Contemplar con María el Rostro de  Dios

Misterios de Luz 

BUSCADOR DE TEMAS.

 


 

"...Los Misterios de luz complementan los tradicionales momentos de la infancia, de la pasión y de la gloria de Cristo, con otros igualmente importantes de su «vida pública» (Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariae», 19).

Es el tiempo en el que Jesús, con la potencia de la palabra y de las obras, revela plenamente el «rostro» del Padre celestial, inaugurando su Reino de amor, de justicia y de paz. El Bautismo en el Jordán, las bodas de Caná, el anuncio del Reino, la Transfiguración en el monte Tabor, y la Institución de la Eucaristía, son momentos de revelación, es decir, misterios «luminosos», que dejan brillar el esplendor de la naturaleza divina de Dios en Jesucristo..."
(Juan Pablo II  «Angelus»  Domingo 21 septiembre de 2003).

1 - El Bautismo de Cristo en el Jordán 

Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se le resistía diciendo: Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿cómo vienes tú a mí? Respondiendo Jesús le dijo: Déjame ahora, así es como debemos nosotros cumplir toda justicia. Entonces Juan se lo permitió. Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los Cielos y vio el Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido. Mt 3, 13-17.

"...Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera..." (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 21)

- Todos los hombres son hijos de Dios. Pero un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!

Un hijo de Dios trata al Señor como Padre. Su trato no es un obsequio servil, ni una reverencia formal, de mera cortesía, sino que está lleno de sinceridad y de confianza. Dios no se escandaliza de los hombres. Dios no se cansa de nuestras infidelidades. Nuestro Padre del Cielo perdona cualquier ofensa, cuando el hijo vuelve de nuevo a Él, cuando se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia (...). (
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 64)

- El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera (...).

No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra "ut omnes homines salvi fiant" (cfr. 1 Tm 2, 4), para salvar a todos los hombres. Con nuestras miserias y limitaciones personales, somos otros Cristos, el mismo Cristo, llamados también a servir a todos los hombres (...).

Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A los hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros. (
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 106)

2 - La auto-revelación de Cristo en las bodas de Caná

 Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús y sus discípulos. Y, como faltó el vino, la madre de Jesús le dijo:
-No tienen vino.
Jesús respondió:
-Mujer, ¿qué nos importa a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora.
Dijo su madre a los sirvientes:
-Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de unas dos o tres metretas. Jesús les dijo:
-Llenad de agua las tinajas.
Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo:
-Sacadlas ahora y llevadlas al maestrasala.
Así lo hicieron. Cuando el maestrasala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía -aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían- llamó al esposo y le dijo:
-Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has reservado el vino bueno hasta ahora. Jn 2, 1-10

"...Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente." ... "Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo..." (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 21).

"...La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz». (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 21)

San Juan conserva en su Evangelio una frase maravillosa de la Virgen, en una escena que ya antes considerábamos: la de las bodas de Caná. Nos narra el evangelista que, dirigiéndose a los sirvientes, María les dijo: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). De eso se trata; de llevar a las almas a que se sitúen frente a Jesús y le pregunten: "Domine, quid me vis facere?", Señor, ¿qué quieres que yo haga? (Hch 9, 6).

El apostolado cristiano —y me refiero ahora en concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer que vive siendo uno más entre sus iguales— es una gran catequesis, en la que, a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina.

Sed audaces. Contáis con la ayuda de María, "Regina Apostolorum". Y Nuestra Señora, sin dejar de comportarse como Madre, sabe colocar a sus hijos delante de sus precisas responsabilidades. María, a quienes se acercan a Ella y contemplan su vida, les hace siempre el inmenso favor de llevarlos a la Cruz, de ponerlos frente a frente al ejemplo del Hijo de Dios. Y en ese enfrentamiento, donde se decide la vida cristiana, María intercede para que nuestra conducta culmine con una reconciliación del hermano menor —tú y yo— con el Hijo primogénito del Padre.

Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva. Y así el "haced lo que El os dirá" se ha convertido en realidades de amoroso entregamiento, en vocación cristiana que ilumina desde entonces toda nuestra vida personal.  (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 149).

3º - Cristo anuncia el Reino de Dios

Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: -El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio. Y, mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo: -Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres. Y, al momento, dejaron las redes y le siguieron. Mc 1, 14-18.

"...Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2. 3-13; Lc 47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia..."  (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 21).

