
 |
Marcos 11, 1-10
Cuando Jesús y los suyos iban de camino a
Jerusalén, al llegar a Betfagé y Betania, cerca
del monte de los Olivos, les dijo a dos de sus
discípulos: "Vayan al pueblo que ven allí
enfrente, al entrar, encontrarán amarrado un burro
que nadie ha montado todavía. Desátenlo y
tráiganmelo. Si alguien les pregunta por qué lo
hacen, contéstenle: "El Señor lo necesita y lo
devolverá pronto".
Fueron y encontraron al burro en la calle, atado
junto a una puerta, y lo desamarraron. Algunos de
los que allí estaban les preguntaron: "¿Por qué
sueltan al burro?" Ellos le contestaron lo que
había dicho Jesús y ya nadie los molestó.
Llevaron el burro, le echaron encima los mantos y
Jesús montó en él. Muchos extendían su manto en el
camino, y otros lo tapizaban con ramas cortadas en
el campo. Los que iban delante de Jesús y los que
lo seguían, iban gritando vivas: "¡Hosana!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro
padre David! ¡Hosana en el cielo!".
Evangelio
según San Marcos, capítulo 14, versículos del 1
al 15,47
Unción de Jesús en Betania.
1. Dos días después era la Pascua y
los Azimos, y los sumos sacerdotes y los escribas,
buscaban cómo podrían apoderarse de Él con
engaño y matarlo.
2. Mas decían: "No durante la fiesta,
no sea que ocurra algún tumulto en el
pueblo".
3. Ahora bien, hallándose Él en Betania,
en casa de Simón, el Leproso, y estando sentado a
la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro
lleno de ungüento de nardo puro de gran precio; y
quebrando el alabastro, derramó el ungüento
sobre su cabeza.
4. Mas algunos de los presentes indignados
interiormente, decían: "¿A qué este
despilfarro de ungüento?
5. Porque el ungüento este se podía
vender por más de trescientos denarios, y
dárselos a los pobres". Y bramaban contra
ella.
6. Mas Jesús dijo: "Dejadla. ¿Por
qué la molestáis? Ha hecho una buena obra
conmigo.
7. Porque los pobres los tenéis con
vosotros siempre, y podéis hacerles bien cuando
queráis; pero a Mí no me tenéis siempre.
8. Lo que ella podía hacer lo ha hecho. Se
adelantó a ungir mi cuerpo para la sepultura.
9. En verdad, os digo, dondequiera que
fuere predicado este Evangelio, en el mundo entero,
se narrará también lo que acaba de hacer, en
recuerdo suyo".
10. Entonces, Judas Iscariote, que era de
los Doce, fue a los sumos sacerdotes, con el fin
de entregarlo a ellos.
11. Los cuales al oírlo se llenaron de
alegría y prometieron darle dinero. Y él buscaba
una ocasión favorable para entregarlo.
La ultima cena.
12. El primer día de los Azimos, cuando se
inmolaba la Pascua, sus discípulos le dijeron:
"¿Adónde quieres que vayamos a hacer los
preparativos para que comas la Pascua?"
13. Y envió a dos de ellos, diciéndoles:
"Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un
hombre llevando un cántaro de agua; seguidle,
14. y adonde entrare, decid al dueño de
casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi
aposento en que voy a comer la Pascua con mis
discípulos?"
15. Y él os mostrará un cenáculo grande
en el piso alto, ya dispuesto; y allí aderezad
para nosotros".
16. Los discípulos se marcharon, y al
llegar a la ciudad encontraron como Él había
dicho; y prepararon la Pascua.
Institución de la Eucaristía.
17. Venida la tarde, fue Él con los Doce.
18. Y mientras estaban en la mesa y comían,
Jesús dijo: "En verdad os digo, me
entregará uno de vosotros que come conmigo".
19. Pero ellos comenzaron a contristarse, y
a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo?".
20. Respondióles: "Uno de los Doce,
el que moja conmigo en el plato.
21. El Hijo del hombre se va, como está
escrito de Él, pero ¡ay del hombre, por quien el
Hijo del hombre es entregado! Más le valdría a
ese hombre no haber nacido".
22. Y mientras ellos comían, tomó pan, y
habiendo bendecido, partió y dio a ellos y dijo:
"Tomad, éste es el cuerpo mío".
23. Tomó luego un cáliz, y después de
haber dado gracias dio a ellos; y bebieron de él
todos.
