Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen
María!, que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido a vuestra
protección, implorando vuestro auxilio,
haya sido desamparado. Animado por esta
confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen
de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso
de mis pecados me atrevo a comparecer
ante Vos. Oh Madre de Dios, no desechéis
mis súplicas, antes bien, escuchadlas y
acogedlas benignamente. Amén.
EL CAMINO DE MARÍA
NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA
Edición 1348 - 27 de Noviembre de 2020
El 27 de noviembre
celebraremos la fiesta de Nuestra Señora de la Medalla
Milagrosa.
Entre las
medallas marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la denominada
"Medalla
Milagrosa".
Tuvo su origen en las apariciones de la Virgen María, en
1830, a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad, la futura Santa
Catalina Labouré. La Medalla, acuñada conforme a las indicaciones de la
Santísima Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos
mariano" a causa de su rico
simbolismo: recuerda el misterio de la Redención, el amor del
Corazón de Cristo y del Corazón doloroso de María, la función
Mediadora de la Virgen, el misterio de la Iglesia, la relación
entre el Cielo y la tierra, entre la vida eterna y la vida temporal.
El mensaje
principal de estas apariciones ocurridas el 18 de julio y el 27 de
noviembre de dicho año fue presentar al mundo una medalla en que
la Virgen aparece como Inmaculada, Reina, Corredentora y Mediadora
de las Gracias. La Santísima Virgen en persona presentó a Sor
Catalina el modelo de esta medalla:
"Haz, haz acuñar una medalla según
este modelo; todas las personas que la llevarán consigo,
recibirán grandes gracias,
especialmente llevándola en el cuello;
las gracias serán abundantes
para las personas que
la lleven consigo con confianza".
Mirando atentamente y con devoción la Medalla descubriremos
en sus dos caras (que se complementan) el mensaje esencial del misterio de la
salvación y el signo de la protección maternal de María.
ANVERSO DE LA MEDALLA:
María Inmaculada, Madre de los
hombres.
María, mensajera de la ternura de Dios, se muestra en
pie. Viene hacia nosotros con las manos abiertas y en actitud de
acogida. María es la sin pecado. Por eso aplasta la cabeza de la
serpiente.
Se lee una oración "Oh María sin pecado concebida,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos". Nos da a conocer
que es la Inmaculada Concepción.
REVERSO DE LA MEDALLA:
El proyecto de amor de Dios hacia
los hombres. La M coronada por la Cruz: María esta
íntimamente unida al
misterio de la Pasión y de la Cruz de su
Hijo, desde el Pesebre hasta el Calvario.
Dos corazones: el
de Jesús y el de María, representan la fuerza del amor que llega
hasta la entrega total. María entró plenamente en ese Misterio de
Amor de nuestra redención.
Doce estrellas: Jesús estableció
su Iglesia sobre el fundamento de Pedro y sus Apóstoles.
Un nuevo
impulso para la difusión de la
"Medalla Milagrosa"
vino de
San Maximiliano María Kolbe (+1941) y de los movimientos que inició o que se
inspiraron en él. En 1917 adoptó la "Medalla Milagrosa" como
distintivo de la Pía Unión de la Milicia de la Inmaculada, fundada por él
en Roma, cuando era un joven religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
"...La "Medalla
Milagrosa", como el resto de las medallas de la Virgen y otros
objetos de culto, no es un talismán ni debe conducir a una vana credulidad.
La promesa de la Virgen, según la cual "los que la lleven recibirán
grandes gracias", exige de los fieles una adhesión humilde y tenaz al
mensaje cristiano, una oración perseverante y confiada, una conducta
coherente." (Directorio sobre la piedad popular y la
liturgia, 206)
"...La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana, recordando que
sirven para rememorar el Amor de Dios y para aumentar la confianza en la
Virgen María, pero advierte que los creyentes no deben olvidar que la
devoción a la Madre de Jesús exige sobre todo "un testimonio coherente de
vida". (Directorio sobre la piedad
popular y la liturgia, 206)
SÚPLICA A LA VIRGEN DE LA
MEDALLA MILAGROSA
Se reza a las 5 de la tarde del 27
de noviembre, Fiesta de la Medalla Milagrosa, y en las
necesidades urgentes, cualquier día, a esa hora.
