PRIMERA
ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
"¿Eres tú el Rey
de los judíos?" (Jn 18, 33)
"Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino
fuese de este mundo, mi gente habría
combatido para que no fuese entregado a los
judíos: pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18,
36).
Entonces Pilato le dijo:
"Luego, ¿tú eres Rey?".
Respondió Jesús:
"Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he
nacido y para esto he venido al mundo: para
dar testimonio de la verdad. Todo el que es
de la verdad, escucha mi voz".
Le dice Pilato:
"¿Qué es la verdad?"
Con esto, el
procurador romano consideró terminado el
interrogatorio. Volvió a salir donde los
judíos y les dijo: "Yo no encuentro ningún
delito en él" (cf. Jn 18, 37-38)
El drama de Pilato se oculta tras la
pregunta: "¿qué es la verdad?".
No era una
cuestión filosófica sobre la naturaleza de
la verdad, sino una pregunta existencial
sobre la propia relación con la verdad. Era
un intento de escapar a la voz de la
conciencia, que ordenaba reconocer la verdad
y seguirla. El hombre que no se deja guiar
por la verdad, llega a ser capaz incluso de
emitir una sentencia de condena de un
inocente. Los acusadores intuyen esta
debilidad de Pilato y por eso no ceden.
Reclaman con obstinación la muerte en cruz.
La decisiones a medias, a las que recurre
Pilato, no le sirven de nada. No es
suficiente infligir al acusado la pena cruel
de la flagelación. Cuando el Procurador
presenta a la muchedumbre a un Jesús
flagelado y coronado de espinas, parece como
si con ello quisiera decir algo que, a su
entender, debería doblegar la intransigencia
de la plaza. Señalando a Jesús, dice: "Ecce
homo!". "Aquí tenéis al hombre".
Pero la
respuesta es: "¡Crucifícalo, crucifícalo!".
Pilato intenta entonces negociar: "Tomadlo
vosotros y crucificadle, porque yo ningún
delito encuentro en él" (cf. Jn 19, 5-7).
Está cada vez
más convencido de que el imputado es
inocente, pero esto no le basta para emitir
una sentencia absolutoria. Entonces, los
acusadores recurren a un argumento decisivo:
"Si sueltas a ése, no eres amigo del César;
todo el que se hace rey se enfrenta al
César" (Jn 19, 12).
Es una amenaza muy clara. Intuyendo el
peligro, Pilato cede definitivamente y emite
la sentencia, si bien con el gesto ostentoso
de lavarse las manos: "Inocente soy de la
sangre de este justo. Vosotros veréis" (Mt
27, 24).
Así fue condenado á la muerte en cruz Jesús,
el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo.
A lo largo de
los siglos, la negación de la verdad ha
generado sufrimiento y muerte.
Son los inocentes los que pagan el precio de
la hipocresía humana.
No bastan decisiones a medias. No es
suficiente lavarse las manos.
Queda siempre la responsabilidad por la
sangre de los inocentes.
Por ello Cristo imploró con tanto fervor por
sus discípulos de todos los
tiempos: Padre, "Santifícalos en la verdad:
tu Palabra es verdad" (Jn 17, 17).
ORACIÓN
Cristo, qué
aceptas una condena injusta,
concédenos, a nosotros y a los hombres de
todos los tiempos,
la gracia de ser fieles a la verdad
y no permitas que caiga sobre nosotros
y sobre los que vendrán después de nosotros
el peso de la responsabilidad
por el sufrimiento de los inocentes.
A ti, Jesús, Juez justo,
honor y gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.
SEGUNDA
ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ A CUESTAS
La cruz.
Instrumento de una muerte infame.
No era lícito condenar a la muerte en cruz a
un ciudadano romano: era demasiado
humillante. Pero el momento en que Jesús de
Nazaret cargó con la cruz para llevarla al
Calvario. marcó un cambio en la historia de
la cruz. De ser signo de muerte infame,
reservada a las personas de baja categoría,
se convierte en llave maestra. Con su ayuda,
de ahora en adelante, el hombre abrirá la
puerta de las profundidades del misterio de
Dios. Por medio de Cristo, que acepta la
cruz, instrumento del propio despojo, los
hombres sabrán que "Dios es amor".