24. Y les dijo: "Esta es la sangre
mía de la Alianza, que se derrama por muchos.
25. En verdad, os digo, que no beberé ya
del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo
beberé nuevo en el reino de Dios".
26. Y después de cantar el himno, salieron
para el monte de los olivos.
Promesas de fidelidad.
27. Entonces Jesús les dijo: "Vosotros
todos os vais a escandalizar, porque está escrito:
"Heriré al pastor, y las ovejas se
dispersarán".
28. Mas después que Yo haya resucitado, os
precederé en Galilea".
29. Díjole Pedro: "Aunque todos se
escandalizaren, yo no".
30. Y le dijo Jesús: "En verdad, te
digo: que hoy, esta misma noche, antes que el
gallo cante dos veces, tú me negarás tres".
31. Pero él decía con mayor insistencia:
"¡Aunque deba morir contigo, jamás te
negaré!". Esto mismo dijeron también todos.
Agonía de Jesús en Getsemaní.
32. Y llegaron al huerto llamado Getsemaní,
y dijo a sus discípulos: "Sentaos aquí
mientras hago oración".
33. Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a
Juan; y comenzó a atemorizarse y angustiarse.
34. Y les dijo: "Mi alma está
moralmente triste; quedaos aquí y velad".
35. Y yendo un poco más lejos, se postró
en tierra, y rogó a fin de que, si fuese posible,
se alejase de Él esa hora;
36. y decía: "¡Abba, Padre! ¡todo
te es posible; aparta de Mí este cáliz; pero, no
como Yo quiero, sino como Tú!"
37. Volvió y los halló dormidos; y dijo a
Pedro: "¡Simón! ¿duermes? ¿No pudiste
velar una hora?
38. Velad y orad para no entrar en
tentación. El espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil".
39. Se alejó de nuevo y oró, diciendo lo
mismo.
40. Después volvió y los encontró
todavía dormidos; sus ojos estaban en efecto
cargados, y no supieron qué decirle.
41. Una tercera vez volvió, y les dijo:
"¿Dormís ya y descansáis? ¡Basta! llegó
la hora. Mirad: ahora el Hijo del hombre es
entregado en las manos de los pecadores.
42. ¡Levantaos! ¡Vamos! Se acerca el que
me entrega".
Prisión de Jesús.
43. Y al punto, cuando El todavía hablaba,
apareció Judas, uno de los Doce, y con él una
tropa armada de espadas y palos, enviada por los
sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
44. Y el que lo entregaba, les había dado
esta señal: "Aquel a quien yo daré un beso,
Él es: prendedlo y llevadlo con cautela".
45. Y apenas llegó, se acercó a Él y le
dijo: "Rabí", y lo besó.
46. Ellos, pues, le echaron mano, y lo
sujetaron.
47. Entonces, uno de los que ahí estaban,
desenvainó su espada, y dio al siervo del sumo
sacerdote un golpe y le amputó la oreja.
48. Y Jesús, respondiendo, les dijo:
"Como contra un bandolero habéis salido,
armados de espadas y palos, para prenderme.
49. Todos los días estaba Yo en medio de
vosotros enseñando en el Templo, y no me
prendisteis. Pero (es) para que se cumplan las
Escrituras".
50. Y abandonándole, huyeron todos.
51. Cierto joven, empero, lo siguió,
envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo, y
lo prendieron;
52. pero él soltando la sábana, se
escapó de ellos desnudo.
53. Condujeron a Jesús a casa del Sumo
Sacerdote, donde se reunieron todos los jefes de
los sacerdotes, los ancianos y los escribas.
54. Pedro lo había seguido de lejos hasta
el interior del palacio del Sumo Sacerdote, y
estando sentado con los criados se calentaba junto
al fuego.
Ante Caifás.
55. Los sumos sacerdotes, y todo el
Sanhedrín, buscaban contra Jesús un testimonio
para hacerlo morir, pero no lo hallaban.
56. Muchos, ciertamente, atestiguaron en
falso contra Él, pero los testimonios no eran
concordes.
57. Y algunos se levantaron y adujeron
contra El este falso testimonio:
58. "Nosotros le hemos oído decir:
Derribaré este Templo hecho de mano de hombre, y
en el espacio de tres días reedificaré otro no
hecho de mano de hombre".
59. Pero aun en esto el testimonio de ellos
no era concorde.
60. Entonces, el Sumo Sacerdote, se puso de
pie en medio e interrogó a Jesús diciendo:
"¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos
atestiguan contra Ti?"
