforma el
padecimiento humano en oblación agradable a Dios, en sacrificio que
redime. El es el Cordero que quita el pecado del mundo, el Testigo fiel,
que capitula en sí y hace meritorio todo martirio.
En el camino doloroso y en
el Gólgota está la Madre, la primera Mártir. Y nosotros, con el corazón
de la Madre, a la cual desde la cruz entregó en testamento a cada uno
de los discípulos y a cada uno de los hombres, contemplamos conmovidos
los padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la obediencia hasta la
muerte, y muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a cada hombre
como hermano, para estar con Ella junto a las innumerables cruces en las
que el Señor de la gloria todavía está injustamente enclavado, no en
su Cuerpo glorioso, sino en los miembros dolientes de su Cuerpo místico".
(JUAN PABLO II: Angelus del 30 de octubre, 1983).
1º La Oración de Jesús en el
Huerto de los
Olivos.
Llegan a un lugar llamado Getsemaní. Y
les dice a sus discípulos: —Sentaos aquí, mientras hago oración.
Y se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a
entristecerse y a sentir angustia. Entonces les dice: —Mi alma está
triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo.
Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra mientras oraba
diciendo: -Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero
que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú.
Vuelve junto a sus discípulos y los encuentra dormidos; entonces le
dice a Pedro: —¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora
conmigo? Velad y orad para no caer en tentación; el espíritu está
pronto, pero la carne es débil.
De nuevo se apartó, por segunda vez, y oró diciendo: -Padre mío, si
no es posible que esto pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
Al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados de
sueño. Y, dejándolos, se apartó una vez más, y oró por tercera
vez repitiendo las mismas palabras. Finalmente, va junto a sus discípulos
y les dice: —Ya podéis dormir y descansar... Mirad, ha llegado la
hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los
pecadores. Levantaos, vamos; ya llega el que me va a entregar. Mt 26,
36-46
TEXTOS DE SAN JOSEMARÍA
Orad, para que no entréis
en la tentación. —Y se durmió Pedro. —Y los demás apóstoles.
—Y te dormiste tú, niño amigo..., y yo fui también otro Pedro
dormilón. Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su
sangre.De rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora
por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres.Pater,
si vis, transfer calicem istum a me. —Padre, si quieres, haz que
pase este cáliz de mí... Pero no se haga mi voluntad, sed tua fiat,
sino la tuya. (Luc., XXII, 42.)
Un Ángel del cielo le conforta. —Está Jesús en la agonía. —Continúa
prolixius, más intensamente orando... —Se acerca a nosotros,
que dormimos: levantaos, orad —nos repite—, para que no caigáis en
la tentación. (Luc., XXII, 46.)
Judas el traidor: un beso. —La espada de Pedro brilla en la noche. —Jesús
habla: ¿como a un ladrón venís a buscarme? (Mc.,24,48)
Somos cobardes: le seguimos de lejos, pero despiertos y orando. —Oración...
Oración... amo. San
Josemaría, Santo Rosario, 6.
Jesús ora en el huerto: "Pater
mi" (Mt 26,39), "Abba, Pater!" (Mc 14,36). Dios es mi
Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome.
Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del Padre... Y yo, que quiero
también cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del
Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por compañero de camino al
sufrimiento?
Constituirá una señal cierta de mi filiación, porque me trata como a
su Divino Hijo. Y, entonces, como El, podré gemir y llorar a solas en
mi Getsemaní, pero, postrado en tierra, reconociendo mi nada, subirá
hasta el Señor un grito salido de lo íntimo de mi alma: "Pater
mi, Abba, Pater,...fiat"! San
Josemaría ,Via Crucis, 1ª estación, punto
1.
Oración, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno
pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de
Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de
su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de
sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección.
Y en la presencia del Dios Trino y Uno, poniendo por Medianera a Santa
María y por abogado a San José Nuestro Padre y Señor —a quien tanto
amo y venero—, hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de
la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de
las pequeñas mezquindades.
