Santa Madre del Señor,
nuestros antepasados,
en un tiempo de tribulación,
erigieron tu Imagen aquí,
en el centro de la ciudad de Munich,
para encomendarte la ciudad y el país.

Querían encontrarse continuamente Contigo
en su vida diaria,
y aprender de Ti
cómo vivir correctamente su existencia humana;
aprender de Ti cómo encontrar a Dios
y así hallar el acuerdo entre ellos.

Te regalaron la corona y el cetro,
que entonces eran los símbolos
del dominio sobre el país,
porque sabían que así el poder y el dominio
estarían en las mejores manos,
en las manos de la Madre.

Tu Hijo,
poco antes de llegar la hora de la despedida
dijo a sus discípulos: 
"El que quiera llegar a ser grande entre vosotros
será vuestro servidor,
y el que quiera ser el primero entre vosotros
será esclavo de todos
" (Mc 10, 43).

Tú, en la hora decisiva de tu vida,
dijiste:  "He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 38)
y viviste toda tu existencia como servicio.
Y lo sigues haciendo
a lo largo de los siglos de la historia.

Como en cierta ocasión, en Caná,
intercediste silenciosamente y con discreción
en favor de los esposos,
así lo haces siempre: 
cargas con todas las preocupaciones de los hombres
y las llevas ante el Señor,
ante tu Hijo.

Tu poder es la bondad.
Tu poder es el servicio.
Enséñanos a nosotros,
grandes y pequeños,
dominadores y servidores,
a vivir así nuestra responsabilidad.

Ayúdanos a encontrar la fuerza
para la reconciliación y el perdón.
Ayúdanos a ser pacientes y humildes,
pero también libres y valientes,
como lo fuiste Tú en la Hora de la Cruz.

Tú llevas en tus brazos a Jesús,
el Niño que bendice,
el Niño que es el Señor del mundo.
De este modo,
llevando a Aquel que bendice,
te has convertido Tú misma en una bendición.

Bendícenos;
bendice a esta ciudad y a este país y al mundo.
Muéstranos a Jesús,
el fruto bendito de tu vientre.

Ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

BENEDICTO XVI

ORACIÓN AL RENOVAR EL ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN MARÍA. Marienplatz, Munich . 9 de septiembre de 2006

 

Querido/a suscriptor/a de EL CAMINO DE MARÍA

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En el sexto capítulo de este e-Curso meditaremos sobre la la virtud de la humildad de María. San Alfonso María de Ligorio expresa:

La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma. Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad. Por el contrario, decía san Francisco de Sales, como refiere santa Juana de Chantal, Dios es tan amigo de la humildad que acude enseguida allí donde la ve. En el mundo era desconocida tan hermosa y necesaria virtud, pero vino el mismo Hijo de Dios a la tierra para enseñarla con su ejemplo y quiso que especialmente le imitáramos en esa virtud: "Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). María, siendo la primera y más perfecta discípula de Jesucristo en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de la humildad, gracias a la cual mereció ser exaltada sobre todas las criaturas...

El primer acto de humildad de un corazón es tener bajo concepto de sí respecto de Dios. María se veía tan pequeña, como se lo manifestó a la misma santa Matilde, que si bien conocía que estaba enriquecida de gracias más que los demás, no se ensalzaba sobre ninguno. No es que la Virgen se considerase pecadora, porque la humildad es andar con verdad, como dice santa Teresa, y María sabía que jamás había ofendido a Dios. Tampoco dejaba de reconocer que había recibido de Dios mayores gracias que todas las demás criaturas porque un corazón humilde reconoce, agradecido, los favores especiales del Señor para humillarse más; pero la Madre de Dios, con la infinita grandeza y bondad de su Dios, percibía mejor su pequeñez...  Sí, porque comenta san Bernardino: La Virgen tenía siempre ante sus ojos la divina majestad y su nada... Así, María, cuanto más se veía enriquecida más se humillaba recordando que todo era don de Dios. Dice san Bernardino que no hubo criatura en el mundo más exaltada que María porque no hubo criatura que más se humillase que María. Como ninguna cristiana, después del Hijo de Dios, fue elevada tanto en gracias y santidad, así ninguna descendió tanto al abismo de su humildad.