61. Pero Él guardó silencio y nada
respondió. De nuevo, el Sumo Sacerdote lo
interrogó y le dijo: "¿Eres Tú el Cristo,
el Hijo del Bendito?"
62. Jesús respondió: "Yo soy. Y
veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha
del Poder, y viniendo en las nubes del cielo".
63. Entonces, el Sumo Sacerdote rasgó sus
vestidos, y dijo: "¿Qué necesidad tenemos
ahora de testigos?
64. Vosotros acabáis de oír la blasfemia.
¿Qué os parece?" Y ellos todos sentenciaron
que Él era reo de muerte.
65. Y comenzaron algunos a escupir sobre
Él y, velándole el rostro, lo abofeteaban
diciéndole: "¡Adivina!" Y los criados
le daban bofetadas.
Pedro niega a Cristo.
66. Mientras Pedro estaba abajo, en el
patio, vino una de las sirvientas del Sumo
Sacerdote,
67. la cual viendo a Pedro que se calentaba,
lo miró y le dijo: "Tú también estabas con
el Nazareno Jesús".
68. Pero él lo negó, diciendo: "No
sé absolutamente qué quieres decir". Y
salió fuera, al pórtico, y cantó un gallo.
69. Y la sirvienta, habiéndolo visto allí,
se puso otra vez a decir a los circunstantes:
"Este es uno de ellos". Y él lo negó
de nuevo.
70. Poco después los que estaban allí,
dijeron nuevamente a Pedro: "Por cierto que
tú eres de ellos; porque también eres galileo".
71. Entonces, comenzó a echar
imprecaciones y dijo con juramento: "Yo no
conozco a ese hombre del que habláis".
72. Al punto, por segunda vez, cantó un
gallo. Y Pedro se acordó de la palabra que Jesús
le había dicho: "Antes que el gallo cante
dos veces, me habrás negado tres", y rompió
en sollozos.
Jesús ante Pilato.
1. Inmediatamente, a la madrugada, los
sumos sacerdotes tuvieron consejo con los ancianos,
los escribas y todo el Sanhedrín, y después de
atar a Jesús, lo llevaron y entregaron a Pilato.
2. Pilato lo interrogó: "¿Eres Tú
el rey de los judíos?" Él respondió y dijo:
"Tú lo dices".
3. Como los sumos sacerdotes lo acusasen de
muchas cosas,
4. Pilato, de nuevo, lo interrogó diciendo:
"¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te
acusan".
5. Pero Jesús no respondió nada más, de
suerte que Pilato estaba maravillado.
Pospuesto a Barrabas.
6. Mas en cada fiesta les ponía en
libertad a uno de los presos, al que pedían.
7. Y estaba el llamado Barrabás, preso
entre los sublevados que, en la sedición, habían
cometido un homicidio.
8. Por lo cual la multitud subió y empezó
a pedirle lo que él tenía costumbre de
concederles.
9. Pilato les respondió y dijo: "¿Queréis
que os suelte al rey de los judíos?"
10. Él sabía, en efecto, que los sumos
sacerdotes lo habían entregado por envidia.
11. Mas los sumos sacerdotes incitaron a la
plebe para conseguir que soltase más bien a
Barrabás.
12. Entonces, Pilato volvió a tomar la
palabra y les dijo: "¿Qué decís pues que
haga al rey de los judíos?"
13. Y ellos, gritaron: "¡Crucifícalo!"
14. Díjoles Pilato: "Pues, ¿qué mal
ha hecho?" Y ellos gritaron todavía más
fuerte: "¡Crucifícalo!"
15. Entonces Pilato, queriendo satisfacer a
la turba les dejó en libertad a Barrabás; y
después de haber hecho flagelar a Jesús, lo
entregó para ser crucificado.
El rey de burlas coronado de espinas.
16. Los soldados, pues, lo condujeron al
interior del palacio, es decir, al pretorio, y
llamaron a toda la cohorte.
17. Lo vistieron de púrpura, y habiendo
trenzado una corona de espinas, se la ciñeron.
18. Y se pusieron a saludarlo:
"¡Salve, rey de los judíos".
19. Y le golpeaban la cabeza con una caña,
y lo escupían, y le hacían reverencia doblando
la rodilla.
20. Y después que se burlaron de Él, le
quitaron la púrpura, le volvieron a poner sus
vestidos, y se lo llevaron para crucificarlo.
Simón de Cirene.