 
- Cuando Cristo inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa político, sino que dice: haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos (Mt 3, 2; 4, 17), encarga a sus discípulos que anuncien esa buena nueva (cfr. Lc 10, 9), y enseña que se pida en la oración el advenimiento del reino (cfr. Mt 6, 10). Esto es el reino de Dios y su justicia, una vida santa: lo que hemos de buscar primero (cfr. Mt 6, 33), lo único verdaderamente necesario (cfr. Lc 10, 42).
La salvación, que predica Nuestro Señor Jesucristo, es una invitación dirigida a todos: acontece lo que a cierto rey, que celebró las bodas de su hijo y envió a los criados a llamar a los convidados a las bodas (Mt 22, 2-3). Por eso, el Señor revela que el reino de los cielos está en medio de vosotros (Lc 17, 21). Nadie se encuentra excluido de la salvación, si se allana libremente a las exigencias amorosas de Cristo: nacer de nuevo (cfr. Jn 3, 5), hacerse como niños, en la sencillez de espíritu (cfr. Mc 10, 15; Mt 18, 3; 5, 3); alejar el corazón de todo lo que aparte de Dios. "En verdad os digo que difícilmente un rico entrará en el reino de los cielos" (Mt 19, 23). Jesús quiere hechos, no sólo palabras (cfr. Mt 7, 21). Y un esfuerzo denodado, porque sólo los que luchan serán merecedores de la herencia eterna (cfr. Mt 11, 12).
Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo (cfr. Mt 13, 44-46). El reino de los cielos es una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo (cfr. Mt 21, 43; 8, 12), pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Uno de los ladrones que fueron crucificados con Jesús le suplica: Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le respondió: en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 42-43).
El reino de Cristo no es un modo de decir, ni una imagen retórica. Cristo vive, también como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la Encarnación, que resucitó después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona del Verbo juntamente con su alma humana. Cristo, Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por Él se mantiene en vida todo lo que vive.
(San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 180)

- El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que la hacen son los que lo arrebatan (Mt 11, 12). Esa fuerza no se manifiesta en violencia contra los demás: es fortaleza para combatir las propias debilidades y miserias, valentía para no enmascarar las infidelidades personales, audacia para confesar la fe también cuando el ambiente es contrario.
(San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 82)

- En medio de las ocupaciones de la jornada, en el momento de vencer la tendencia al egoísmo, al sentir la alegría de la amistad con los otros hombres, en todos esos instantes el cristiano debe reencontrar a Dios. Por Cristo y en el Espíritu Santo, el cristiano tiene acceso a la intimidad de Dios Padre, y recorre su camino buscando ese reino, que no es de este mundo, pero que en este mundo se incoa y prepara.
(San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 116)

- Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de Él los poderes sagrados. "Vos autem estis corpus Christi" (1 Cor 12, 27), vosotros también sois cuerpo de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin.
(San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 121)

- Desde nuestra primera decisión consciente de vivir con integridad la doctrina de Cristo, es seguro que hemos avanzado mucho por el camino de la fidelidad a su Palabra. Sin embargo, ¿no es verdad que quedan aún tantas cosas por hacer?, ¿no es verdad que queda, sobre todo, tanta soberbia? Hace falta, sin duda, una nueva mudanza, una lealtad más plena, una humildad más profunda, de modo que, disminuyendo nuestro egoísmo, crezca Cristo en nosotros, ya que "illum oportet crescere, me autem minui" (Jn 3, 30), hace falta que Él crezca y que yo disminuya.
No es posible quedarse inmóviles. Es necesario ir adelante hacia la meta que San Pablo señalaba: no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí (Gal 3, 20). La ambición es alta y nobilísima: la identificación con Cristo, la santidad. Pero no hay otro camino, si se desea ser coherente con la vida divina que, por el Bautismo, Dios ha hecho nacer en nuestras almas. El avance es progreso en santidad; el retroceso es negarse al desarrollo normal de la vida cristiana. Porque el fuego del amor de Dios necesita ser alimentado, crecer cada día, arraigándose en el alma; y el fuego se mantiene vivo quemando cosas nuevas (...).
¿Avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión? Cada uno, sin ruido de palabras, que conteste a esas preguntas, y verá cómo es necesaria una nueva transformación, para que Cristo viva en nosotros, para que su imagen se refleje limpiamente en nuestra conducta.
(San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 58)

4º -  La Transfiguración

Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los condujo a un monte alto, a ellos solos. Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús:
-Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo:
-Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle.
Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. Entonces se acercó Jesús y los tocó y les dijo:
-Levantaos y no tengáis miedo.
Al alzar sus ojos no vieron a nadie. Sólo a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos. Mt 17, 1-9

"…Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo..."  (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 21)

- Nunca compartiré la opinión —aunque la respeto— de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles.
Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura.
Nuestra condición de hijos de Dios nos llevará —insisto— a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas —luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional—, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios.
(San Josemaría Escrivá, Forja, 738 y 740)

- Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil sería abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡Todo por darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio.