El tema de mi oración es el tema de mi vida. Yo hago así. Y a la vista
de esta situación mía, surge natural el propósito, determinado y
firme, de cambiar, de mejorar, de ser más dócil al amor de Dios. Un
propósito sincero, concreto. Y no puede faltar la petición urgente,
pero confiada, de que el Espíritu Santo no nos abandone, porque Tú
eres, Señor, mi fortaleza (Ps 42, 2).
Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones muy diversas;
nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se
desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso
monótonos... Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un
valor divino; es algo que interesa a Dios, porque Cristo quiere
encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más
humildes. Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca;
no es una consideración para consuelo, que conforte a los que no
lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia.
A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar —una y mil veces—
en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo,
en el ejercicio de la profesión manual o intelectual: le interesa también
el escondido sacrificio que supone el no derramar, en los demás, la
hiel del propio mal humor.
Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de
ahí para decirle a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo
contemplativos en medio del mundo, en el ruido de la calle: en todas
partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con
Jesucristo. De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen
mantuvo siempre esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo
que sucedía a su alrededor: guardaba todas esas cosas en su corazón
ponderándolas (Lc 2, 51). Supliquemos hoy a Santa María que nos haga
contemplativos, que nos enseñe a comprender las llamadas continuas que
el Señor dirige a la puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre
nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de
nuestro Padre Dios; ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes de
cada día; remueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que
sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la gracia. San
Josemaría, Es Cristo que pasa, 174 .
2º La Flagelación de Jesús

“Jesús respondió:
-Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis
servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi
reino no es de aquí.
Pilato le dijo: ¿O sea que tú eres Rey?
Jesús contestó: -Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para
esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que
es de la verdad escucha mi voz.
Pilato le dijo: -¿Qué es la verdad? Y después de decir esto, se
dirigió otra vez a los judíos y les dijo: -Yo no encuentro en él
ninguna culpa. Vosotros tenéis la costumbre de que os suelte a uno por
la Pascua, ¿queréis que os suelte al Rey de los judíos?
Entonces volvieron a gritar: -¡A ése no, a Barrabás! –Barrabás era
un ladrón. Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran.”
Jn 18, 36-40 y 19, 1
TEXTOS DE SAN JOSEMARÍA
Habla Pilatos: Vosotros tenéis
costumbre de que os suelte a uno por Pascua. ¿A quién dejamos libre, a
Barrabás —ladrón, preso con otros por un homicidio— o a Jesús?
(Math., XXVII,17.) Haz morir a éste y suelta a Barrabás, clama el
pueblo incitado por sus príncipes. (Luc., XXIII, 18.)
Habla Pilatos de nuevo: Entonces ¿qué haré de Jesús que se llama el
Cristo? (Math., XXVII, 22.)
—¡Crucifige eum! —¡Crucifícale! (Marc., XV, 14.)
Pilatos, por tercera vez, les dice: Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no
hallo en él causa alguna de muerte. (Luc., XXIII, 22.)
Aumentaba el clamor de la muchedumbre: ¡crucifícale, crucifícale!
(Marc., XV, 14.)
Y Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena
que azoten a Jesús.
Atado a la columna. Lleno de llagas.
Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin
mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más saña.
Más aún... Es el colmo de la humana crueldad.
Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de Cristo se rinde
también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto.
Tú y yo no podemos hablar. —No hacen falta palabras. —Míralo, míralo...
despacio. Después... ¿serás capaz de tener miedo a la expiación? San
Josemaría, Santo Rosario, 7.
Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor. Y tú, discípulo
de Cristo; tú, hijo predilecto de Dios; tú, que has sido comprado a
precio de Cruz; tú también debes estar dispuesto a negarte a ti mismo.