21. Requisaron a un hombre que pasaba por
allí, volviendo del campo, Simón Cireneo, el
padre de Alejandro y de Rufo, para que llevase la
cruz de Él.
22. Lo condujeron al lugar llamado Gólgota,
que se traduce: "Lugar del Cráneo".
Crucifixión de Jesús.
23. Y le ofrecieron vino mezclado con mirra,
pero El no lo tomó.
24. Y lo crucificaron, y se repartieron sus
vestidos, sorteando entre ellos la parte de cada
cual.
25. Era la hora de tercia cuando lo
crucificaron.
26. Y en el epígrafe de su causa estaba
escrito: "El rey de los judíos".
27. Y con Él crucificaron a dos bandidos,
uno a la derecha, y el otro a la izquierda de Él.
28. Así se cumplió la Escritura que dice:
"Y fue contado entre los malhechores".
29. Y los que pasaban, blasfemaban de Él
meneando sus cabezas y diciendo: "¡Bah, El
que destruía el Templo, y lo reedificaba en tres
días!
30. ¡Sálvate a Ti mismo, bajando de la
cruz!"
31. Igualmente los sumos sacerdotes
escarneciéndole, se decían unos a otros con los
escribas: "¡Salvó a otros, y no puede
salvarse a sí mismo!
32. ¡El Cristo, el rey de Israel, baje
ahora de la cruz para que veamos y creamos!"
Y los que estaban crucificados con Él, lo
injuriaban también.
33. Y cuando fue la hora sexta, hubo
tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona.
34. Y a la hora nona, Jesús gritó con una
voz fuerte: "Eloí, Eloí, ¿lamá sabacthani?",
lo que es interpretado: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?"
35. Oyendo esto, algunos de los presentes
dijeron: "¡He ahí que llama a Elías!"
36. Y uno de ellos corrió entonces a
empapar con vinagre una esponja, y atándola a una
caña, le ofreció de beber, y decía: "Vamos
a ver si viene Elías a bajarlo".
37. Mas Jesús, dando una gran voz, expiró.
38. Entonces, el velo del Templo se rasgó
en dos partes, de alto a bajo.
39. El centurión, apostado enfrente de Él,
viéndolo expirar de este modo, dijo: "¡Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios!"
40. Había también allí unas mujeres
mirando desde lejos, entre las cuales también
María la Magdalena, y María la madre de Santiago
el Menor y de José, y Salomé,
41. las cuales cuando estaban en Galilea,
lo seguían y lo servían, y otras muchas que
habían subido con Él a Jerusalén.
Sepultura de Jesús.
42. Llegada ya la tarde, como era día de
Preparación, es decir, víspera del día sábado,
43. vino José, el de Arimatea, noble
consejero, el cual también estaba esperando el
reino de Dios. Este se atrevió a ir a Pilato, y
le pidió el cuerpo de Jesús.
44. Pilato, se extrañó de que estuviera
muerto; hizo venir al centurión y le preguntó si
había muerto ya.
45. Informado por el centurión, dio el
cuerpo a José;
46. el cual habiendo comprado una sábana,
lo bajó, lo envolvió en el sudario, lo depositó
en un sepulcro tallado en la roca, y arrimó una
loza a la puerta del sepulcro.
47. Entre tanto, María la Magdalena y
María la de José observaron dónde era sepultado.

Sexto Domingo
de Cuaresma
Domingo
de Ramos
Entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén
Desde
la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la
ciudad de Jerusalén, y llora por ella. Mira cómo la
ciudad se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su
ceguera. Lleno de misericordia se compadece de esta
ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni en
milagros, ni en palabras... En nuestra vida tampoco ha
quedado nada por intentar.
I. Jesús hace su entrada en
Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como
había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías
4, 4). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos;
esta gente conocía bien las profecías y se llena de
júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es
sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús
quiere también entrar hoy triunfante en la vida de
los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que
demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro
trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra
serenidad, con nuestra sincera preocupación por los
demás. Hoy nos puede servir de jaculatoria repitiendo:
Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un
borrico de carga, y siempre estaré contigo (SAN
JOSEMARÍA ESCRIVÁ, citado por A. VÁZQUEZ DE
PRADA). El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén.
Pocos días más tarde, en esta ciudad, será clavado
en la Cruz.
II. Desde la cima del monte de
los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén,
y llora por ella. Mira cómo la ciudad se hunde en el
pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de
misericordia se compadece de esta ciudad que le
rechaza. Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni
en palabras... En nuestra vida tampoco ha quedado nada
por intentar. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho
el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias
ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre
nuestra vida! La historia de cada hombre es la
historia de la continua solicitud de Dios sobre él.