- Si te decides —sin rarezas, sin abandonar el mundo, en medio de tus ocupaciones habituales— a entrar por estos caminos de contemplación, enseguida te sentirás amigo del Maestro, con el divino encargo de abrir los senderos divinos de la tierra a la humanidad entera. Sí, con esa labor tuya contribuirás a que se extienda el reinado de Cristo en todos los continentes. Y se sucederán, una tras otra, las horas de trabajo ofrecidas por las lejanas naciones que nacen a la fe, por los pueblos de oriente impedidos bárbaramente de profesar con libertad sus creencias, por los países de antigua tradición cristiana donde parece que se ha oscurecido la luz del Evangelio y las almas se debaten en las sombras de la ignorancia... Entonces, ¡qué valor adquiere esa hora de trabajo!, ese continuar con el mismo empeño un rato más, unos minutos más, hasta rematar la tarea. Conviertes, de un modo práctico y sencillo, la contemplación en apostolado, como una necesidad imperiosa del corazón, que late al unísono con el dulcísimo y misericordioso Corazón de Jesús, Señor Nuestro.
(San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 67)

5º -  La Institución de la Eucaristía

Cuando llegó la hora, se puso a la mesa y los apóstoles con él. Y les dijo:
-Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que no volveré a comer hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios.
Y tomando el cáliz, dio gracias y dijo:
-Tomadlo y distribuidlo entre vosotros; pues os digo que a partir de ahora no beberé del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.
Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
-Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Y del mismo modo el cáliz, después de haber cenado, diciendo:
-Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Lc 22, 14-20.

"...Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio..." (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 21)

- Comencemos por pedir desde ahora al Espíritu Santo que nos prepare, para entender cada expresión y cada gesto de Jesucristo: porque queremos vivir vida sobrenatural, porque el Señor nos ha manifestado su voluntad de dársenos como alimento del alma, y porque reconocemos que sólo El tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6, 69).
La fe nos hace confesar con Simón Pedro: "nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" (Jn 6, 70). Y es esa fe, fundida con nuestra devoción, la que en esos momentos trascendentales nos lleva a imitar la audacia de Juan: acercarnos a Jesús y recostar la cabeza en el pecho del Maestro (cfr. Jn 13, 25), que amaba ardientemente a los suyos y —acabamos de escucharlo— los iba a amar hasta el fin.
Considerad la experiencia, tan humana, de la despedida de dos personas que se quieren. Desearían estar siempre juntas, pero el deber —el que sea— les obliga a alejarse. Su afán sería continuar sin separarse, y no pueden. El amor del hombre, que por grande que sea es limitado, recurre a un símbolo: los que se despiden se cambian un recuerdo, quizá una fotografía, con una dedicatoria tan encendida, que sorprende que no arda la cartulina. No logran hacer más porque el poder de las criaturas no llega tan lejos como su querer.
Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor. Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, no deja un símbolo, sino la realidad: se queda El mismo. Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria, una imagen que tienda a desdibujarse con el tiempo, como la fotografía que pronto aparece desvaída, amarillenta y sin sentido para los que no fueron protagonistas de aquel amoroso momento. Bajo las especies del pan y del vino está El, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
San Josemaría Escrivá, (Es Cristo que pasa, n. 83)

- Ante todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como El trabajaba y amar como El amaba? Aprendemos entonces a agradecer al Señor esa otra delicadeza suya: que no haya querido limitar su presencia al momento del Sacrificio del Altar, sino que haya decidido permanecer en la Hostia Santa que se reserva en el Tabernáculo, en el Sagrario.
Os diré que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia; es un nuevo Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto al Señor Sacramentado. (
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 153-154).

COMO REZAR EL ROSARIO

 
EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTÍSIMO ROSARIO
 PARA CONVERTIRSE Y SALVARSE
 
San Luis María Grignion de Montfort
 
 
[136] ¡Apártate de los malvados, pueblo de Dios, asamblea de predestinados! Para escapar de ellos y salvarte, en medio de cuantos se condenan por su impiedad, ociosidad y falta de devoción, decídete sin pérdida de tiempo a rezar con frecuencia el Santo Rosario con fe, humildad, confianza y perseverancia.
 
