LAS VIRTUDES DE MARÍA SANTÍSIMA

 San Alfonso María de Ligorio


MARÍA, ESCLAVA DEL SEÑOR

Es necesario considerar una vez más el acontecimiento fundamental en la economía de la salvación, o sea la encarnación del Verbo en la anunciación. Es significativo que María, reconociendo en la palabra del mensajero divino la voluntad del Altísimo y sometiéndose a su poder, diga: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 3). El primer momento de la sumisión a la única mediación « entre Dios y los hombres » —la de Jesucristo— es la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de Nazaret. María da su consentimiento a la elección de Dios, para ser la Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo. Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo fruto de la donación total a Dios en la virginidad. María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que « consagra » totalmente una persona humana a Dios. En virtud de este amor, María deseaba estar siempre y en todo « entregada a Dios », viviendo la virginidad. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » expresan el hecho de que desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo. Y toda su participación materna en la vida de Jesucristo, su Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo con su vocación a la virginidad.

La maternidad de María, impregnada profundamente por la actitud esponsal de « esclava del Señor », constituye la dimensión primera y fundamental de aquella mediación que la Iglesia confiesa y proclama respecto a ella,100 y continuamente « recomienda a la piedad de los fieles » porque confía mucho en esta mediación. En efecto, conviene reconocer que, antes que nadie, Dios mismo, el eterno Padre, se entregó a la Virgen de Nazaret, dándole su propio Hijo en el misterio de la Encarnación. Esta elección suya al sumo cometido y dignidad de Madre del Hijo de Dios, a nivel ontológico, se refiere a la realidad misma de la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo (unión hipostática). Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » atestiguan esta apertura del espíritu de María, la cual, de manera perfecta, reúne en sí misma el amor propio de la virginidad y el amor característico de la maternidad, unidos y como fundidos juntamente.

Por tanto María ha llegado a ser no sólo la « madre-nodriza » del Hijo del hombre, sino también la « compañera singularmente generosa » del Mesías y Redentor. Ella —como ya he dicho— avanzaba en la peregrinación de la fe y en esta peregrinación suya hasta los pies de la Cruz se ha realizado, al mismo tiempo, su cooperación materna en toda la misión del Salvador mediante sus acciones y sufrimientos. A través de esta colaboración en la obra del Hijo Redentor, la maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada vez más de « ardiente caridad » hacia todos aquellos a quienes estaba dirigida la misión de Cristo. Por medio de esta « ardiente caridad », orientada a realizar en unión con Cristo la restauración de la « vida sobrenatural de las almas », María entraba de manera muy personal en la única mediación « entre Dios y los hombres », que es la mediación del hombre Cristo Jesús. Si ella fue la primera en experimentar en sí misma los efectos sobrenaturales de esta única mediación —ya en la anunciación había sido saludada como « llena de gracia »— entonces es necesario decir, que por esta plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo.

En el caso de María se trata de una mediación especial y excepcional, basada sobre su « plenitud de gracia », que se traducirá en la plena disponibilidad de la « esclava del Señor ». Jesucristo, como respuesta a esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para los hombres « madre en el orden de la gracia ». Esto indican, al menos de manera indirecta, algunos detalles anotados por los Sinópticos (cf. Lc 11, 28; 8, 20-21; Mc 3, 32-35; Mt 12, 47-50) y más aún por el Evangelio de Juan (cf. 2, 1-12; 19, 25-27), que ya he puesto de relieve. A este respecto, son particularmente elocuentes las palabras, pronunciadas por Jesús en la Cruz, relativas a María y a Juan.

Beato Juan Pablo II. Redemptoris Mater, 39

 

 

 

Madre Inmaculada,
en este lugar de gracia,
convocados por el Amor de tu Hijo Jesús,
Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
hijos en el Hijo y sacerdotes suyos,
nos consagramos a tu Corazón materno,
para cumplir fielmente la Voluntad del Padre.