El humilde desvía las alabanzas que se le hacen y las refiere todas a Dios. María se turba al oír las alabanzas de san Gabriel. Y cuando Isabel le dice: "Bendita Tú entre las mujeres... ¿Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Feliz la que ha creído que se cumplirían todas las cosas que le fueron dichas de parte de Dios" (Lc 1,42-45). María, atribuyéndolo todo a Dios, le responde con el humilde cántico: "Mi alma engrandece al Señor". Como si dijera: Isabel, tú me alabas porque he creído, y yo alabo a mi Dios porque ha querido exaltarme del fondo de mi nada, "porque miró la humildad de su esclava". Dijo María a santa Brígida: ¿Por qué me humillé tanto y merecí tanta gracia sino porque supe que no era nada y nada tenía como propio? Por eso no quise mi alabanza sino la de mi Creador...

Es propio de los humildes el servicio. María se fue a servir a Isabel durante tres meses; a lo que comenta san Bernardo: Se admiró Isabel de que llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para ser servida, sino para servirla.

Reflexiona san Bernardo, cuando el Hijo estaba predicando en aquella casa, como refiere san Mateo en el capítulo 12, y Ella quería hablarle, no quiso entrar sin más. Se quedó fuera, comenta san Bernardo, y no interrumpió el sermón con su autoridad de madre ni entró en la casa donde hablaba el Hijo. Por eso también, estando Ella con los discípulos en el Cenáculo se puso en el último lugar, que después de los demás la nombra san Lucas cuando escribe: "Perseveraban todos unánimes en la oración, con las mujeres y la Madre de Jesús" (Hch 1,14). No es que san Lucas desconociera los méritos de la Madre de Dios conforme a los cuales debiera haberla nombrado en primer lugar, sino porque ella se había puesto después de los apóstoles y las demás mujeres, y así los nombra san Lucas conforme estaban colocados en aquel lugar. Por lo que escribe san Bernardo: Con razón la última llega a ocupar el primer lugar, porque siendo María la primera de todas, se había colocado la última.

Los humildes, en fin, no se ofenden al ser menospreciados. Por eso no se lee que María estuviera al lado de su Hijo en Jerusalén cuando entró con tantos honores y entre palmas y vítores; pero, por el contrario, cuando su Hijo moría, estuvo presente en el Calvario a la vista de todos, sin importarle la deshonra de darse a conocer como la madre del condenado que moría como criminal con muerte infamante. Le dijo a santa Brígida: ¿Qué cosa más humillante que ser llamada loca, hallarse falta de todo y verse tratada como lo más despreciable? Esta fue mi humildad, éste mi gozo, éste todo mi deseo, porque no pensaba más que en agradar a mi Hijo.

El Señor hizo ver a santa Brígida dos señoras. La una era todo fausto y vanidad: Esta, le dijo, es la soberbia; y ésta otra que ves con la cabeza inclinada, obsequiosa con todos y sólo pensando en Dios y estimándose en nada, ésta es la humildad, y se llama María. Con esto quiso Dios manifestar que su santa Madre es tan humilde que es la misma humildad.

No hay duda, como dice san Gregorio Niseno, de que para nuestra naturaleza caída no hay virtud que tal vez le resulte más difícil de practicar que la de la humildad. Pero la única manera de ser verdaderos hijos de María es siendo humildes. Dice san Bernardo: Si no puedes imitar la virginidad de la humilde, imita la humildad de la Virgen. Ella siente aversión a los soberbios y llama hacia Sí a los humildes. "El que sea pequeño que venga a Mí" (Pr 9,4)... La Virgen le dijo a santa Brígida: Hija mía, ven y escóndete bajo mi manto; este manto es mi humildad. Y le explicó que la consideración de su humildad es como un manto que da calor; y como el manto no da calor si no se lleva puesto, así se ha de llevar este manto, no sólo con el pensamiento, sino con las obras. De manera que mi humildad no aprovecha sino al que trata de imitarla. Por eso, hija mía, vístete con esta humildad. Cuán queridas son para María las almas humildes. Escribe san Bernardo: La Virgen conoce y ama a los que la aman, y está cerca de los que la invocan; sobre todo a los que ve semejantes a Ella en la humildad. Por lo cual el santo exhorta a los que aman a María a que sean humildes: Esforzaos por practicar esta virtud si amáis a María...

Reina mía, no podré ser tu verdadero hijo si no soy humilde. ¿No ves que mis pecados, al hacerme ingrato a mi Señor me han hecho a la vez soberbio? Remédialo Tú, Madre mía. Por los méritos de tu humildad alcánzame la gracia de ser humilde para que así pueda ser hijo tuyo verdadero.