En primer lugar si piensas con seriedad en el mandato que nos dio Jesucristo de orar siempre, y reflexionas en su ejemplo, en la urgente necesidad que tenemos de la oración, a causa de nuestras tinieblas, ignorancia y debilidad, y de la multitud de enemigos que nos persiguen, no te contentarás con rezar el Rosario una vez al año, como lo exige la Cofradía del Rosario Perpetuo, ni una vez a la semana, como lo prescribe la del Rosario Ordinario, sino que lo recitarás puntualmente todos los días, como lo pide la del Rosario Cotidiano, aunque no tengas otra obligación que la de salvarte, Jesús le propuso un ejemplo sobre «la necesidad de orar siempre, sin desanimarse».
 
[137] Éstas son palabras eternas de Jesucristo, que es preciso creer y practicar, si no quieres condenarte. Explícalas como quieras. Pero no a la moda, para que las vivas a la moda. Jesucristo nos dio la verdadera explicación con su ejemplo: «Les he dado ejemplo, para que Uds. hagan lo mismo que yo...» «Pasó la noche en oración con Dios». Como si no le bastara el día, dedicaba también la noche a la oración.
 
Repetía con frecuencia a sus Apóstoles estas palabras: «Estén despiertos y orando». El hombre es débil. La tentación, próxima y continua. Y si no oras siempre, caerás en ella. Los Apóstoles creyeron que el Señor sólo les daba un consejo, interpretaron erróneamente sus palabras, y cayeron en la tentación y en el pecado a pesar de tener a Jesús en su compañía.
 
[139] Es necesario que ores siempre, como lo enseñó Jesucristo, si, como cristiano auténtico, quieres de verdad salvarte y caminar tras las huellas de los santos, evitando caer en todo pecado mortal, rompiendo todas las cadenas y apagando todos los dardos encendidos de Satanás.
 
Debes, al menos, rezar diariamente el Rosario u otras oraciones equivalentes. Digo “al menos”, porque con el Rosario cotidiano alcanzarás cuanto es necesario para evitar el pecado mortal, vencer todas las tentaciones, en medio de los torrentes de iniquidad del mundo que arrastran con frecuencia a quienes se creen más seguros, en medio de los espíritus malignos más habilidosos que nunca y que sabiendo que les queda poco tiempo para tentar, lo hacen con mayor astucia y éxito.
 
¡Qué maravillosa es la gracia del Santo Rosario! ¡Poder escapar del mundo, del demonio y de la carne, y salvarte para el Cielo!
 

SÚPLICA A LA VIRGEN DE POMPEYA (*)

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

PIDAMOS A MARIA SU SANTA BENDICIÓN

Otra gracia más os pedimos, ¡oh poderosa Reina!, que no podéis negarnos en este día de tanta solemnidad. Concedednos a todos, además de un amor constante hacia Vos, vuestra maternal bendición. No, no nos retiraremos de vuestras plantas hasta que nos hayáis bendecido. Bendecid, ¡oh María!, en este instante al Sumo Pontífice. A los antiguos laureles e Innumerables triunfos alcanzados con vuestro Rosario, y que os han merecido el título de Reina de las Victorias, agregad este otro: el triunfo de la Religión y la paz de la trabajada humanidad. Bendecid también a nuestro Prelado, a los Sacerdotes y a todos los que celan el honor de vuestro Santuario. Bendecid a los asociados al Rosario Perpetuo y a todos los que practican y promueven la devoción de vuestro Santo Rosario.

(*) Súplica redactada por el Beato Bartolo Longo .

El Camino de María

SUSCRÍBASE A NUESTRA NEWSLETTER SEMANAL

EL CAMINO DE MARÍA

Meditaciones Marianas extraídas del Magisterio de la Iglesia en general y del Santo Padre Juan Pablo II en particular.

http://www.MariaMediadora.com/formulario.htm

Los temas que se desarrollan en "El Camino de María", son los siguientes:

 
2 - Catequesis Semanales del Papa Juan Pablo II

La presencia de María en la historia de la Iglesia

La fe de la Iglesia en María.
El papel de María en la Iglesia
© 2003 MariaMediadora™ - All Rights Reserved