Somos conscientes de que, sin Jesús,
no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5)
y de que, sólo por Él, con Él y en Él,
seremos instrumentos de salvación para el mundo.

Esposa del Espíritu Santo,
alcánzanos el don inestimable
de la transformación en Cristo.
Por la misma potencia del Espíritu que,
extendiendo su sombra sobre Ti,
te hizo Madre del Salvador,
ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,
nazca también en nosotros.
Y, de este modo, la Iglesia pueda
ser renovada por santos sacerdotes,
transfigurados por la gracia de Aquel
que hace nuevas todas las cosas.

Madre de Misericordia,
ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado
a ser como Él:
luz del mundo y sal de la tierra
(cfr. Mt 5,13-14).

Ayúdanos,
con tu poderosa intercesión,
a no desmerecer esta vocación sublime,
a no ceder a nuestros egoísmos,
ni a las lisonjas del mundo,
ni a las tentaciones del maligno.

Presérvanos con tu pureza,
custódianos con tu humildad
y rodéanos con tu amor maternal,
que se refleja en tantas almas
consagradas a Ti

y que son para nosotros
auténticas madres espirituales.

Madre de la Iglesia,
nosotros, sacerdotes,
queremos ser pastores
que no se apacientan a sí mismos,
sino que se entregan a Dios por los hermanos,
encontrando la felicidad en esto.
Queremos cada día repetir humildemente
no sólo de palabra sino con la vida,
nuestro “aquí estoy”.

Guiados por Ti,
queremos ser Apóstoles
de la Divina Misericordia,
llenos de gozo por poder celebrar diariamente
el Santo Sacrificio del Altar
y ofrecer a todos los que nos lo pidan
el Sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia,
Tu que estas unida
a la única mediación universal de Cristo,
pide a Dios para nosotros
un corazón completamente renovado,
que ame a Dios con todas sus fuerzas
y sirva a la humanidad como Tú lo hiciste.

Repite al Señor
esa eficaz palabra tuya: “no les queda vino” (Jn 2,3),
para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros,
como una nueva efusión,
el Espíritu Santo.

Lleno de admiración y de gratitud
por tu presencia continua entre nosotros,
en nombre de todos los sacerdotes,
también yo quiero exclamar:
“¿quién soy yo para que me visite
la Madre de mi Señor?
(Lc 1,43)

Madre nuestra desde siempre,
no te canses de “visitarnos”,
consolarnos, sostenernos.
Ven en nuestra ayuda
y líbranos de todos los peligros
que nos acechan.
Con este acto de ofrecimiento y consagración,
queremos acogerte de un modo
más profundo y radical,
para siempre y totalmente,
en nuestra existencia humana y sacerdotal.

Que tu presencia haga reverdecer el desierto
de nuestras soledades y brillar el sol
en nuestras tinieblas,
haga que torne la calma después de la tempestad,
para que todo hombre vea la salvación
del Señor,
que tiene el Nombre y el Rostro de Jesús,
reflejado en nuestros corazones,
unidos para siempre al tuyo. Así sea.

BENEDICTO XVI .

ACTO DE CONSAGRACIÓN DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA .

Iglesia de la Santísima Trinidad - Fátima. 12 de mayo de 2010
 

 

Querido/a suscriptor/a de EL CAMINO DE MARÍA.

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En el primer capítulo de este e-Curso meditaremos sobre la la virtud del amor a Dios de María. San Alfonso María de Ligorio expresa:

Dice san Anselmo: Donde hay mayor pureza, allí hay más amor. Cuanto más puro es un corazón y más vacío de sí mismo, tanto más estará lleno de amor a Dios. María Santísima, porque fue humilde y vacía de Sí misma, por lo mismo estuvo llena del divino amor, de modo que progresó en ese amor a Dios más que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Como escribe san Bernardino, supera a todas las criaturas en el amor hacia su Hijo. Por eso san Francisco de Sales la llamó con razón la Reina del Amor.

