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¡Oh
Virgen
Inmaculada!
Quiero
confiarte
especialmente
a los
"pequeños"
del
mundo:
ante
todo a
los
niños, y
especialmente
a los
que
están
gravemente
enfermos;
a los
muchachos
pobres y
a los
que
sufren
las
consecuencias
de
situaciones
familiares
duras!
Vela
sobre
ellos y
haz que
sientan,
en el
afecto y
la ayuda
de
quienes
están a
su lado,
el calor
del Amor
de Dios.
Te
encomiendo,
oh
María, a
los
ancianos
solos, a
los
enfermos,
a los
inmigrantes
que
encuentran
dificultad
para
integrarse,
a las
familias
que
luchan
por
cuadrar
sus
cuentas
y a las
personas
que no
encuentran
trabajo
o que
han
perdido
un
puesto
de
trabajo
indispensable
para
seguir
adelante.
Enséñanos,
María, a
ser
solidarios
con
quienes
pasan
dificultades,
a colmar
las
desigualdades
sociales
cada vez
más
grandes;
ayúdanos
a
cultivar
un
sentido
más vivo
del bien
común,
del
respeto
a lo que
es
público;
impúlsanos
a sentir
el mundo
como
patrimonio
de
todos, y
a hacer
cada
uno, con
conciencia
y
empeño,
nuestra
parte
para
construir
una
sociedad
más
justa y
solidaria.
¡Oh
Madre
Inmaculada,
que eres
para
todos
signo de
segura
esperanza
y de
consuelo,
haz que
nos
dejemos
atraer
por tu
pureza
inmaculada!
Tu
belleza
—Tota
pulchra,
cantamos
hoy— nos
garantiza
que es
posible
la
victoria
del
amor;
más aún,
que es
cierta;
nos
asegura
que la
gracia
es más
fuerte
que el
pecado y
que, por
tanto,
es
posible
el
rescate
de
cualquier
esclavitud.
Sí, ¡oh
María!,
Tu nos
ayudas a
creer
con más
confianza
en el
bien, a
apostar
por la
gratuidad,
por el
servicio,
por la
no
violencia,
por la
fuerza
de la
verdad;
nos
estimulas
a
permanecer
despiertos,
a no
caer en
la
tentación
de
evasiones
fáciles,
a
afrontar
con
valor y
responsabilidad
la
realidad,
con sus
problemas.
Así lo
hiciste
Tú,
joven
llamada
a
arriesgarlo
todo por
la
Palabra
del
Señor.
Sé Madre
amorosa
para
nuestros
jóvenes,
para que
tengan
el valor
de ser
"centinelas
de la
mañana",
y da
esta
virtud a
todos
los
cristianos
para que
sean
alma del
mundo en
esta
época no
fácil de
la
historia.
Virgen
Inmaculada,
Madre de
Dios y
Madre
nuestra,
ruega
por
nosotros.
BENEDICTO
XVI
ORACIÓN
AL FINALIZAR
EL HOMENAJE
A LA
INMACULADA
EN LA PLAZA
ESPAÑA.
ROMA.
8 DE
DICIEMBRE DE
2008
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Querido(a)
suscriptor/a de EL CAMINO DE MARÍA.
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En el quinto capítulo de este e-Curso meditaremos sobre la la virtud de
la fe de María. San Alfonso
María de Ligorio expresa:
Así como la
Santísima Virgen es Madre del amor y de la esperanza, así
también es Madre de la fe. "Yo soy la Madre del amor
hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa
esperanza" (Ecclo 24,17). Y con razón, dice san Ireneo,
porque el daño que hizo Eva con su incredulidad, María lo
reparó con su fe. Eva, afirma Tertuliano, por creer a la
serpiente contra lo que Dios le había dicho, trajo la
muerte; pero nuestra Reina, creyendo a la palabra del ángel
al anunciarle que Ella, permaneciendo virgen, se convertiría
en Madre del Señor, trajo al mundo la salvación. Mientras
que María, dice san Agustín, dando su consentimiento a la
Encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los
hombres el paraíso... Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen:
"Bienaventurada Tú porque has creído, pues se cumplirán
todas las cosas que te ha dicho el Señor" (Lc 1,45). Y
añade san Agustín: Más bienaventurada es María recibiendo
por la fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo.
La Virgen tuvo
más fe que todos los hombres y todos los ángeles juntos.
Veía a su Hijo en el establo de Belén y lo creía Creador del
mundo. Lo veía huyendo de Herodes y no dejaba de creer que
era el Rey de reyes; lo vio nacer y lo creyó eterno; lo vio
pobre, necesitado de alimentos, y lo creyó Señor del
universo. Puesto sobre el heno, lo creyó Omnipotente.