Amor
inconmensurable: "Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna" (Jn 3, 16).
Esta verdad
sobre Dios se ha revelado a través de la
cruz.
¿No podía revelarse de otro modo?
Tal vez sí. Sin embargo, Dios ha elegido la
cruz.
El Padre ha elegido la cruz para su Hijo, y
el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la
ha llevado hasta al monte Calvario y en ella
ha ofrecido su vida. "En la cruz está el
sufrimiento, en la cruz está la salvación,
en la cruz hay una lección de amor.
Oh Dios, quien te ha comprendido una vez, ya
no desea ni busca ninguna otra cosa" (Canto
cuaresmal polaco) La Cruz es signo de un
amor sin límites
ORACIÓN
Cristo, que
aceptas la cruz de las manos de los hombres
para hacer de ella un signo del amor
salvífico de Dios por el hombre,
concédenos, a nosotros y a los hombres de
nuestro tiempo
la gracia de la fe en este infinito amor,
para que, transmitiendo al nuevo milenio el
signo de la cruz,
seamos auténticos testigos de la Redención.
A ti. Jesús, Sacerdote y Víctima,
alabanza y gloria por los siglos de los
siglos
R/.Amén.
TERCERA
ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
"Dios cargó
sobre él los pecados de todos nosotros" (cf.
Is 53, 6).
"Todos nosotros como ovejas erramos, cada
uno marchó por su camino, y el Señor
descargó sobre él la culpa de todos
nosotros" (Is 53, 6).
Jesús cae bajo el peso de la cruz. Sucederá
tres veces durante el camino relativamente
corto de la "vía dolorosa".
Cae por agotamiento. Tiene el cuerpo
ensangrentado por la flagelación, la cabeza
coronada de espinas Le faltan las
fuerzas. Cae, pues, y la cruz lo aplasta con
su peso contra la tierra.
Hay que volver a
las palabras del profeta, que siglos antes
ha previsto esta caída, casi como si la
estuviera viendo con sus propios ojos: ante
el Siervo del Señor, entierra bajo el peso
de la cruz, manifiesta el verdadero motivo
de la caída: "Dios cargó sobre él los
pecados de todos nosotros".
Han sido los pecados los que han aplastado
contra la tierra al divino Condenado.
Han sido ellos los que determinan el peso de
la cruz que él lleva a sus espaldas.
Han sido los pecados los que han ocasionado
su caída. Cristo se levanta a duras penas
para proseguir el camino. Los soldados que
lo escoltan intentan instigarle con gritos y
golpes. Tras un momento, el cortejo
prosigue.
Jesús cae y se
levanta.
De este modo, el Redentor del mundo se
dirige sin palabras a todos los que caen.
Les exhorta a levantarse.
"El mismo que, sobre el madero, llevó
nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que,
muertos a nuestros pecados, viviéramos para
la justicia; con cuyas heridas habéis sido
curados" (1 Pe 2, 24).
ORACIÓN
Cristo, que caes
bajo el peso de nuestras culpas
y te levantas para nuestra justificación,
te rogamos que ayudes
a cuantos están bajo el peso del pecado
a volverse a poner en pie
y reanudar el camino.
Danos la fuerza del Espíritu,
para llevar contigo la cruz de nuestra
debilidad.
A ti, Jesús, aplastado por el peso de
nuestras culpas,.
nuestro amor y alabanza por los siglos de
los siglos
R/.Amén.
CUARTA ESTACIÓN:
JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
"No temas,
María, porque has encontrado gracia ante
Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz
un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será
grande, se llamará Hijo del Altísimo, el
Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará sobre la casa de Jacob para
siempre, y su reino no tendrá fin" (Lc
1,30-33).
María recordaba
estas palabras. Las consideraba a menudo en
la intimidad de su corazón.
Cuando en el camino hacia la cruz encontró a
su Hijo, quizás le vinieron a la mente
precisamente
estas palabras. Con una fuerza particular.
"Reinará.... Su reino no tendrá fin", había
dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver
que su Hijo, condenado a muerte, lleva la
cruz en la que habría de morir, podría
preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se
cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo
reinará en la casa de David? ¿Cómo será que
su reino no tendrá fin?
Son preguntas
humanamente comprensibles.