Por lo tanto, sean cuales fueren las circunstancias concretas por las
que atravesemos, ni tú ni yo podemos llevar una conducta egoísta,
aburguesada, cómoda, disipada..., —perdóname mi sinceridad— ¡necia!
"Si ambicionas la estima de los hombres, y ansías ser considerado
o apreciado, y no buscas más que una vida placentera, te has desviado
del camino... En la ciudad de los santos, sólo se permite la entrada y
descansar y reinar con el Rey por los siglos eternos a los que pasan por
la vía áspera, angosta y estrecha de las tribulaciones" (Pseudo-Macario,
Homiliae, 12, 5.)
Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar con la cruz. Si no,
dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo desmentirán;
así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de
veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta realidad: no
marchamos cerca del Señor, cuando no sabemos privarnos espontáneamente
de tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el
interés... No debe pasar una jornada sin que la hayas condimentado con
la gracia y la sal de la mortificación. Y desecha esa idea de que estás,
entonces, reducido a ser un desgraciado. Pobre felicidad será la tuya,
si no aprendes a vencerte a ti mismo, si te dejas aplastar y dominar por
tus pasiones y veleidades, en vez de tomar tu cruz gallardamente.
San
Josemaría, Amigos de Dios, 129
¿Qué importa tropezar, si en el dolor de la caída hallamos la energía
que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento?
No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se
levanta, con humildad y con santa tozudez. Si en el libro de los
Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día, tú y yo —pobres
criaturas— no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias
miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia
adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido: venid
a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os
aliviaré (Mt 11, 28). Gracias, Señor, "quia tu es, Deus,
fortitudo mea", porque has sido siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío,
mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo.
Si de veras deseas progresar en la vida interior, sé humilde. Acude con
constancia, confiadamente, a la ayuda del Señor y de su Madre bendita,
que es también Madre tuya. Con serenidad, tranquilo, por mucho que
duela la herida aún no restañada de tu último resbalón, abraza de
nuevo la cruz y di: Señor, con tu auxilio, lucharé para no detenerme,
responderé fielmente a tus invitaciones, sin temor a las cuestas
empinadas, ni a la aparente monotonía del trabajo habitual, ni a los
cardos y guijos del camino. Me consta que me asiste tu misericordia, y
que al final hallaré la felicidad eterna, la alegría y el amor por los
siglos infinitos.
San
Josemaría, Amigos de Dios, 131
3º
La Coronación de Espinas
Entonces Pilato tomó a
Jesús y mandó que lo azotaran. Y los soldados le pusieron en la
cabeza una corona de espinas que habían trenzado y lo vistieron con
su manto de púrpura. Y se acercaban a él y le decían: -Salve, Rey
de los judíos. Y le daban bofetadas.
Jn 19, 1-3
TEXTOS DE SAN JOSEMARÍA
¡Satisfecha queda el ansia de sufrir
de nuestro Rey!
—Llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a
toda la cohorte. (Marc., XV, 16) —Los soldadotes brutales han
desnudado sus carnes purísimas. —Con un trapo de púrpura, viejo y
sucio, cubren a Jesús. —Una caña, por cetro, en su mano derecha...
La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave
Rex judæorum! —Dios te salve, Rey de los judíos. (Marc., XV,
18.) Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen.
Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es
mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre. Y
de nuevo los pontífices y sus ministros alzaron el grito diciendo: ¡crucifícale!,
¡crucifícale! (Joann., XIX, 5 y 6.)
—Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas, y a abofetear,
y a escupir?
Ya no más, Jesús, ya no más... Y un propósito firme y concreto pone
fin a estas diez Avemarías.! San
Josemaría, Santo Rosario, 8
Tanto se ha acercado el Señor a las
criaturas, que todos guardamos en el corazón hambres de altura, ansias
de subir muy alto, de hacer el bien. Si remuevo en ti ahora esas
aspiraciones, es porque quiero que te convenzas de la seguridad que El
ha puesto en tu alma: si le dejas obrar, servirás —donde estás—
como instrumento útil, con una eficacia insospechada. Para que no te
apartes por cobardía de esa confianza que Dios deposita en ti, evita la
presunción de menospreciar ingenuamente las dificultades que aparecerán
en tu camino de cristiano.