El Señor ha dado al hombre el mandamiento de amarlo con todo el corazón: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón" (Mt 22,37). Este mandamiento no lo cumplirán perfectamente los hombres en la tierra, sino en el Cielo. Y sobre esto reflexiona san Alberto Magno que sería impropio de Dios dar un mandamiento que nadie pudiera cumplir perfectamente. Pero gracias a la Madre de Dios este mandamiento se ha cumplido perfectamente. Estas son sus palabras: O alguno cumple este mandamiento o ninguno. Pero si alguno lo ha cumplido, Ésa ha sido la Santísima Virgen. La Madre de nuestro Emmanuel fue perfecta en todas sus virtudes. ¿Quién como Ella cumplió jamás el mandamiento que dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón? El amor divino fue tan poderoso en Ella que no tuvo imperfección alguna. El Amor de Dios, dice san Bernardo, de tal manera hirió y traspasó el alma de María que no quedó en Ella nada que no tuviera la herida del Amor, de modo que cumplió sin defecto alguno este mandamiento. María podía muy bien decir: Mi amado se me ha entregado a mí y yo soy toda para mi amado. "Mi amado para mí y yo para mi amado" (Ct 2,16). Hasta los mismos serafines podían bajar del Cielo para aprender en el Corazón de María cómo amar a Dios.

Dios, que es amor (1Jn 4, 8), vino a la tierra para inflamar a todos en el divino amor. Pero ningún corazón quedó tan inflamado como el de su Madre, que siendo del todo puro y libre de afectos terrenales estaba perfectamente preparado para arder en este fuego bienaventurado. Así dice san Jerónimo: Estaba del todo incendiada con el divino amor, de modo que nada mundano estorbaba el divino afecto, sino que todo era un ardor continuo y un éxtasis en el piélago del amor. El Corazón de María era todo fuego y todo llamas, como se lee en los Sagrados cantares: "Dardos de fuego son sus saetas, una llama de Yavé" (Ct 8,6). Fuego que ardía desde dentro, como explica san Anselmo, y llamas hacia fuera iluminando a todos con el ejercicio de todas las virtudes. Cuando María llevaba a su Jesús en brazos podía decirse que era un fuego llevando a otro fuego. Porque como dice san Ildefonso, el Espíritu Santo inflamó del todo a María como el fuego al hierro, de manera que en Ella sólo se veía la llama del Espíritu Santo, y por tanto sólo se advertían en Ella las llamas del divino amor. Dice santo Tomás de Villanueva que la zarza sin consumirse que vio Moisés fue símbolo del Corazón de la Virgen  Por eso, dice san Bernardo, fue vista por san Juan vestida de sol. "Apareció una gran señal en el Cielo: una mujer vestida del sol" (Ap 12,1). Tan unida estuvo a Dios por el amor, dice el santo, que no es posible lo esté más ninguna otra criatura.

Por esto, asegura san Bernardino, la Santísima Virgen no se vio jamás tentada del infierno, porque así como las moscas huyen de un gran incendio, así del Corazón de María, todo hecho llamas de caridad, se alejaban los demonios sin atreverse jamás a acercarse a Ella. La Virgen fue terrible para los príncipes de las tinieblas, de modo que ni pretendieron aproximarse a Ella para tentarla, pues les aterraban las llamas de su caridad. Reveló la Virgen a santa Brígida que en este mundo no tuvo otro pensamiento ni otro deseo ni otro gozo más que a Dios. Los actos de amor que hizo la Bienaventurada Virgen en esta vida fueron innumerables, pues pasó la vida en contemplación reiterándolos constantemente. Pero me agrada más lo que dice san Bernardino de Bustos, y es que María no es que repitiera constantemente los actos de amor, como hacen los otros santos, sino que por singular privilegio amaba a Dios con un continuado acto de amor. Como águila real, estaba siempre con los ojos puestos en el divino sol, de manera tal, dice san Pedro Damiano, que las actividades de la vida no le impedían el amor, ni el amor le obstaculizaba las actividades. Así es que María estuvo figurada en el altar de la propiciación en el que nunca se apagaba el fuego ni de noche ni de día.

