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Audiencia
Papal 12/6/2002
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SALMO
91
Alabanza
del hombre justo a Dios Creador
El
bien y el mal se comprenden en profundidad a la luz
de Dios
Intervención
de Juan Pablo II en la Audiencia General del miércoles 12
de junio de 2002, dedicada a meditar sobre
el Salmo 91
El
Papa mencionó que : "...El contenido de este
himno es una llamada intensa a la oración, al canto
gozoso de acción de gracias, acompañado con una música
digna para que la celebración litúrgica se exprese
con arte..."
Es
bueno dar gracias al Seńor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mańana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Seńor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
Qué magníficas son tus obras, Seńor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Seńor,
eres excelso por los siglos.
Porque tus enemigos, Seńor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Seńor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Seńor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
1. La antigua tradición judía reserva un puesto
particular al Salmo 91,
que acabamos de escuchar, como canto del hombre
justo a Dios creador. El título que se ha dado al
Salmo indica, de hecho, que está destinado a
entonarse el sábado (Cf. versículo 1). Es, por lo
tanto, el himno que se eleva al Señor eterno y
excelso cuando, en el ocaso del viernes, se entra en
el día santo de la oración, de la contemplación,
de la tranquilidad serena del cuerpo y del espíritu.
Dios
En el centro del Salmo se eleva, solemne y grandiosa,
la figura del Dios altísimo (Cf. versículo 9), en
cuyo alrededor se delinea un mundo armónico y lleno
de paz. Ante él se presenta la persona del justo
que, según una concepción muy utilizada por el
Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegría
y larga vida como consecuencia natural de su
existencia honesta y fiel. Se trata de la denominada
«teoría de la retribución», según la cual todo
delito tiene ya un castigo en la tierra y toda acción
buena una recompensa. Si bien en esta visión hay un
elemento de verdad, sin embargo --como intuirá Job
y como confirmará Jesús (Cf. Juan 9, 2-3)-- la
realidad del dolor humano es mucho más compleja y
no puede ser tan fácilmente simplificada. El
sufrimiento humano, de hecho, debe ser considerado
en la perspectiva de la eternidad.
2. Pero examinemos ahora este himno sapiencial con
aspectos litúrgicos. Está constituido por un
intenso llamamiento a la alabanza, al gozoso canto
de acción de gracias, a la fiesta de la música
tocada por el arpa de diez cuerdas, por el laúd y
por la cítara (Cf. versículos 2-4). El amor y la
fidelidad del Señor deben ser celebrados a través
del canto litúrgico «con arte» (Cf. Salmo 46, 8).
Esta invitación es válida también para nuestras
celebraciones, para que recuperen esplendor no sólo
en las palabras y ritos, sino también en las melodías
que las animan.
El impío
Después de este llamamiento a no apagar nunca el
hilo interior y exterior de la oración, auténtico
aliento constante de la humanidad fiel, el Salmo 91
propone como en dos retratos el perfil del impío
(Cf. versículos 7-10) y del justo (Cf. versículos
13-16). El impío aparece frente al Señor, «excelso
por los siglos» (versículo 9), que hará perecer a
sus enemigos y dispersará a todos los malhechores
(Cf. versículo 10). Sólo se puede comprender en
profundidad bajo la luz divina el bien y el mal, la
justicia y la perversión.
3. La figura del pecador es delineada con una imagen
vegetal: «germinan como hierba los malvados y
florecen los malhechores» (versículo 8). Pero este
florecer está destinado a secarse y desaparecer. El
Salmista, de hecho, multiplica los verbos y los términos
que describen la destrucción: «serán destruidos
para siempre... tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados» (versículos
8.10).
En el origen de este final catastrófico se
encuentra el mal profundo que se apodera de la mente
y del corazón del perverso: «El ignorante no lo
entiende ni el necio se da cuenta» (versículo 7).
Los adjetivos utilizados pertenecen al lenguaje
sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la
cerrazón de quien cree obrar el mal en la faz de la
tierra sin que tenga consecuencias morales, pensando
que Dios está ausente o es indiferente. El que ora,
sin embargo, tiene la certeza de que el Señor
aparecerá antes o después en el horizonte para
hacer justicia y doblegar la arrogancia del
insensato (Cf. Salmo 13).