No hemos de extrañarnos. Arrastramos en nosotros mismos —consecuencia
de la naturaleza caída— un principio de oposición, de resistencia a
la gracia: son las heridas del pecado de origen, enconadas por nuestros
pecados personales. Por tanto, hemos de emprender esas ascensiones, esas
tareas divinas y humanas —las de cada día—, que siempre desembocan
en el Amor de Dios, con humildad, con corazón contrito, fiados en la
asistencia divina, y dedicando nuestros mejores esfuerzos como si todo
dependiera de uno mismo.
Mientras peleamos —una pelea que durará hasta la muerte—, no
excluyas la posibilidad de que se alcen, violentos, los enemigos de
fuera y de dentro. Y por si fuera poco ese lastre, en ocasiones se
agolparán en tu mente los errores cometidos, quizá abundantes. Te lo
digo en nombre de Dios: no desesperes. Cuando eso suceda —que no debe
forzosamente suceder; ni será lo habitual—, convierte esa ocasión en
un motivo de unirte más con el Señor; porque El, que te ha escogido
como hijo, no te abandonará. Permite la prueba, para que ames más y
descubras con más claridad su continua protección, su Amor.
Insisto, ten ánimos, porque Cristo, que nos perdonó en la Cruz, sigue
ofreciendo su perdón en el Sacramento de la Penitencia, y siempre
tenemos por abogado ante el Padre a Jesucristo, el Justo. El mismo es la
víctima de propiciación por nuestros pecados: y no tan sólo por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo, para que alcancemos la
Victoria.
¡Adelante, pase lo que pase! Bien cogido del brazo del Señor,
considera que Dios no pierde batallas. Si te alejas de El por cualquier
motivo, reacciona con la humildad de comenzar y recomenzar; de hacer de
hijo pródigo todas las jornadas, incluso repetidamente en las
veinticuatro horas del día; de ajustar tu corazón contrito en la
Confesión, verdadero milagro del Amor de Dios. En este Sacramento
maravilloso, el Señor limpia tu alma y te inunda de alegría y de
fuerza para no desmayar en tu pelea, y para retornar sin cansancio a
Dios, aun cuando todo te parezca oscuro. Además, la Madre de Dios, que
es también Madre nuestra, te protege con su solicitud maternal, y te
afianza en tus pisadas.
San
Josemaría, Amigos de Dios, 214
¿No has contrariado, alguna vez, en algo, tus gustos, tus caprichos?
—Mira que Quien te lo pide está enclavado en una Cruz —sufriendo en
todos sus sentidos y potencias—, y una corona de espinas cubre su
cabeza... por ti.
San
Josemaría, Surco, 989
Es la hora de que acudas a tu Madre bendita del Cielo, para que te acoja
en sus brazos y te consiga de su Hijo una mirada de misericordia. Y
procura enseguida sacar propósitos concretos: corta de una vez, aunque
duela, ese detalle que estorba, y que Dios y tú conocéis bien. La
soberbia, la sensualidad, la falta de sentido sobrenatural se aliarán
para susurrarte: ¿eso? ¡Pero si se trata de una circunstancia tonta,
insignificante! Tú responde, sin dialogar más con la tentación: ¡me
entregaré también en esa exigencia divina! Y no te faltará razón: el
amor se demuestra de modo especial en pequeñeces. Ordinariamente, los
sacrificios que nos pide el Señor, los más arduos, son minúsculos,
pero tan continuos y valiosos como el latir del corazón.