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El Beato Juan Pablo II ha escrito en la Carta Encíclica Redemptoris Mater, 35:

 

LA HUMILDAD DE MARÍA EN EL MAGNIFICAT

La Iglesia, pues, en la presente fase de su camino, trata de buscar la unión de quienes profesan su fe en Cristo para manifestar la obediencia a su Señor que, antes de la pasión, ha rezado por esta unidad. La Iglesia «va peregrinando ..., anunciando la Cruz del Señor hasta que venga». «Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la Cruz llegue a aquella Luz que no conoce ocaso».

La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la Luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las Vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria.

«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí;
su Nombre es santo
y su Misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos,
enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre»
(Lc 1, 46-55)
.

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Que María, «Reina de Misericordia», nos ayude a meditar en nuestro corazón y a comprender con nuestra inteligencia, los distintos textos que forman parte de este e-Curso.  

ORACIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Bendigo, Virgen María, tu Corazón generoso
que es la delicia y el descanso de Dios.
Corazón lleno de humildad,
de pureza y de Amor de Dios.
Yo, infeliz pecador, me llego a Ti
con el corazón enfangado y llagado.
Madre piadosa, no me desprecies por esto,
sino muévete a mayor compasión para ayudarme.
No busques en mí, para auxiliarme,
ni virtud ni méritos.
Estoy perdido y sólo merezco el infierno.
Mira solamente la confianza que pongo en Ti
y la voluntad resuelta de enmendarme.
Mira lo que Jesús ha hecho y padecido por mí.
Te presento las penas de su vida,
el frío de Belén y el viaje a Egipto;
la pobreza, la Sangre derramada,
los sudores y tristezas,
la muerte que ante Ti soportó por amor mío;
por amor de Jesús empéñate en salvarme.
No puedo ni quiero temer, María,
que vayas a dejarme;
por eso a Ti recurro en busca de socorro.
Si temiera, haría injuria a tu Misericordia
que busca ayudar a los necesitados.
No niegues tu Misericordia, Señora,
a quien Jesús no ha negado su Sangre.
Mas esos méritos no se me aplicarían
si Tú no intercedes por mí ante Dios.
De Ti espero mi eterna salvación.
No te pido ni honores ni riquezas;
te pido gracia de Dios y amor a tu Hijo;
cumplir su santa Voluntad,
y el paraíso para amarlo eternamente.
Se que ya me ayudas como espero;
rezas por mí, me otorgas lo que pido
y me aceptas bajo tu protección.
No me dejes, Madre mía;
sigue rezando por mí hasta que me veas
salvo a tus plantas en el Cielo,
bendiciéndote y dándote gracias siempre. Amén.

Marisa y Eduardo


CARTA APOSTÓLICA
SPIRITUS DOMINI
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL II CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
 

(...) Sus obras espirituales son conocidas de todos. Recordamos las más importantes en orden cronológico: Las glorias de María, la Preparación para la muerte, El gran medio de la oración, la Verdadera esposa de Jesucristo, las Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima, el Modo de conversar continua y familiarmente con Dios y, sobre todo, la Práctica del amor a Jesucristo, su libro ascético principal y resumen de todo su pensamiento.

Si además se nos pregunta cual es la característica de su espiritualidad, ésta se puede sintetizar así: es una espiritualidad popular. En resumen: Todos están llamados a la santidad, cada uno en su propio estado. La santidad y la perfección consisten esencialmente en el amor de Dios, que encuentra su culmen y su perfección en la uniformidad con la Voluntad de Dios. No de un Dios abstracto, sino de un Dios Padre de los hombres: el Dios de la "salvación", que se manifiesta en Jesucristo. La dimensión cristológica es una nota esencial de la espiritualidad alfonsiana, siendo la Encarnación, la Pasión y la Eucaristía los signos máximos del amor divino. Muy atinadamente, pues, la segunda lectura de la liturgia de las Horas está tomada del capítulo primero de su obra: Práctica del amor a Jesucristo.

Alfonso atribuye una importancia capital a la vida sacramental, especialmente a la Eucaristía y al culto eucarístico, del que las visitas constituyen la expresión más típica. Un punto enteramente particular en la economía de la salvación es la devoción a la Virgen, Mediadora de las gracias y Corredentora, y por ello Madre, Abogada y Reina. En realidad Alfonso fue siempre todo de María, desde el comienzo de su vida hasta su muerte.