El justo
4. Aparece después la figura del justo, trazada
como en un cuadro con muchos y densos colores. También
en este caso recurre a una fresca y verde imagen
vegetal (Cf. Salmo 91, 13-16). A diferencia del impío,
que es como la hierba de los campos lozana pero efímera,
el justo se eleva hacia el cielo, sólido y
majestuoso, como una palmera, como un cedro del Líbano.
Los justos son «plantados en la casa del Señor» (versículo
14), es decir, tienen una relación sumamente sólida
y estable con el templo y, por lo tanto, con el Señor,
que en él ha establecido su morada.
La tradición cristiana jugará también con el
doble significado de la palabra griega «phoinix»,
utilizada para traducir el término hebreo palmera.
«Phoinix» es el nombre griego de la palmera, pero
también del ave que llamamos «fénix». Es sabido
que el ave fénix era el símbolo de inmortalidad,
pues se imaginaba que renacía de sus cenizas. El
cristiano hace una experiencia parecida gracias a su
participación en la muerte de Cristo, manantial de
nueva vida (Cf. Romanos 6, 3-4). «Dios... estando
muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó
juntamente con Cristo» dice la Carta a los Efesios,
«y con él nos resucitó» (2, 5-6).
5. Hay otra imagen tomada del mundo animal para
representar al justo que tiene como objetivo
ensalzar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando
llega la vejez: «me das la fuerza de un búfalo y
me unges con aceite nuevo» (Salmo 91, 11). Por un
lado, el don de la potencia divina hace triunfar y
da seguridad (Cf. versículo 12); por otro, la
frente gloriosa del justo es consagrada con aceite
que irradia una energía y una bendición protectora.
El Salmo 91 es por lo tanto un himno optimista,
potenciado también por la música y el canto.
Celebra la confianza en Dios que es manantial de
serenidad y de paz, incluso cuando se asiste al
aparente éxito del impío. Una paz que permanece
intacta en la vejez (Cf. v. 15), estación vivida
todavía en la fecundidad y en la seguridad.
Concluimos con las palabras de Orígenes, traducidas
por san Jerónimo, que hacen hincapié en la frase
del Salmista que dice a Dios: «me unges con aceite
nuevo» (versículo 11). Orígenes comenta: «Nuestra
vejez tiene necesidad del aceite de Dios. Al igual
que nuestros cuerpos cansados recobran vigor ungiéndolos
con aceite, al igual que la llama de la lámpara se
extingue si no se le añade aceite, así también la
llama de mi vejez necesita el aceite de la
misericordia de Dios. También los apóstoles
subieron al monte de los Olivos (Cf. Hechos 1, 12)
para recibir luz del aceite del Señor, pues estaban
cansados y sus lámparas necesitaban el aceite del
Señor... Por ello, pidamos al Señor que nuestra
vejez, nuestro cansancio, y todas nuestras tinieblas
sean iluminadas por el aceite del Señor» («74
Homilías sobre el Libro de los Salmos» --«74
Omelie sul Libro dei Salmi»--, Milán 1993, páginas
280-282).
Al final de la audiencia, el
Papa hizo una síntesis en castellano. Estas fueron
sus palabras:
Queridos hermanos y
hermanas:
El Salmo que hemos
escuchado hoy es un himno al Dios eterno y excelso
cuando se va a entrar en el día santo y festivo de
la oración, de la contemplación, del descanso
sereno del cuerpo y del espíritu. Se presenta la
figura del Dios altísimo, alrededor de la cual se
perfila un mundo armónico y pacificado.
El contenido de este himno es una llamada intensa a
la oración, al canto gozoso de acción de gracias,
acompañado con una música digna para que la
celebración litúrgica se exprese con arte. Ante
Dios están el impío y el justo. El primero,
arrogante, está frente a Dios. El justo, en cambio,
comparado con la palmera o el cedro, se presenta
elevándose hacia el cielo, con una relación
profunda y firme con el Señor. Es un salmo, pues,
que celebra la confianza en Dios como fuente de
serenidad y paz, destinadas a permanecer en todas
las etapas de la vida.
Saludo a los peregrinos de lengua española; de modo
particular a los fieles de las parroquias de Santa
Eulalia y María Mediadora, de Madrid, así como a
los grupos del Ayuntamiento de Paterna y de San
Sebastián. También a los peregrinos nicaragüenses
y ecuatorianos. Muchas gracias a todos por vuestra
atención.
Muchas
gracias.
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