María, sin embargo, recuerda que tiempo
atrás, al oír el anuncio del Ángel, había
contestado:
"Aquí está la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra" (Lc 1,38). Ahora ve que
aquellas palabras se están cumpliendo como
palabra de la cruz. Porque es madre, María
sufre profundamente. No obstante, responde
también ahora como respondió entonces, en la
anunciación: "Hágase en mí según tu
palabra".
De este modo, maternalmente, abraza la cruz
junto con el divino Condenado. En el camino
hacia la cruz. María se manifiesta como
Madre del Redentor del mundo.
"Vosotros, todos
los que pasáis por el camino, mirad y ved si
hay dolor semejante al dolor que me
atormenta" (Lm 1,12).
Es la Madre
Dolorosa la que habla, la Sierva obediente
hasta el final, la Madre del Redentor del
inundo.
ORACIÓN
Oh María, tú que
has recorrido
el camino de la cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu corazón de
madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para
quien nada es imposible
cumpliría sus promesas,
suplica para nosotros y para los hombres de
las generaciones futuras
la gracia del abandono en el amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, cl rechazo y
la prueba,
por dura y larga que sea,
jamás dudemos de su amor.
A Jesús, tu Hijo,
todo honor y toda gloria por los siglos de
los siglos.
R/.Amén.
QUINTA ESTACIÓN:
SIMÓN DE CIRENE LLEVA LA CRUZ DE JESÚS
Obligaron a
Simón (cf. Mt 15, 21).
Los soldados romanos lo hicieron temiendo
que el Condenado, agotado, no lograra llevar
la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido
ejecutar en él la sentencia, de la
crucifixión.
Buscaban a un hombre que lo ayudase a llevar
la cruz.
Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron a
cargar aquel peso. Se puede uno imaginar que
él no estuviera de acuerdo y se opusiera.
Llevar la cruz junto con un condenado podía
considerarse un acto ofensivo de la dignidad
de un hombre libre.
Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz para
ayudar a Jesús.
En un canto de
cuaresma se escuchan estas palabras: "Bajo
el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo".
Son palabras que dejan entrever un cambio
total de perspectiva: el divino Condenado
aparece como alguien que, en cierto modo,
"hace don" de la cruz.
¿Acaso no fue El quien dijo: "El que no toma
su cruz y me sigue detrás no es digno de
mí?" (Mt
10,38).
Simón recibe un
don.
Se ha hecho "digno" de él.
Lo que a los ojos de la gente podía ofender
su dignidad, en la perspectiva de la
redención, en cambio, le ha otorgado una
nueva dignidad. El Hijo de Dios le ha
convertido, de manera singular, en
copartícipe de su obra salvífica.
¿Simón, es
consciente de ello?
El evangelista Marcos identifica a Simón de
Cirene como "padre de Alejandro y de Rufo"
(15, 21).
Si los hijos de Simón de Cirene eran
conocidos en la primitiva comunidad
cristiana, se puede pensar también él haya
creído en Cristo, precisamente mientras
llevaba la cruz. Pasó libremente de la
constricción a la disponibilidad, como si
hubieran llegado a su corazón aquellas
palabras: "El que no lleva su cruz conmigo,
no es digno de mí".
Llevando la
cruz, fue introducido en el conocimiento del
evangelio de la cruz.
Desde entonces
este evangelio habla a muchos, a
innumerables cireneos, llamados a lo largo
de la historia a llevar la cruz junto con
Jesús.
ORACION
Cristo, que has
concedido a Simón de Cirene
la dignidad de llevar tu cruz,
acógenos también a nosotros bajo su peso,
acoge a todos los hombres
y concede a cada uno la gracia de la
disponibilidad.
Haz que no apartemos nuestra mirada de
quienes
están oprimidos por la cruz de la
enfermedad,
de la soledad, del hambre y de la
injusticia.
Haz que, llevando las cargas los unos de los
otros,
seamos testigos del evangelio de la cruz y
testigos de ti,
que vives y reinas por los siglos de los
siglos.
R/.Amén.
SEXTA ESTACIÓN:
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
La Verónica no
aparece en los Evangelios. No se menciona
este nombre, aunque se citan los nombres de
diversas mujeres que aparecen junto a Jesús.
