T.- Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor
Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
T.- Abre Señor mis labios, para alabar tu nombre y el de Tu Santa
Madre.
T.- Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y
redentor mío, por ser tú quien eres y porque te amo sobre todas las
cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. Quiero y propongo
firmemente confesarme a su tiempo. Ofrezco mi vida, obras y trabajos
en satisfacción de mis pecados. Y confío en que en tu bondad y
misericordia infinita, me los perdonarás y me darás la gracia para
no volverte a ofender. Amén.
G.- Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
R.- Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
G.- Envía tu Espíritu Creador
R.- Y renueva la faz de la tierra.
G.- Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz
del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar
siempre del bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén
INICIO
DEL SANTO ROSARIO
En
la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el
Rosario, según los diversos contextos eclesiales. En
algunas regiones se suele iniciar con la invocación del
Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date
prisa en socorrerme», como para alimentar en el
orante la humilde conciencia de su propia indigencia; en
otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de
la profesión de fe el fundamento del camino
contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos
similares, en la medida que disponen el ánimo para la
contemplación, son usos igualmente legítimos.(Rosarium
Virginis Mariae, 37)
Instrumento
tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica
más superficial, a menudo termina por ser un simple
instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria.
Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede
dar ulterior densidad a la contemplación.
A este propósito, lo primero que debe tenerse presente
es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre
y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se
centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte
de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en
el Espíritu Santo, llega al Padre.
En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la
oración, el rosario evoca el camino incesante de la
contemplación y de la perfección cristiana. El Beato
Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena'
que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así
se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena
'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva
del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio
Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor
nuestro (Flp 2, 7).
Es también hermoso ampliar el significado simbólico del
rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese
modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a
todos en Cristo. .(Rosarium
Virginis Mariae, 36)
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EL
SILENCIO
La
escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es
conveniente que, después de enunciar el misterio y
proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de
iniciar la oración vocal, para fijar la atención
sobre el misterio meditado. El redescubrimiento
del valor del silencio es uno de los secretos para la
práctica de la contemplación y la meditación. Uno
de los límites de una sociedad tan condicionada por
la tecnología y los medios de comunicación social es
que el silencio se hace cada vez más difícil. Así
como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de
silencio, en el rezo del Rosario es también
oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la
Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el
contenido de un determinado misterio. (Rosarium
Virginis Mariae, 31)
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Las oraciones del decenario: cada Misterio, incluye un Padre
Nuestro, diez Avemarías, un Gloria, una jaculatoria a María y la
Oración de Fátima.
G.- Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como
en el cielo.
R.- Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, así
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en
tentación y líbranos del mal.Amén
EL PADRE NUESTRO
Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el
misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en
cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se
dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él
nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él:
«¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre
nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu,
que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como
fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla
mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del
misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.
(Rosarium Virginis Mariae, 32)
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G.- Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo,
bendita eres tú entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu
vientre: Jesús
R.- Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores;
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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Este
es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo
convierte en una oración mariana por excelencia. Pero
precisamente a la luz del Ave Maria, bien entendida, es
donde se nota con claridad que el carácter mariano no se
opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo
exalta. En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de
las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por
santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se
realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir,
la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido,
dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra
maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de
María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis
(cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba
de la creación, contempló la obra de sus manos».36
Repetir en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la
complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento
del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento
dela profecía de María: «Desde ahora todas las
generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).
El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera
y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el
rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y
tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está
contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al
nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una
recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI
recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la
costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el
nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del
misterio que se está meditando.37 Es una costumbre loable,
especialmente en la plegaria pública. Expresa con
intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos
momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al
mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación,
permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la
repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo.
Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual
podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con
el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos
lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a
hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de
Cristo.
De la especial relación con Cristo, que hace de María la
Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de
la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda
parte de la oración, confiando a su materna intercesión
nuestra vida y la hora de nuestra muerte. (Rosarium Virginis
Mariae, 33)
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G.- Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
R.- Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los
siglos.