Observó que no hablaba y creyó que era la Sabiduría
infinita; lo sentía llorar y creía que era el Gozo del
paraíso. Lo vio finalmente morir en la Cruz, vilipendiado, y
aunque vacilara la fe de los demás, María estuvo siempre
firme en creer que era Dios. "Estaba junto a la Cruz
de Jesús su Madre" (Jn 19,25). San Antonino comenta
estas palabras: Estaba María sustentada por la fe, que
conservó inquebrantable sobre la divinidad de Cristo; que
por eso, dice el santo, en el oficio de las tinieblas se
deja una sola vela encendida. San León a este propósito
aplica a la Virgen aquella sentencia: "No se apaga por la
noche su lámpara" (Pr 31,18). Y acerca de las palabras
de Isaías: "Yo solo pisé el lagar. De mi pueblo ninguno
hubo conmigo" (Is 63,3), escribe santo Tomás: Dice
"ninguno" para excluir a la Virgen, en la que nunca
desfalleció la fe. En ese trance, dice san Alberto Magno,
María ejercitó una fe del todo excelente: Tuvo la fe en
grado elevadísimo, sin fisura alguna, aun cuando dudaban los
discípulos.
Por eso María
mereció por su gran fe ser hecha la iluminadora de todos los
fieles, como la llama san Metodio. Y san Cirilo Alejandrino
la aclama la Reina de la verdadera fe: "Cetro de la fe
auténtica". La misma Iglesia, por el mérito de su fe
atribuye a la Virgen el poder ser la destructora de todas
las herejías: Alégrate, virgen María, porque Tú sola
destruiste todas las herejías en el mundo. Santo Tomás de
Villanueva, explicando las palabras del Espíritu Santo:
"Me robaste el corazón, hermana mía, novia; me robaste el
corazón con una mirada tuya" (Ct 4,9), dice que estos
ojos fueron la fe de María por la que ella tanto agradó a
Dios.
San Ildefonso
nos exhorta: lmitad la señal de la fe de María. Pero
¿cómo hemos de imitar esta fe de María? La fe es a la vez
don y virtud. Es don de Dios en cuanto es una luz que Dios
infunde en el alma, y es virtud en cuanto al ejercicio que
de ella hace el alma. Por lo que la fe no sólo ha de servir
como norma de lo que hay que creer, sino también como norma
de lo que hay que hacer. Por eso dice san Gregorio:
Verdaderamente cree quien ejercita con las obras lo que cree.
Y san Agustín afirma: Dices creo. Haz lo que dices, y eso
es la fe. Esto es, tener una fe viva, vivir como se
cree. "Mi justo vive de la fe" (Hb 10,38). Así vivió
la Santísima Virgen a diferencia de los que no viven
conforme a lo que creen, cuya fe está muerta como dice
Santiago: "La fe sin obras está muerta" (St
2,26).
San Agustín nos
exhorta a que lo veamos todo con los ojos de la fe. Porque,
decía santa Teresa, de la falta de fe nacen todos los
pecados. Por eso, roguemos a la Santísima Virgen que por el
mérito de su fe nos otorgue una fe viva. Señora,
auméntanos la fe.
¯¯¯
El Beato Juan
Pablo II ha escrito en la
Carta Encíclica Redemptoris Mater, 13:
Feliz la que ha creído
«Cuando Dios
revela hay que prestarle la
obediencia de la fe» (Rom
16, 26; cf. Rom 1, 5; 2 Cor
10, 5-6), por la que el hombre se
confía libre y totalmente a Dios, como
enseña el Concilio.Esta descripción de la fe encontró una
realización perfecta en María. El
momento « decisivo » fue la Anunciación,
y las mismas palabras de Isabel «Feliz
la que ha creído» se refieren en primer
lugar a este instante..
En efecto, en la
Anunciación María se ha abandonado en
Dios completamente, manifestando la
«obediencia de la fe» a aquel que le
hablaba a través de su mensajero y
prestando «el homenaje del
entendimiento y de la voluntad».
Ha respondido, por tanto, con todo su
« yo » humano, femenino, y
en esta respuesta de fe estaban
contenidas una cooperación perfecta con
« la gracia de Dios que previene y
socorre » y una disponibilidad perfecta
a la acción del Espíritu Santo, que, «
perfecciona constantemente la fe por
medio de sus dones ».
La palabra del
Dios viviente, anunciada a María por el
ángel, se refería a Ella misma « vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un
hijo » (Lc 1, 31). Acogiendo este
anuncio, María se convertiría en la «
Madre del Señor » y en Ella se
realizaría el misterio divino de la
Encarnación: « El Padre de las
misericordias quiso que precediera a la
encarnación la aceptación de parte de la
Madre predestinada ».
Y María da este consentimiento, después
de haber escuchado todas las palabras
del mensajero. Dice: «He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra» (Lc 1, 38). Este
fiat de María —« hágase en mí »— ha
decidido, desde el punto de vista
humano, la realización del misterio
divino. Se da una plena consonancia con
las palabras del Hijo que, según la
Carta a los Hebreos, al venir al
mundo dice al Padre: « Sacrificio y
oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo ... He aquí que
vengo ... a hacer, oh Dios, tu Voluntad
» (Hb 10, 5-7). El misterio de la
Encarnación se ha realizado en el
momento en el cual María ha pronunciado
su fiat: «hágase en mí según tu
palabra», haciendo posible, en cuanto
concernía a Ella según el designio
divino, el cumplimiento del deseo de su
Hijo. María ha pronunciado este fiat
por medio de la fe. Por medio de la
fe se confió a Dios sin reservas y «se
consagró totalmente a Sí misma, cual
esclava del Señor, a la persona y a la
obra de su Hijo».