¿Cuántas madres has conocido tú como protagonistas de un acto heroico,
extraordinario? Pocas, muy pocas. Y, sin embargo, madres heroicas,
verdaderamente heroicas, que no aparecen como figuras de nada
espectacular, que nunca serán noticia —como se dice—, tú y yo
conocemos muchas: viven negándose a toda hora, recortando con alegría
sus propios gustos y aficiones, su tiempo, sus posibilidades de afirmación
o de éxito, para alfombrar de felicidad los días de sus hijos.
San
Josemaría, Amigos de Dios, 134
Contempla y vive la Pasión de Cristo, con El: pon —con frecuencia
cotidiana— tus espaldas, cuando le azotan; ofrece tu cabeza a la
corona de espinas.
—En mi tierra dicen: "amor con amor se paga".
San
Josemaría, Forja, 442
4º Jesús con la cruz a
cuestas camino al
Calvario
-¡Si sueltas
a ése (Jesús) no eres amigo del César! ¡Todo el que que se hace rey
va contra el César!
Pilato, al oír estas palabras, condujo fuera a Jesús y se sentó en el
tribunal, en el lugar llamado Litóstrotos, en hebreo Gabbatá. Era la
Parasceve de la Pascua, más o menos la hora sexta, y les dijo a los judíos:
-Aquí está vuestro Rey.
Pero ellos gritaron:
-¡Fuera, fuera, crucifícalo!
Pilato les dijo:
¿A vuestro Rey voy a crucificar?
-No tenemos más rey que el César –respondieron los príncipes de los
sacerdotes.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y se llevaron a Jesús.
Y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera,
en hebreo Gólgota.
Jn 19, 12-17
TEXTOS DE SAN JOSEMARÍA
Con su Cruz a cuestas marcha hacia
el Calvario, lugar que en hebreo se llama Gólgota. (Joann., XIX, 17.)
—Y echan mano de un tal Simón, natural de Cirene, que viene de una
granja, y le cargan la Cruz para que la lleve en pos de Jesús. (Luc.,
XXIII, 26.)
Se ha cumplido aquello de Isaías (LIII, 12): cum sceleratis
reputatus est, fue contado entre los malhechores: porque llevaron
para hacerlos morir con El a otros dos,que eran ladrones.(Luc.,XXIII,
32)
Si alguno quiere venir tras de mí... Niño amigo: estamos tristes,
viviendo la Pasión de Nuestro Señor Jesús. —Mira con qué amor se
abraza a la Cruz. —Aprende de El. —Jesús lleva Cruz por ti: tú, llévala
por Jesús.
Pero no lleves la Cruz arrastrando... Llévala a plomo, porque tu Cruz,
así llevada, no será una Cruz cualquiera: será... la Santa Cruz. No
te resignes con la Cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere
la Cruz. Cuando de verdad la quieras, tu Cruz será... una Cruz, sin
Cruz.
Y de seguro, como El, encontrarás a María en el camino. SanJosemaría
, Santo Rosario, 9.
¡Sacrificio, sacrificio! Es verdad
que seguir a Jesucristo -lo ha dicho El- es llevar la Cruz. Pero no me
gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de
renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso -aunque
cueste- y la cruz es la Santa Cruz.
-El alma que sabe amar y entregarse así, se colma de alegría y de paz.
Entonces, ¿por qué insistir en "sacrificio", como buscando
consuelo, si la Cruz de Cristo -que es tu vida- te hace feliz?
San
Josemaría, Surco, 249
Jesús está extenuado. Su paso se
hace más y más torpe, y la soldadesca tiene prisa por acabar; de modo
que, cuando salen de la ciudad por la puerta Judiciaria, requieren a un
hombre que venía de una granja, llamado Simón de Cirene, padre de
Alejandro y de Rufo, y le fuerzan a que lleve la cruz de Jesús (cfr. Mc
15, 21).
En el conjunto de la Pasión, es bien poca cosa lo que supone esta ayuda.