Ni aun el sueño impedía a María amar a Dios. Y si semejante privilegio se concedió a nuestros primeros padres en el estado de inocencia, como afirma san Agustín, diciendo que tan felices eran cuando dormían como cuando estaban despiertos, no puede negarse que semejante privilegio lo tuvo también la Madre de Dios, como lo reconocen entre otros san Bernardino y san Ambrosio, que dejó escrito hablando de María: Cuando descansaba su Cuerpo, estaba vigilante su Alma, verificándose en Ella lo que dice el sabio: "No se apaga por la noche su lámpara" (Pr 31,18).

Y así es, porque mientras su Cuerpo sagrado tomaba el necesario descanso, su Alma, dice san Bernardino, libremente tendía hacia Dios, y así era más perfecta contemplativa de lo que hayan sido los demás cuando estaban despiertos. De modo que bien podía decir con la Esposa: "Yo dormía, pero mi corazón velaba" (Ct 5,2). Era tan feliz durmiendo como velando. En suma, afirma san Bernardino, que María, mientras vivió en la tierra, constantemente estuvo amando a Dios. Y dice que Ella no hizo sino lo que la divina Sabiduría le mostró que era lo más agradable a Dios, y que lo amó tanto cuanto entendió que debía ser amado por ella. De manera que, habla san Alberto Magno, bien pudo decirse que María estuvo tan llena de santa caridad que es imposible imaginar nada mejor en esta tierra. Creemos, sin miedo a ser desmentidos, que la Santísima Virgen, por la concepción del Hijo de Dios recibió tal infusión de caridad cuanto podía recibir una criatura en la tierra. Por lo que dice santo Tomás de Villanueva que la Virgen con su ardiente caridad fue tan bella y de tal manera enamoró a su Dios, que Él, prendado de su amor, bajó a su seno para hacerse hombre. Esta Virgen con su hermosura atrajo a Dios desde el Cielo y prendido por su amor quedó atado con los lazos de nuestra humanidad. Por esto exclama san Bernardino: He aquí una doncella que con su virtud ha herido y robado el Corazón de Dios.

Y porque la Virgen ama tanto a su Dios, por eso lo que más pide a sus devotos es que lo amen cuanto puedan... Así a santa Brígida le dijo: Si quieres estar unida a Mí, ama a mi Hijo. Nada desea María como ver amado a su amado que es el mismo Dios...  Santa Catalina de Siena la llamaba la portadora del fuego del Divino Amor. Si queremos también nosotros arder en esta divina llama, procuremos acudir siempre a nuestra Madre con las plegarias y con los afectos.

María, Reina del Amor, eres la más amable, la más amada y la más amante de todas las criaturas -como te decía san Francisco de Sales- Madre mía, Tú que ardes siempre y toda en amor a Dios, dígnate hacerme partícipe, al menos, de una chispita de ese amor. Tú rogaste a tu hijo por aquellos esposos a los que les faltaba el vino diciéndole: "No tienen vino". ¿No rogarás por nosotros a los que nos falta el amor de Dios, nosotros que tan obligados estamos a amarlo? Dile simplemente: "No tienen amor", y alcánzanos ese amor. No te pido otra gracia más que ésta. Oh Madre, por el amor que tienes a Jesús, ruega por nosotros. Amén.

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Que María, «Reina del Amor», nos ayude a meditar en nuestro corazón y a comprender con nuestra inteligencia, los distintos textos que forman parte de este e-Curso.  

ORACIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
 
Madre de Dios y Señora mía, María.
Como se presenta a una gran reina
un pobre andrajoso y llagado,
así me presento a Ti, Reina del Cielo y de la tierra.
Desde tu trono elevado dígnate
volver los ojos a mí, pobre pecador.
Dios te ha hecho tan rica
para que puedas socorrer a los pobres,
y te ha constituido Reina de Misericordia
para que puedas aliviar a los pecadores.
Mírame y ten compasión de mí.
Mírame y no me dejes;
cámbiame de pecador en santo.
Veo que nada merezco y por mi ingratitud
debiera verme privado de todas las gracias
que por tu mediación he recibido del Señor.
Pero Tú, que eres Reina de Misericordia,
no andas buscando méritos,
sino miserias y necesidades que socorrer.
¿Y quién más pobre y necesitado que yo?
Virgen excelsa, ya sé que Tú,
siendo la Reina del universo,
eres también la Reina mía.
Por eso, de manera muy especial,
me quiero dedicar a tu servicio,
para que dispongas de mí como te agrade.
Te diré con San Buenaventura: Señora,
me pongo bajo tu servicio
para que del todo me moldees y dirijas.
No me abandones a mí mismo;
gobiérname Tú, Reina mía. Mándame a tu arbitrio
y corrígeme si no te obedeciera,
porque serán para mí muy saludables
los avisos que vengan de tu mano.
Estimo en más ser tu siervo
que ser el dueño de toda la tierra.
”Soy todo tuyo, sálvame” (Sal 118, 94).
Acéptame por tuyo y líbrame.
No quiero ser mío; a Ti me entrego.
Y si en lo pasado te serví mal,
perdiendo tan bellas ocasiones de honrarte,
en adelante quiero unirme a tus siervos
los más amantes y más fieles.
No quiero que nadie me aventaje
en honrarte y amarte, mi amable Reina.
Así lo prometo y, con tu ayuda,
así espero cumplirlo. Amén. Amén. 

Marisa y Eduardo

 


CARTA APOSTÓLICA
SPIRITUS DOMINI
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL II CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
 

(...) En 1762, a los 66 años, es nombrado obispo de Santa Agueda de los Godos y desarrolla en su tarea pastoral una actividad que parece increíble, en la doble vertiente del ministerio directo y del apostolado de la pluma.

Quebrantado por una dolorosa artritis deformante, en 1779 deja la diócesis y se retira a Pagani (Salerno), a la casa de su instituto, donde después de muchos sufrimientos físicos y espirituales, soportados con plena adhesión a la voluntad de Dios, permanece hasta la muerte, acaecida el 1 de agosto de 1787, a la edad de 91 años.

Esta vida larguísima estuvo llena de un trabajo incesante: trabajo de misionero, de obispo, de teólogo y de escritor espiritual, de fundador y superior de una congregación religiosa.

Después de esta breve descripción cronológica de su vida, parece oportuno ilustrar la importancia que San Alfonso tuvo en la sociedad de su tiempo.

Para ir al encuentro de las necesidades del Pueblo de Dios, pronto añadió al apostolado de la palabra y de la acción pastoral el de la pluma. Se trata de dos aspectos inseparables de su vida y de su actividad que se completan mutuamente, imprimiendo a la producción literaria del Santo un carácter pastoral característico. En efecto, el empeño del escritor proviene de la predicación y a ella retorna en la persistente tensión por la salvación de las almas. Iniciada con las Máximas eternas y las Canciones espirituales su actividad literaria registró un crescendo extraordinario que llega a su cima en los años del episcopado. La amplia producción comprende 111 títulos y abraza tres grandes campos: la moral, la fe y la vida espiritual.

(Continúa en el capítulo siguiente)


"Oh Madre mía, a vuestro Corazón confío las angustias de mi corazón,
y a él vengo a buscar ánimo y fortaleza ".

Santa Bernardita.


 

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL

BEATO JUAN PABLO II

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). 
 
A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria

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