Puede ser, pues, que este nombre exprese más
bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según
la tradición, en el camino del calvario una
mujer se abrió paso entre los soldados que
escoltaban a Jesús y enjugó con un velo él
sudor y la sangre del rostro del Señor.
Aquel rostro quedó impreso en el velo; un
reflejo fiel, un "verdadero icono". A eso se
referiría el nombre mismo de Verónica.
Si es así, este nombre, que ha hecho
memorable el gesto de aquella mujer, expresa
al mismo tiempo la más profunda verdad sobre
ella.
Un día, ante la
crítica de los presentes, Jesús defendió a
una mujer pecadora que había derramado
aceite perfumado sobre sus pies y los había
enjugado con. sus cabellos. A la objeción
que se le hizo en aquella
circunstancia, respondió: "¿Por qué
molestáis a esta mujer? Pues una obra buena
ha hecho conmigo (...). Al derramar este
ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi
sepultura lo ha hecho" (Mt 26,10.12). Las
mismas palabras podrían aplicarse también a
la Verónica. Se manifiesta así la profunda
elocuencia de este episodio. El Redentor del
mundo da a Verónica una imagen auténtica de
su rostro.
El velo, sobre
el que queda impreso el rostro de Cristo, es
un mensaje para nosotros. En cierto modo nos
dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo
gesto de verdadero amor hacia el prójimo
aumenta en quien lo realiza la semejanza con
el Redentor del mundo.
Los actos de
amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de
comprensión y de servicio deja en el corazón
del hombre una señal indeleble, que lo
asemeja un poco más a Aquél que "se despojó
de sí mismo tomando condición de siervo" (Flp
2,7).
Así se forma la identidad, el verdadero
nombre del ser humano.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo,
tú que aceptaste
el gesto desinteresado de amor de una mujer
y, a cambio, has hecho
que las generaciones la recuerden con el
nombre de tu rostro,
haz que nuestra obras,
y las de todos los que vendrán después de
nosotros,
nos hagan semejantes a ti
y dejen al mundo el reflejo de tu infinito
amor.
Para ti, Jesús, esplendor de la gloria del
Padre,
alabanza y gloria por los siglos.
R/.Amén.
SÉPTIMA
ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
"Y yo gusano,
que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del
pueblo" (Sal 22[21] 11,7). Vienen a la mente
estas palabras del salmo mientras
contemplamos a Jesús, que cae por segunda
vez bajo la cruz.
En el polvo de
la tierra está el Condenado. Aplastado por
el peso de su cruz. Cada vez más le fallan
sus fuerzas. Pero, aunque con gran esfuerzo,
se levanta para seguir el camino:
¿Qué nos dice a
nosotros, hombres pecadores, esta segunda
caída? Más aún que de la primera, parece
exhortarnos a levantarnos, a levantarnos
otra vez en nuestro camino de la cruz.
Cyprian Norwid
escribe: "No detrás de sí mismos con la cruz
del Salvador, sino detrás del Salvador con
la propia cruz". Sentencia breve pero que
dice mucho. Explica en qué sentido el
cristianismo es la religión de la cruz.
Deja entender que cada hombre encuentra en
este mundo a Cristo que lleva la cruz y cae
bajo su peso.
A su vez, Cristo, en el camino del Calvario,
encuentra a cada hombre y, cayendo bajo el
peso de la cruz, no deja de anunciar la
buena nueva.
Desde hace dos
mil años el evangelio de la cruz habla al
hombre. Desde hace veinte siglos Cristo, que
se levanta de la caída, encuentra al hombre
que cae.
A lo largo de
estos dos milenios, muchos han experimentado
que la caída no significa el final del
camino.
Encontrando al Salvador, se han sentido
sosegados por Él: "Te basta mi gracia: la
fuerza se realiza en la debilidad" (2 Co
12,9).
Se han levantado confortados y han
transmitido al mundo la palabra de la
esperanza que brota de la cruz.
Hoy, cruzado el umbral del nuevo milenio,
estamos llamados a profundizar el contenido
de este encuentro.