Cada hombre es objeto de la predilección del Señor.
Sin embargo, podemos rechazarlo como Jerusalén. Es el
misterio de la libertad humana, que tiene la triste
posibilidad de rechazar la gracia divina. Hoy nos
preguntamos: ¿Cómo estamos respondiendo a los
innumerables requerimientos del Espíritu Santo para
que seamos santos en medio de nuestras tareas, en
nuestro ambiente?
III. Nosotros sabemos que aquella entrada triunfal fue
muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto y
cinco días más tarde el hosanna se transformó en un
grito enfurecido: ¡Crucifícale! La entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén pide de nosotros coherencia y
perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que
nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente
y pronto se apagan. Somos capaces de lo mejor y de lo
peor. Si queremos tener la
vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser
constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos
aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta
la Cruz. No nos separemos de la Virgen. Ella nos enseñará
a ser constantes.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos
habla del grano de trigo, nos habla de
ser exaltados en la cruz, y nos hace una
pregunta que tenemos que responder: “¿Puedes
beber del cáliz que yo beberé?”.
 |
Jn 12, 12-19
El día de hoy para acompañar a Cristo
en su pasión, su muerte y su resurrección,
vamos a centrar nuestra reflexión en la
entrada de Cristo a Jerusalén
La entrada Mesiánica de Jesús en
Jerusalén, tal como la presenta San
Juan, se encuentra centrada en un
contexto muy particular. No hay que
olvidar que los evangelios son una carga
espiritual, teológica, de presencia de
Cristo. Por así decirlo, son un retrato
descrito.
San Juan ubica la entrada de Cristo en
Jerusalén, por una parte, en el
contexto de la unción de Betania, en la
que se ha vuelto a hablar de la
resurrección. Junto con este aspecto de
la resurrección aparece, como sombra
constante, la determinación de los
sumos sacerdotes para deshacerse de
Cristo. Y como un segundo trasfondo de
la entrada de Cristo en Jerusalén está
el contexto del discurso de Jesús sobre
el grano de trigo que tiene que caer y
morir para dar fruto.
Dice el Evangelio: “Ha llegado la hora
de que sea glorificado el Hijo del
Hombre. En verdad, en verdad os digo: si
el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda él solo; pero si muere, da
mucho fruto”. En el texto del grano de
trigo se vuelve a repetir el mismo
dinamismo que se encierra en la voz de
“lo he glorificado”, junto con la
conciencia clara de la presencia
inminente de la pasión.
A nosotros nos llama mucho la atención
que todo el misterio de la entrada de
Jesús en Jerusalén quiera estar
enmarcado en este contraluz de muerte y
resurrección (el grano de trigo que
muere para poder dar fruto), pero,
independientemente de que pueda ser un
poco literario, este contexto nos
permite ver lo que es exactamente la
entrada de Cristo en Jerusalén.
Por una parte vemos que el pueblo
realiza lo que estaba escrito que tenía
que realizar: “Esto no lo
comprendieron sus discípulos de momento;
pero cuando Jesús fue glorificado, se
dieron cuenta de que esto estaba escrito
sobre él, y que era lo que le habían
hecho”.
Por otra parte, la voz del pueblo es un
signo que indica lo que Cristo es
verdaderamente: “Bendito el que viene
en el nombre del Señor, el Rey de
Israel”. Sin embargo, como tantas
veces sucede con Cristo, los hombres actúan
sin saber que están actuando de una
forma profética. El pueblo no sabe lo
que hace, pero aclama el triunfo y el éxito
maravilloso de un taumaturgo que
resucitará. Además, las palabras de la
gente tienen un total carácter de
proclamación mesiánica, por la que
Cristo se presenta como liberador de
Israel. Y así, Cristo cumple un gesto
mesiánico que Zacarías había
profetizado: “No temas, hija de Sión;
mira que viene tu Rey montado en un
pollino de asna”. Cristo se sienta en
el asno, aceptando con ello el que se le
proclame Rey, realizando así la profecía
de Zacarías.