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La
doxología trinitaria es la meta de la contemplación
cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos
conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este
camino hasta el final, nos encontramos continuamente
ante el misterio de las tres Personas divinas que se
han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que
el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien
resaltado en el Rosario. En el rezo público podría
ser cantado, para dar mayor énfasis a esta
perspectiva estructural y característica de toda
plegaria cristiana.
En la medida en que la meditación del misterio haya
sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en Ave
– por el amor a Cristo y a María, la glorificación
trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida
conclusión, adquiere su justo tono contemplativo,
como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso
y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del
Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno
es estarnos aquí» (Lc 9, 33). (Rosarium Virginis
Mariae, 34)
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G.- María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia,
R.-
Defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en la hora
de nuestra muerte. Amén.
T.- Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados y líbranos del fuego del
infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a
las más necesitadas de tu misericordia. Amén
Habitualmente,
en el rezo del Rosario, después de la doxología
trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según
las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones,
parece oportuno señalar que la contemplación de los
misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si
se procura que cada misterio concluya con una oración
dirigida a alcanzar los frutos específicos de la
meditación del misterio. De este modo, el Rosario
puede expresar con mayor eficacia su relación con la
vida cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica,
que nos invita a pedir que, meditando los misterios
del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a
conseguir lo que prometen».
Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse
en varias forma legítimas. El Rosario adquiere así
también una fisonomía más adecuada a las diversas
tradiciones espirituales y a las distintas comunidades
cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se
difundan, con el debido discernimiento pastoral, las
propuestas más significativas, experimentadas tal vez
en centros y santuarios marianos que cultivan
particularmente la práctica del Rosario, de modo que
el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica
riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la
propia contemplación. (Rosarium Virginis Mariae, 35)
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Al terminar el 5° Misterio
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G. Por las intenciones del Santo Padre, rezaremos un Padre Nuestro, un
Avemaría y un Gloria.
T. Padre Nuestro, que estás en el cielo...
T. Dios te salve María, llena eres de gracia...
T. Gloria al Padre...
G. Dios te salve María, Hija de Dios Padre, en tus manos encomendamos
nuestra fe para que la ilumines, llena eres de gracia..
G. Dios te salve María, Madre de Dios Hijo, en tus manos encomendamos
nuestra esperanza para que la alientes, llena eres de gracia...
G. Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo, en tus manos
encomendamos nuestra caridad para que la inflames, llena eres de
gracia...
G. Dios te salve María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad,
Virgen concebida sin culpa original, llena eres de gracia...
T. Dios te salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y
esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos
de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
¡Ea pues!, Señora y abogada nuestra: vuelve a nosotros tus ojos
misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús:
fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce
Virgen María!. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que
seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de nuestro Señor
Jesucristo. Amén
CONCLUSIÓN
DEL SANTO ROSARIO
La
plegaria se concluye rezando por las intenciones del
Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto
horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente
para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la
Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias
para quien lo recita con las debidas disposiciones.
En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un
itinerario espiritual en el que María se hace madre,
maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa
intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final
de esta oración en la cual se ha experimentado
íntimamente la maternidad de María, el espíritu
siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima
Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve
Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como
coronar un camino interior, que ha llevado al fiel al
contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre
Santísima.
.(Rosarium
Virginis Mariae, 37)
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Letanías
lauretanas
Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros
Cristo óyenos, Cristo óyenos
Cristo escúchanos, Cristo escúchanos
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios Hijo redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios
Santa María, ruega por nosotros
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
Madre de la divina gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre virginal,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de alabanza,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consuelo de los afligidos,
Auxilio de los cristianos,
Reina de los ángeles,
Reina de los patriarcas,
Reina de los profetas,
Reina de los apóstoles,
Reina de los mártires,
Reina de los confesores,
Reina de las vírgenes,
Reina de todos los santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina elevada al cielo,
Reina del santísimo rosario,
Reina de las familias,
Reina de la paz,
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Oremos:
Te rogamos, Señor, que nos concedas a nosotros tus siervos, gozar de
perpetua salud de alma y cuerpo y, por la gloriosa intercesión de la
bienaventurada Virgen María, seamos librados de la tristeza presente
y disfrutemos de la eterna alegría. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
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