Pero a Jesús le basta una sonrisa, una palabra, un gesto, un poco de
amor para derramar copiosamente su gracia sobre el alma del amigo. Años
más tarde, los hijos de Simón, ya cristianos, serán conocidos y
estimados entre sus hermanos en la fe. Todo empezó por un encuentro
inopinado con la Cruz.
Me presenté a los que no preguntaban por mí, me hallaron los que no me
buscaban (Is 65, 1). A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que
pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez
por eso más oscura, el corazón mostrara repugnancia... no le des
consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile
despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón
en la Cruz!
San
Josemaría, Via Crucis, 5º estación
Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor. Y tú, discípulo
de Cristo; tú, hijo predilecto de Dios; tú, que has sido comprado a
precio de Cruz; tú también debes estar dispuesto a negarte a ti mismo.
Por lo tanto, sean cuales fueren las circunstancias concretas por las
que atravesemos, ni tú ni yo podemos llevar una conducta egoísta,
aburguesada, cómoda, disipada..., —perdóname mi sinceridad— ¡necia!
"Si ambicionas la estima de los hombres, y ansías ser considerado
o apreciado, y no buscas más que una vida placentera, te has desviado
del camino... En la ciudad de los santos, sólo se permite la entrada y
descansar y reinar con el Rey por los siglos eternos a los que pasan por
la vía áspera, angosta y estrecha de las tribulaciones" (Pseudo-Macario,
Homiliae 12, 5).
Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar con la cruz. Si no,
dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo desmentirán;
así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de
veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta realidad: no
marchamos cerca del Señor, cuando no sabemos privarnos espontáneamente
de tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el
interés... No debe pasar una jornada sin que la hayas condimentado con
la gracia y la sal de la mortificación. Y desecha esa idea de que estás,
entonces, reducido a ser un desgraciado. Pobre felicidad será la tuya,
si no aprendes a vencerte a ti mismo, si te dejas aplastar y dominar por
tus pasiones y veleidades, en vez de tomar tu cruz gallardamente.
San
Josemaría, Amigos de Dios, 129
Amar la Cruz es saberse fastidiar gustosamente por amor de Cristo,
aunque cueste y porque cuesta...: no te falta la experiencia de que
resulta compatible. San
Josemaría, Forja, 519
5º La Cruxifixión y muerte de Jesús 
Y, cargando con la
cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota.
Allí le crucificaron con otros dos, uno a cada lado de Jesús. Pilato
mandó escribir el título y lo hizo poner sobre la cruz. Estaba escrito:
«Jesús Nazareno, el Rey de los judíos». Muchos de los judíos
leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se
hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en latín y en
griego. Los príncipes de los sacerdotes de los judíos decían a Pilato:
-No escribas: «El Rey de los judíos», sino que él dijo: «Yo soy el
rey de los judíos».
-Lo que he escrito, escrito está -contestó Pilato.
Los soldados, después de crucificar a Jesús, recogieron sus ropas e
hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y además la túnica. La
túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo. Se
dijeron entonces entre sí:
-No la rompamos. Mejor, la echamos a suerte a ver a quién le toca -para
que se cumpliera la Escritura cuando dice: Se partieron mis ropas / y
echaron suertes sobre mi túnica. Y los soldados así lo hicieron.
Estaba junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María
de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo
a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre:
-Mujer, aquí tienes a tu hijo.
Después le dice al discípulo:
-Aquí tienes a tu madre.
Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para
que se cumpliera la Escritura, dijo:
-Tengo sed.
Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja
empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca.
Jesús, cuando probó el vinagre, dijo:
-Todo está consumado.
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Jn 19, 17-30
TEXTOS DE SAN JOSEMARÍA
Jesús Nazareno, Rey de los
judíos, tiene dispuesto el trono triunfador. Tú y yo no lo vemos
retorcerse, al ser enclavado: sufriendo cuanto se pueda sufrir, extiende
sus brazos con gesto de Sacerdote Eterno.