Sin embargo, esto no obscurece su
conciencia de que su mesianismo no es de
tipo mundano, sino que esta unción como
Mesías, esta proclamación, es el
camino que lo va a llevar a la cruz. No
hay que olvidar que el Mesías es el que
resume, en sí mismo, todos los símbolos
de Israel: el profeta, el sacerdote, el
rey. Y como dijo el mismo Cristo, es el
profeta que va a morir en Jerusalén, y
es el sacerdote que llega hasta donde
está el templo para ofrecer el
sacrificio.
Pero, junto con esta visión externa que
nos puede ayudar a preguntarnos: ¿qué
tanto soy capaz de seguir a este Cristo,
que como rey, profeta y sacerdote va a
ser sacrificado por mí?, yo les invitaría
a contemplar el alma de Cristo, el
interior de Cristo en su entrada a
Jerusalén.
El alma de Cristo tiene ante sí, con
una gran claridad, el plan de Dios sobre
Él. Cristo sabe que Dios ha querido
unir su glorificación con el misterio
de la pasión. Es una gloria que pasa a
través de la infamia y del rechazo de
los hombres, una gloria que pasa por la
paradoja de los planes de Dios, una
gloria que quiere pasar por la total
donación del Hijo de Dios para la
salvación de los hombres.
Cristo tiene claro en su alma este plan
de Dios, y con toda libertad y con toda
decisión, lo acepta. Él sabe que al
ser proclamado Rey, y al entrar en
Jerusalén como Mesías, está firmando
la sentencia que le lleva al sacrificio,
y sin embargo, lo hace. “Entonces los
fariseos comentaban entre sí: “¿Veis
cómo no adelantáis nada?, todo el
mundo se ha ido tras él”. Él sabe
que la exaltación real que a Él se le
dará cuando sea levantado, es la de la
cruz, la del cuerpo para el sacrificio.
La cruz será su gloria de dominio, será
su palabra profética de discernimiento
y también será la unción con la que
su cuerpo será marcado como sacerdote
de la Nueva y Eterna Alianza. La cruz
será su trono de dominio desde el que
Él va a atraer a todos los hombres
hacia sí mismo: “Y cuando yo sea
levantado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí”. En su alma aparece el
deseo de donarse, porque ha llegado la
hora para la que había venido al mundo,
la hora del designio de amor sobre la
humanidad, la hora por la que Dios entre,
de modo definitivo, en la vida de los
hombres por la gracia de la redención.
Sin embargo, todos los sentimientos se
van mezclando en Cristo. Así como es
consciente de que ha llegado la hora de
que sea glorificado el Hijo del Hombre,
es también consciente de que el grano
de trigo tiene que caer en tierra para
poder dar fruto: “Pero mi alma se
turba, ¿y cómo voy a decir? ¡Padre, líbrame
de esta hora! Pero es para esta hora que
yo he venido al mundo”.
Podríamos terminar con una reflexión
sobre nosotros mismos, sin olvidar que
nuestra vocación cristiana también es
una perspectiva de la luz que pasa a
través de la cruz: Mi vocación es
luminosa solamente cuando pasa a través
de la cruz. Tiene que pasar por el mismo
camino de Cristo: la aceptación
generosa de la cruz, la aceptación
generosa de los signos que nos llevan a
la cruz.
Para Cristo, el signo de la entrada de
Jerusalén, es el signo que le lleva a
la cruz; para nosotros cristianos,
nuestro Bautismo es un signo que nos
indica, necesariamente, la presencia de
la cruz de Cristo. Se trata de ser
seguidor de Cristo, marcado con el signo
indeleble de la cruz en el corazón y en
la vida. El cristiano ha de ser capaz,
como Cristo, de recoger los frutos de
vida eterna del árbol fecundo de la
cruz, para uno mismo y para sus hermanos.
Para quien juzga según Dios, la
abnegación es Sabiduría Divina
envuelta en el misterio de Cristo
crucificado. No existe otro camino para
ser seguidor de Aquél que no ha venido
para ser servido sino para servir y dar
su vida en rescate por muchos.
Toda la vida de Cristo, y
particularmente su pasión, tiene un
profundo significado de servicio para la
gloria del Padre y para la salvación de
los hombres. El Primogénito de toda
criatura —al cual corresponde el
primado sobre todas las cosas que son en
el cielo y en la tierra—, el que viene
en el nombre del Señor, el rey de
Israel, se ha hecho siervo de todos los
hombres y dado a muerte en rescate de
sus pecados.
Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos
habla del grano de trigo, nos habla de
ser exaltados en la cruz, y nos hace una
pregunta que tenemos que responder: “¿Puedes
beber del cáliz que yo beberé?”.

 |
 |
|
|
|