La fama de Alfonso, muy notable en vida, creció de modo extraordinario después de su muerte, permaneciendo inalterada en estos dos siglos. He aquí el motivo por el que, después de su canonización, decretada por mi predecesor el Papa Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839, comenzaron a llegar a la Santa Sede cartas pidiendo que le fuese conferido al Santo el título de Doctor de la Iglesia. Dicho título se lo confirió el Papa Pío IX el 23 de marzo de 1871. Y el mismo Papa, el 7 de julio de 1871, en la Carta Apostólica Qui Ecclesiae suae, comentando el título de Doctor de la Iglesia dado al Santo, escribía: Realmente se puede afirmar con toda verdad que no ha habido ningún error, aun en nuestro tiempo, que Alfonso, al menos en gran parte no haya refutado [5].

El Papa Pío XII de feliz memoria, que el 26 de abril de 1950 confirió a San Alfonso el nuevo título de "celeste Patrono de todos los confesores y moralistas" [6], en fecha 7 de abril de 1953 llegó a afirmar: "El Santo del celo misionero, de la caridad pastoral, de la encendida piedad eucarística, de la tierna devoción a la Virgen, en sus escritos ha difundido tesoros de vida espiritual, y las luces de su mente y los impulsos de su corazón, nutridos unos y otros en la celeste sabiduría, son para las almas substancia de vida y de piedad, asimilable por todos, y para todos suave invitación al recogimiento del espíritu, fácil impulso a la elevación del corazón a Dios"

Merece también ser recordada la siguiente exclamación del Papa Juan XXIII de feliz memoria: "¡Oh San Alfonso, San Alfonso! ¡Qué gran gloria y qué objeto de estudio para el clero italiano! Desde los primeros años de nuestra formación eclesiástica nos son familiares su vida y sus obras" . Del testimonio de la historia de la Iglesia y de la piedad popular resulta que el mensaje de San Alfonso es todavía actual. Y la Iglesia te lo vuelve a proponer hoy a ti, a tus dilectos hijos que son los miembros de su congregación y a todos los cristianos.

San Alfonso fue el gran amigo del pueblo, del pueblo de los barrios pobres de la capital del reino de Nápoles, el pueblo de los humildes, de los artesanos y, sobre todo, la gente del campo. Este sentido del pueblo caracteriza toda la vida del Santo, como misionero, como fundador, como obispo, como escritor. En función del pueblo repensará la predicación, la catequesis, la enseñanza de la moral y de la misma vida espiritual.

Como misionero anduvo a la búsqueda de las "almas más abandonadas del campo y de las aldeas rurales", dirigiéndose al pueblo con los medios pastorales más idóneos y eficaces. Renovó la predicación en el método y en el contenido, ligándola a un arte de oratorio sencilla y directa. Hablaba de esta forma, para que todos pudieran comprender.

Como fundador quiso un grupo que, como él, hiciese la opción radical por los más abandonados y se instalase permanentemente cercano a ellos. Como obispo, su casa estaba abierta a todos, pero los visitantes más deseados eran los humildes y sencillos. Para su pueblo promovió iniciativas sociales y económicas.

Como escritor miraba siempre y sólo a lo que resultaba útil para la gente. Sus obras, no excluida la de la moral, aparecían como solicitadas por el pueblo. Escribía (en 1972) el entonces patriarca de Venecia, cardenal Albino Luciani: "Alfonso es teólogo en función de problemas prácticos que resolver enseguida, como consecuencia de experiencias vividas. ¿Ve que en los corazones hay que reavivar la caridad? Escribe obras de ascética. ¿Hay que reforzar la fe y la esperanza del pueblo? escribe obras de teología dogmática y moral" .

(Continúa en el capítulo siguiente)


"Oh Madre mía, a vuestro Corazón confío las angustias de mi corazón,
y a él vengo a buscar ánimo y fortaleza ".

Santa Bernardita.


 

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL

BEATO JUAN PABLO II

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). 
 
A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria
 

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Invite(n) a sus amigos y conocidos a inscribirse gratuitamente en el e-Curso LAS VIRTUDES DE MARÍA SANTÍSIMA. Deben llenar el formulario con su nombre y su correo electrónico desde la siguiente dirección:

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