Los soldados toman las santas vestiduras y hacen cuatro partes.
—Por no dividir la túnica, la sortean para ver de quién será. —Y
así, una vez más, se cumple la Escritura que dice: Partieron entre sí
mis vestidos, y sobre ellos echaron suertes. (Joann., XIX, 23 y 24.)
Ya está en lo alto... —Y, junto a su Hijo, al pie de la Cruz, Santa
María... y María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y Juan, el
discípulo que El amaba. Ecce mater tua! —¡Ahí tienes a tu
madre!: nos da a su Madre por Madre nuestra.
Le ofrecen antes vino mezclado con hiel, y habiéndolo gustado, no lo
tomó. (Math., XXVII, 34.)
Ahora tiene sed... de amor, de almas.
Consummatum est. —Todo está consumado. (Joann., XIX, 30.)
Niño bobo, mira: todo esto..., todo lo ha sufrido por ti... y por mí.
—¿No lloras? San
Josemaría, Santo Rosario,10.
Jesús Nazareno, Rey de los
judíos, tiene dispuesto el trono triunfador. Tú y yo no lo vemos
retorcerse, al ser enclavado: sufriendo cuanto se pueda sufrir, extiende
sus brazos con gesto de Sacerdote Eterno. Los soldados toman las santas
vestiduras y hacen cuatro partes. —Por no dividir la túnica, la
sortean para ver de quién será. —Y así, una vez más, se cumple la
Escritura que dice: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre ellos
echaron suertes. (Jn 19, 23 y 24.)
Ya está en lo alto... —Y, junto a su Hijo, al pie de la Cruz, Santa
María... y María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y Juan, el
discípulo que El amaba. “Ecce mater tua! “ —¡Ahí tienes a tu
madre!: nos da a su Madre por Madre nuestra.
Le ofrecen antes vino mezclado con hiel, y habiéndolo gustado, no lo
tomó. (Mt 27, 34.) Ahora tiene sed... de amor, de almas. Consummatum
est. —Todo está consumado. (Jn 19, 30.) Niño bobo, mira: todo esto...,
todo lo ha sufrido por ti... y por mí. —¿No lloras? San
Josemaría, Santo Rosario, 5º
misterio de dolor
Ahora crucifican al Señor, y junto a El a dos ladrones, uno a la
derecha y otro a la izquierda. Entretanto Jesús dice:
—Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Es el Amor lo que ha llevado a Jesús al Calvario. Y ya en la Cruz,
todos sus gestos y todas sus palabras son de amor, de amor sereno y
fuerte.
Con ademán de Sacerdote Eterno, sin padre ni madre, sin genealogía (cfr.
Heb 7, 3), abre sus brazos a la humanidad entera.
Junto a los martillazos que enclavan a Jesús, resuenan las palabras
proféticas de la Escritura Santa: han taladrado mis manos y mis pies.
Puedo contar todos mis huesos, y ellos me miran y contemplan (Ps 21,
17-18).
—¡Pueblo mío! ¿Qué te hice o en qué te he contristado? ¡Respóndeme!
(Mich 6, 3).
Y nosotros, rota el alma de dolor, decimos sinceramente a Jesús: soy
tuyo, y me entrego a Ti, y me clavo en la Cruz gustosamente, siendo en
las encrucijadas del mundo un alma entregada a Ti, a tu gloria, a la
Redención, a la corredención de la humanidad entera.
San
Josemaría, Via Crucis, 11º
estación
Hemos de luchar sin desmayo por obrar el bien, precisamente porque
sabemos que es difícil que los hombres nos decidamos seriamente a
ejercitar la justicia, y es mucho lo que falta para que la convivencia
terrena esté inspirada por el amor, y no por el odio o la indiferencia.
No se nos oculta tampoco que, aunque consigamos llegar a una razonable
distribución de los bienes y a una armoniosa organización de la
sociedad, no desaparecerá el dolor de la enfermedad, el de la
incomprensión o el de la soledad, el de la muerte de las personas que
amamos, el de la experiencia de la propia limitación.