Y este Hijo —como enseñan los Padres— lo
ha concebido en la mente antes que en el
seno: precisamente por medio de la fe.
Justamente, por ello, Isabel alaba a
María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas por parte
del Señor!». Estas palabras ya
se han realizado. María de Nazaret se
presenta en el umbral de la casa de
Isabel y Zacarías como Madre del Hijo de
Dios. Es el descubrimiento gozoso de
Isabel: « ¿de donde a mí que la Madre de
mi Señor venga a mí? »
¯¯¯
Que María,
«Madre del Amor Hermoso», nos ayude a meditar en nuestro corazón
y a comprender con nuestra inteligencia, los distintos textos que
forman parte de este e-Curso.
ORACIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE
LIGORIO
¡Madre del Santo Amor!
¡Vida, refugio y esperanza nuestra!
Bien sabes que tu Hijo Jesucristo,
además de ser nuestro Abogado perpetuo
ante su eterno Padre,
quiso también que Tú fueras
ante Él intercesora nuestra
para impetrarnos la Divinas
Misericordia.
Ha dispuesto que tus plegarias
ayuden a nuestra salvación;
les ha otorgado tan gran eficacia,
que obtienen de Él cuanto le piden.
A Ti, pues, acudo, Madre,
porque soy un pobre pecador
Espero, Señora, que me he de salvar
por los méritos de Cristo y por tu
Intercesión.
porque más me fío de tu Misericordia y
Protección
que de todas las obras mías.
No me abandones, Madre y esperanza mía,
como lo tengo merecido.
Que te mueva a compasión mi miseria;
socórreme y sálvame.
Con mis pecados he cerrado la puerta
a las luces y gracias
que del Señor me habías alcanzado.
Pero tu Misericordia para con los
pecadores
y el poder de que dispones ante Dios
superan al número y malicia de mis
pecados.
Conozcan Cielo y tierra,
que el protegido por Ti jamás se pierde.
Madre de Dios omnipotente.
Dile a Dios que soy tu siervo,
que me defiendes y me salvaré.
Yo me fío de Ti, María;
en esta esperanza vivo
y en ella espero morir diciendo:
“Jesús es mi única esperanza,
y Tú, después de Jesús, Virgen María”.
|
Marisa y Eduardo
CARTA APOSTÓLICA
SPIRITUS DOMINI
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL II CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
(...) En el campo
de la controversia teológica militó contra movimientos entonces
emergentes: el iluminismo, que minaba los fundamentos de la fe cristiana; el
jansenismo, patrocinador de una doctrina sobre la gracia que, en vez de
alimentar la confianza y animar a la esperanza, llevaba a la desesperación o,
por contraste, al abandono; el febronianismo que, fruto del jansenismo político
y el jurisdiccionalismo, limitaba la autoridad del Romano Pontífice en favor de
los príncipes y de las Iglesias nacionales. En el sector estrictamente
dogmático, se debe decir que Alfonso elaboró una doctrina sobre la gracia,
basada en la oración que devuelve a las almas la tranquilidad de la confianza y
el optimismo de la salvación. Escribió entre otras cosas "Dios no niega a nadie
la gracia de la oración, con la cual se obtiene la ayuda para vencer toda
concupiscencia y toda tentación. Y digo, y repito y repetiré siempre mientras
tenga vida, que toda nuestra salvación está en la oración". De donde el famoso
axioma: "El que reza se salva, el que no reza se condena"
La estructura de
la espiritualidad alfonsiana podría reducirse a estos dos elementos: la oración
y la gracia. Para San Alfonso, la oración no es un ejercicio primariamente
ascético; es una exigencia radical de la naturaleza correlativa a la dinámica
misma de la salvación. Y es evidente que este planteamiento hace comprender la
importancia que la plegaria asume en la práctica de la vida cristiana como "el
gran medio de la salvación". Al igual que la obra moral y dogmática, también la
producción espiritual de San Alfonso, y en medida mayor, nace del apostolado
y lo integra.
(Continúa en el capítulo siguiente)
"Oh Madre mía, a vuestro Corazón confío las
angustias de mi corazón,
y a él vengo a buscar ánimo y fortaleza ".
Santa Bernardita.
ORACIÓN PARA
IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL
BEATO
JUAN PABLO II
Oh
Dios Padre Misericordioso,
que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de
su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción
del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II la
gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la
Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia
y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz
que yo sepa también responder con fidelidad a las
exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos
los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de
amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que
te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II y que me
concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).
A Tí, Padre Omnipotente,
origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive,
Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo
que santifica el universo, alabanza, honor y gloria
ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
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