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1. Entre los cánticos
bíblicos que acompañan a los salmos en la liturgia de las
Laudes encontramos el breve texto proclamado hoy. Está
tomado de un capítulo del libro del profeta Isaías,
el trigésimo tercero de su amplia y admirable colección de
oráculos divinos.
El cántico comienza, en los
versículos anteriores a los que se recogen en la liturgia (cf.
vv. 10-12), con el anuncio de un ingreso potente y glorioso
de Dios en el escenario de la historia humana: "Ahora me
levanto, dice el Señor, ahora me exalto, ahora me elevo" (v.
10). Las palabras de Dios se dirigen a los "lejanos" y a los
"cercanos", es decir, a todas las naciones de la tierra,
incluso a las más remotas, y a Israel, el pueblo "cercano"
al Señor por la alianza (cf. v. 13).
En otro pasaje del libro de
Isaías se afirma: "Yo pongo alabanza en los labios: ¡Paz,
paz a los lejanos y a los cercanos! -dice el Señor-. Yo los
curaré" (Is 57, 19). Sin embargo, ahora las palabras
del Señor se vuelven duras, asumen el tono del juicio sobre
el mal de los "lejanos" y de los "cercanos".
2. En efecto,
inmediatamente después, cunde el miedo entre los habitantes
de Sión, en los que reinan el pecado y la impiedad (cf.
Is 33, 14). Son conscientes de que viven cerca del
Señor, que reside en el templo, ha elegido caminar con ellos
en la historia y se ha transformado en "Emmanuel", "Dios con
nosotros" (cf. Is 7, 14). Ahora bien, el Señor justo
y santo no puede tolerar la impiedad, la corrupción y la
injusticia. Como "fuego devorador" y "hoguera perpetua" (cf. Is
33, 14), acomete el mal para aniquilarlo.
Ya en el capítulo 10, Isaías
advertía: "La luz de Israel vendrá a ser fuego, y su Santo,
llama; arderá y devorará" (v. 17). También el salmista
cantaba: "Como se derrite la cera ante el fuego, así
perecen los impíos ante Dios" (Sal 67, 3). Se quiere
decir, en el ámbito de la economía del Antiguo Testamento,
que Dios no es indiferente ante el bien y el mal, sino que
muestra su indignación y su cólera contra la maldad.
3. Nuestro cántico no
concluye con esta sombría escena de juicio. Más aún, reserva
la parte más amplia e intensa a la santidad acogida y vivida
como signo de la conversión y reconciliación con Dios, ya
realizada. Siguiendo la línea de algunos salmos, como el 14
y el 23, que exponen las condiciones exigidas por el Señor
para vivir en comunión gozosa con él en la liturgia del
templo, Isaías enumera seis compromisos morales para el
auténtico creyente, fiel y justo (cf. Is 33, 15), el
cual puede habitar, sin sufrir daño, en medio del fuego
divino, para él fuente de beneficios.
El primer compromiso consiste
en "proceder con justicia", es decir, en considerar la ley
divina como lámpara que ilumina el sendero de la vida. El
segundo coincide con el hablar leal y sincero, signo de
relaciones sociales correctas y auténticas. Como tercer
compromiso, Isaías propone "rehusar el lucro de la opresión"
combatiendo así la violencia sobre los pobres y la riqueza
injusta. Luego, el creyente se compromete a condenar la
corrupción política y judicial "sacudiendo la mano para
rechazar el soborno", imagen sugestiva que indica el rechazo
de donativos hechos para desviar la aplicación de las leyes
y el curso de la justicia.
4. El quinto
compromiso se expresa con el gesto significativo de "taparse
los oídos" cuando se hacen propuestas sanguinarias,
invitaciones a cometer actos de violencia. El sexto y último
compromiso se presenta con una imagen que, a primera vista,
desconcierta porque no corresponde a nuestro modo de hablar.
La expresión "cerrar un ojo" equivale a "hacer que no vemos
para no tener que intervenir"; en cambio, el profeta dice
que el hombre honrado "cierra los ojos para no ver la
maldad", manifestando que rechaza completamente cualquier
contacto con el mal.
San Jerónimo, en su
comentario a Isaías, teniendo en cuenta el conjunto del
pasaje, desarrolla así el concepto: "Toda iniquidad,
opresión e injusticia, es un delito de sangre: y, aunque no
mata con la espada, mata con la intención. "Cierra los ojos
para no ver la maldad": ¡Feliz conciencia, que no escucha y
no contempla el mal! Por eso, quien obra así, habitará "en
lo alto", es decir, en el reino de los cielos o en la
altísima gruta de "un picacho rocoso", o sea, en Jesucristo"
(In Isaiam prophetam, 10, 33: PL 24, 367).
De esta forma, san Jerónimo
nos ayuda a comprender lo que significa "cerrar los ojos" en
la expresión del profeta: se trata de una invitación a
rechazar totalmente cualquier complicidad con el mal. Como
se puede notar fácilmente, se citan los principales sentidos
del cuerpo: en efecto, las manos, los pies, los ojos, los
oídos y la lengua están implicados en el obrar moral humano.
5. Ahora bien, quien
decide seguir esta conducta honrada y justa podrá acceder al
templo del Señor, donde recibirá la seguridad del bienestar
exterior e interior que Dios da a los que están en comunión
con él. El profeta usa dos imágenes para describir este
gozoso desenlace (cf. v. 16): la seguridad en un alcázar
inexpugnable y la abundancia de pan y agua, símbolo de vida
próspera y feliz.
La tradición ha interpretado
espontáneamente el signo del agua como imagen del bautismo (cf.,
por ejemplo, la Carta de Bernabé, XI, 5), mientras
que el pan se ha transfigurado para los cristianos en signo
de la Eucaristía. Es lo que se lee, por ejemplo, en el
comentario de san Justino mártir, el cual ve en las palabras
de Isaías una profecía del "pan" eucarístico, "memoria" de
la muerte redentora de Cristo (cf. Diálogo con Trifón,
Paulinas 1988, p. 242). |