Ante esas pesadumbres, el cristiano sólo tiene una respuesta auténtica,
una respuesta que es definitiva: Cristo en la Cruz, Dios que sufre y que
muere, Dios que nos entrega su Corazón, que una lanza abrió por amor a
todos. Nuestro Señor abomina de las injusticias, y condena al que las
comete. Pero, como respeta la libertad de cada individuo, permite que
las haya. Dios Nuestro Señor no causa el dolor de las criaturas, pero
lo tolera porque —después del pecado original— forma parte de la
condición humana. Sin embargo, su Corazón lleno de Amor por los
hombres le hizo cargar sobre sí, con la Cruz, todas esas torturas:
nuestro sufrimiento, nuestra tristeza, nuestra angustia, nuestra hambre
y sed de justicia.
La enseñanza cristiana sobre el dolor no es un programa de consuelos fáciles.
Es, en primer término, una doctrina de aceptación de ese padecimiento,
que es de hecho inseparable de toda vida humana. No os puedo ocultar
—con alegría, porque siempre he predicado y he procurado vivir que,
donde está la Cruz, está Cristo, el Amor— que el dolor ha aparecido
frecuentemente en mi vida; y más de una vez he tenido ganas de llorar.
En otras ocasiones, he sentido que crecía mi disgusto ante la
injusticia y el mal. Y he paladeado la desazón de ver que no podía
hacer nada, que —a pesar de mis deseos y de mis esfuerzos— no
conseguía mejorar aquellas inicuas situaciones.
Cuando os hablo de dolor, no os hablo sólo de teorías. Ni me limito
tampoco a recoger una experiencia de otros, al confirmaros que, si
—ante la realidad del sufrimiento— sentís alguna vez que vacila
vuestra alma, el remedio es mirar a Cristo. La escena del Calvario
proclama a todos que las aflicciones han de ser santificadas, si vivimos
unidos a la Cruz.
Porque las tribulaciones nuestras, cristianamente vividas, se convierten
en reparación, en desagravio, en participación en el destino y en la
vida de Jesús, que voluntariamente experimentó por Amor a los hombres
toda la gama del dolor, todo tipo de tormentos. Nació, vivió y murió
pobre; fue atacado, insultado, difamado, calumniado y condenado
injustamente; conoció la traición y el abandono de los discípulos;
experimentó la soledad y las amarguras del castigo y de la muerte.
Ahora mismo Cristo sigue sufriendo en sus miembros, en la humanidad
entera que puebla la tierra, y de la que el es Cabeza, y Primogénito, y
Redentor.
El dolor entra en los planes de Dios. Esa es la realidad, aunque nos
cueste entenderla. También, como Hombre, le costó a Jesucristo
soportarla: Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga
mi voluntad, sino la tuya. En esta tensión de suplicio y de aceptación
de la voluntad del Padre, Jesús va a la muerte serenamente, perdonando
a los que le crucifican.
Precisamente, esa admisión sobrenatural del dolor supone, al mismo
tiempo, la mayor conquista. Jesús, muriendo en la Cruz, ha vencido la
muerte; Dios saca, de la muerte, vida. La actitud de un hijo de Dios no
es la de quien se resigna a su trágica desventura, es la satisfacción
de quien pregusta ya la victoria. En nombre de ese amor victorioso de
Cristo, los cristianos debemos lanzarnos por todos los caminos de la
tierra, para ser sembradores de paz y de alegría con nuestra palabra y
con nuestras obras. Hemos de luchar —lucha de paz— contra el mal,
contra la injusticia, contra el pecado, para proclamar así que la
actual condición humana no es la definitiva; que el amor de Dios,
manifestado en el Corazón de Cristo, alcanzará el glorioso triunfo
espiritual. San
Josemaría, Amigos de
Dios, 168
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