"Oh inconcebible e insondable
misericordia de Dios, ¿quién te puede adorar y exaltar de modo digno? Oh sumo
atributo de Dios omnipotente, tú eres la dulce esperanza de los pecadores"
(Diario, 951, p. 341).
Amadísimos
hermanos y hermanas:
1. Repito hoy estas sencillas y
sinceras palabras de Santa Faustina, para adorar juntamente con ella y con todos
vosotros el misterio inconcebible e insondable de la misericordia de Dios. Como
ella, queremos profesar que, fuera de la misericordia de Dios, no existe otra
fuente de esperanza para el hombre. Deseamos repetir con fe: Jesús,
confío en ti.
De este anuncio, que expresa la
confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particularmente necesidad en
nuestro tiempo, en el que el hombre se siente perdido ante las múltiples
manifestaciones del mal. Es preciso que la invocación de la misericordia de
Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor
e incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de
esperanza. Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagiewniki, para
redescubrir en Cristo el rostro del Padre: de aquel que es "Padre
misericordioso y Dios de toda consolación" (2 Co 1, 3). Con los ojos del
alma deseamos contemplar los ojos de Jesús misericordioso, para descubrir en la
profundidad de esta mirada el reflejo de su vida, así como la luz de la gracia
que hemos recibido ya tantas veces, y que Dios nos reserva para todos los días y
para el último día.
2. Estamos a punto de dedicar este
nuevo templo a la Misericordia de Dios. Antes de este acto, quiero dar
las gracias de corazón a los que han contribuido a su construcción. Doy las
gracias de modo especial al cardenal Franciszek Macharski, que ha trabajado
tanto por esta iniciativa, manifestando su devoción a la Misericordia divina.
Abrazo con afecto a las Religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la
Misericordia y les agradezco su obra de difusión del mensaje legado por santa
Faustina. Saludo a los cardenales y a los obispos de Polonia, encabezados por el
cardenal primado, así como a los obispos procedentes de diversas partes del
mundo. Me alegra la presencia de los sacerdotes diocesanos y religiosos, así
como de los seminaristas.
Saludo de corazón a todos los que
participan en esta celebración y, de modo particular, a los representantes de la
Fundación del Santuario de la Misericordia Divina, que se ocupó de su
construcción, y a los obreros de las diversas empresas. Sé que muchos de los
aquí presentes han sostenido materialmente con generosidad esta construcción.
Pido a Dios que recompense su magnanimidad y su compromiso con su bendición.
3. Hermanos y hermanas, mientras
dedicamos esta nueva iglesia, podemos hacernos la pregunta que afligía al rey
Salomón cuando estaba consagrando como morada de Dios el templo de Jerusalén:
"¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los
cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta casa
que yo te he construido!" (1 R 8, 27). Sí, a primera vista, vincular
determinados "espacios" a la presencia de Dios podría parecer inoportuno. Sin
embargo, es preciso recordar que el tiempo y el espacio pertenecen totalmente a
Dios. Aunque el tiempo y todo el mundo pueden considerarse su "templo", existen
tiempos y lugares que Dios elige para que en ellos los hombres experimenten de
modo especial su presencia y su gracia. Y la gente, impulsada por el sentido de
la fe, acude a estos lugares, segura de ponerse verdaderamente delante de Dios,
presente en ellos.
Con este mismo espíritu de fe he venido
a Lagiewniki, para dedicar este nuevo templo, convencido de que es un lugar
especial elegido por Dios para derramar la gracia de su misericordia. Oro para
que esta iglesia sea siempre un lugar de anuncio del mensaje sobre el amor
misericordioso de Dios; un lugar de conversión y de penitencia; un lugar de
celebración de la Eucaristía, fuente de la misericordia; un lugar de oración y
de imploración asidua de la misericordia para nosotros y para el mundo. Oro con
las palabras de Salomón: "Atiende a la plegaria de tu siervo y a su petición,
Señor Dios mío, y escucha el clamor y la plegaria que tu siervo hace hoy en tu
presencia, que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta casa. (...) Oye,
pues, la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar.
Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona" (1
R 8, 28-30).
4. "Pero llega la hora, ya está aquí,
en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad,
porque el Padre desea que le den culto así" (Jn 4, 23). Cuando leemos
estas palabras de nuestro Señor Jesucristo en el santuario de la Misericordia
Divina, nos damos cuenta de modo muy particular de que no podemos
presentarnos aquí si no es en Espíritu y en verdad. Es el Espíritu Santo,
Consolador y Espíritu de verdad, quien nos conduce por los caminos de la
Misericordia divina. Él, convenciendo al mundo "en lo referente al pecado, en lo
referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn 16, 8), al mismo
tiempo revela la plenitud de la salvación en Cristo. Este convencer en lo
referente al pecado tiene lugar en una doble relación con la cruz de Cristo.
Por una parte, el Espíritu Santo nos permite reconocer, mediante la cruz de
Cristo, el pecado, todo pecado, en toda la dimensión del mal, que encierra y
esconde en sí. Por otra, el Espíritu Santo nos permite ver, siempre mediante
la cruz de Cristo, el pecado a la luz del "mysterium pietatis", es decir, del
amor misericordioso e indulgente de Dios (cf. Dominum et vivificantem,
32).
Y así, el "convencer en lo referente al
pecado", se transforma al mismo tiempo en un convencer de que el pecado puede
ser perdonado y el hombre puede corresponder de nuevo a la dignidad de hijo
predilecto de Dios. En efecto, la cruz "es la inclinación más profunda de la
Divinidad hacia el hombre (...). La cruz es como un toque del amor eterno sobre
las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (Dives
in misericordia, 8). La piedra angular de
este santuario, tomada del monte Calvario, en cierto modo de la base de la cruz
en la que Jesucristo venció el pecado y la muerte, recordará siempre esta
verdad.
Creo firmemente que en este nuevo
templo las personas se presentarán siempre ante Dios en Espíritu y en verdad.
Vendrán con la confianza que asiste a cuantos abren humildemente su corazón a la
acción misericordiosa de Dios, al amor que ni siquiera el pecado más grande
puede derrotar. Aquí, en el fuego del amor divino, los corazones arderán
anhelando la conversión, y todo el que busque la esperanza encontrará alivio.
5. "Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo
y la Sangre, el alma y la divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, por los pecados nuestros y del mundo entero; por su dolorosa pasión,
ten misericordia de nosotros y del mundo entero" (Diario, 476, ed. it.,
p. 193). De nosotros y del mundo entero... ¡Cuánta necesidad de la
misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo
más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la
misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa
el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia
para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se
respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de
Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se
necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en
el resplandor de la verdad.
Por eso hoy, en este santuario,
quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el
deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado
aquí a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y
llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este
lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa
del Señor Jesús: de aquí debe salir "la chispa que preparará al mundo para su
última venida" (cf. Diario, 1732, ed. it., p. 568). Es preciso encender
esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de
la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el
hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos
hermanos y hermanas, a la Iglesia que está en Cracovia y en Polonia, y a todos
los devotos de la Misericordia divina que vengan de Polonia y del mundo entero.
¡Sed testigos de la misericordia!
6. Dios, Padre Misericordioso,
que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros
en el Espíritu Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de
todo hombre.
Inclínate hacia nosotros,
pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los
habitantes de la tierra experimenten tu misericordia, para que en ti, Dios uno y
trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.
Padre eterno, por la dolorosa
pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo
entero. Amén.