Oh Virgen Inmaculada, sabemos que
siempre y en todas partes estás dispuesta a escuchar las
oraciones de tus hijos desterrados en este valle de lágrimas,
pero sabemos también, que tienes días y horas en los que te
complaces en esparcir más abundantemente los tesoros de tus
gracias. Y bien, oh María, henos aquí postrados delante de Ti,
justamente en este día y hora bendita, por Ti elegida para la
manifestación de tu Medalla.
Venimos a Ti, llenos de inmensa
gratitud y de ilimitada confianza en esta hora por Ti tan
querida, para agradecerte el gran don que nos has hecho dándonos
tu imagen, a fin que sea para nosotros testimonio de afecto y
prenda de protección. Te prometemos, que según tu deseo, la
Santa Medalla será el signo de tu presencia junto a nosotros,
será nuestro libro en el cual aprenderemos a conocer, según tu
consejo, cuánto nos has amado, y lo que debemos hacer para que
no sean inútiles tantos sacrificios Tuyos y de Tu Divino Hijo.
Sí, Tu Corazón traspasado, representado en la Medalla, se
apoyará siempre sobre el nuestro y lo hará palpitar al unísono
con el Tuyo. Lo encenderá de amor a Jesús y lo fortificará para
llevar cada día la cruz detrás de Él.
Ésta es tu Hora, oh María, la Hora
de tu bondad inagotable, de tu misericordia triunfante, la Hora
en la cual hiciste brotar, por medio de tu Medalla, aquel
torrente de gracias y de prodigios que inundó la tierra.
Haz, oh Madre, que esta Hora que te
recuerda la dulce conmoción de Tu Corazón, que te movió a
venirnos a visitar y a traernos el remedio de tantos males, haz
que esta Hora sea también nuestra hora, la hora de nuestra
sincera conversión, y la hora en que sean escuchados plenamente
nuestros votos.
Tú, que has prometido justamente en
esta Hora afortunada, que grandes serían las gracias para
quienes las pidiesen con confianza: vuelve benigna tu mirada a
nuestras súplicas.
Nosotros te confesamos no merecer
tus gracias, pero, a quién recurriremos oh María, sino a Ti, que
eres nuestra Madre, en cuyas manos Dios ha puesto todas sus
gracias? Ten entonces misericordia de nosotros. Te lo pedimos
por tu Inmaculada Concepción, y por el Amor que te movió a
darnos tu preciosa Medalla. Oh Consoladora de los afligidos, que
ya te enterneciste por nuestras miserias, mira los males que nos
oprimen.
Haz que tu Medalla derrame sobre
nosotros y sobre todos nuestros seres queridos tus benéficos
rayos: cure a nuestros enfermos, de la paz a nuestras familias,
nos libre de todo peligro.
Lleve tu Medalla alivio al que
sufre, consuelo al que llora, luz y fuerza a todos.
Especialmente te pedimos por la conversión de los pecadores,
particularmente de aquellos que nos son más queridos. Recuerda
que por ellos has sufrido, has rogado y has llorado.
Sálvanos, oh Refugio de los
pecadores, a fin de que después de haberte amado, invocado y
servido en la tierra, podamos ir a agradecerte y alabarte
eternamente en el Cielo. Amén.
¡Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos!
Esta es la oración que Tú inspiraste, oh María, a Santa
Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la
Medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por
el mundo entero.
¡Bendita Tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada Tú
que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en Ti!
¡La maravilla de tu Maternidad divina! Y con vistas a
ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La
maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente
a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a
la Cruz de nuestro Salvador!
Tu Corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora,
en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por
nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la
que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos.
Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que
simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos
abiertas. Con la única condición de que nos atrevamos a
pedírtelas, de que nos acerquemos a Ti con la confianza,
osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos
encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.
Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para
estar al servicio del designio de salvación actuado por
tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la
fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano,
que la comunión supere todos los gérmenes de división
que la esperanza cobre nueva vida en los que están
desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas
particulares, físicas o morales, por los que están
tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por
la duda de un clima de incredulidad, y también por los
que padecen persecución a causa de su fe.
Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio
de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es
contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén.
SAN JUAN PABLO II
ORACIÓN PRONUNCIADA EL 31 DE MAYO
DE 1980
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