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Primer Misterio: La
Anunciación del Ángel a María.
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LA
ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS
Para
dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la
meditación, es útil que al enunciado del misterio
siga la proclamación del pasaje bíblico
correspondiente, que puede ser más o menos
largo según las circunstancias. En efecto, otras
palabras nunca tienen la eficacia de la palabra
inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza
de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para
mí».
Acogida de este modo, la Palabra entra en la
metodología de la repetición del Rosario sin el
aburrimiento que produciría la simple reiteración
de una información ya conocida. No, no se trata de
recordar una información, sino de dejar 'hablar' a
Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta
palabra se puede ilustrar con algún breve
comentario. (Rosarium
Virginis Mariae, 30)
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Lectura
del Evangelio.
Dijo
María al Ángel:
Cómo
podrá ser esto, pues yo no conozco varón?".
El
ángel le contestó y dijo:
"El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del
Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el Hijo
engendrado será llamado Hijo de Dios".
Lc
1, 34-35.
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EL
SILENCIO
La
escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es
conveniente que, después de enunciar el misterio y
proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de
iniciar la oración vocal, para fijar la atención
sobre el misterio meditado. El redescubrimiento
del valor del silencio es uno de los secretos para la
práctica de la contemplación y la meditación. Uno
de los límites de una sociedad tan condicionada por
la tecnología y los medios de comunicación social es
que el silencio se hace cada vez más difícil. Así
como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de
silencio, en el rezo del Rosario es también
oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la
Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el
contenido de un determinado misterio. (Rosarium
Virginis Mariae, 31)
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Meditación: |
"...El
primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se
caracteriza efectivamente por el gozo que produce el
acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde
la Anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen
de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica:
«Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la
historia de la salvación, es más, en cierto modo, la
historia misma del mundo. En efecto, si el designio del
Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef
1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María
para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo.
A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de
Dios. (Juan
Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 20)
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1
Padre Nuestro, 10 Avemarías, 1 Gloria.
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