Es necesario que nuestra generación lleve a
los siglos venideros la buena nueva de
nuestro volver a levantarnos en Cristo.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo,
que caes bajo el peso del pecado del hombre
y te levantas para tomarlo sobre ti y
borrarlo,
concédenos a nosotros, hombres débiles,
la fuerza de llevar la cruz de cada día
y de levantarnos de nuestras caídas,
para llevar a las generaciones que vendrán
el Evangelio de tu poder salvífico.
A ti, Jesús, soporte de nuestra debilidad,
la alabanza y la gloria por los siglos.
R/.Amén.
OCTAVA ESTACIÓN:
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
"Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más
bien por vosotras y por vuestros hijos.
Porque llegarán días en que se dirá:
¡Dichosas las estériles, las entrañas que no
engendraron y los pechos que no criaron!
Entonces se pondrán a decir a los montes:
¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas:
¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen
esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc 23, 28-3
1)
Son las palabras
de Jesús a las mujeres, que lloraban
mostrando compasión por el Condenado. "No
lloréis por mí; llorad más bien por vosotras
y por vuestros hijos". Entonces era
verdaderamente difícil entender el sentido
de estas palabras. Contenían una profecía
que pronto habría de cumplirse. Poco antes,
Jesús había llorado por Jerusalén,
anunciando la horrenda suerte que le iba a
tocar. Ahora, Él parece remitirse a esa
predicción: "Llorad por vuestros hijos...".
Llorad, porque ellos, precisamente ellos,
serán testigos y partícipes de la
destrucción de Jerusalén, de esa Jerusalén
que "no ha sabido reconocer el tiempo de la
visita" (Lc 19,44).
Si, mientras
seguimos a Cristo en el camino de la cruz,
se despierta en nuestros corazones la
compasión por su sufrimiento, no podemos
olvidar esta advertencia.
"Si en el leño verde hacen esto, en el seco
¿qué se hará?".
Para nuestra generación, que deja atrás un
milenio, más que de llorar por Cristo
martirizado, es la hora de "reconocer el
tiempo de la visita". Ya resplandece la
aurora de la resurrección.
"Mirad ahora el momento favorable; mirad
ahora el día de salvación" (2 Co 6, 2).
Cristo dirige a
cada uno de nosotros estas palabras del
Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y me abre la
puerta, entraré en su casa y cenaré con él y
él conmigo. Al vencedor le concederé
sentarse conmigo en mi trono, como yo
también vencí y me senté con mi Padre en su
trono" (3, 20-2 1).
ORACIÓN
Cristo, que has
venido a este mundo
para visitar a todos los que esperan la
salvación,
haz que nuestra generación
reconozca el tiempo de tu visita
y tenga parte en los frutos de tu redención.
No permitas que por nosotros
y por los hombres del nuevo siglo
se tenga que llorar
porque hayamos rechazado la mano del Padre
misericordioso.
A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de
Sión,
honor y gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.
NOVENA ESTACIÓN:
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Cristo se
desploma de nuevo a tierra bajo el peso de
la cruz. La muchedumbre que observa, está
curiosa por saber si aún tendrá fuerza para
levantarse.
San Pablo
escribe: "El cual, siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo
obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz?" (Flp 2,6-8).
La tercera caída
parece manifestar precisamente esto: El
despojo, la kenosis del Hijo de Dios, la
humillación bajo la cruz: Jesús había dicho
a los discípulos que había venido no para
ser servido, sino para servir (cf. Mt
20,28). En el Cenáculo, inclinándose en
tierra y lavándoles los pies, parece como si
hubiera querido habituarlos a esta
humillación suya. Cayendo a tierra por
tercera vez en el camino de la cruz, de
nuevo proclama a gritos su misterio.
¡Escuchemos su voz!
Este condenado, en tierra, bajo el peso de
la cruz, ya en las cercanías del lugar del
suplicio, nos dice: "Yo soy el camino, la
verdad y la vida" (Jn 14, 6). "El que me
siga no caminará en la oscuridad, sino que
tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
Que no nos
asuste la vista de un condenado que cae a
tierra extenuado bajo la cruz.
Esta
manifestación externa de la muerte, que ya
se acerca, esconde en sí misma la luz de la
vida.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo,
que por tu humillación bajo la cruz
has revelado al mundo el precio de su
redención,
concede a los hombres del tercer milenio la
luz de la fe,
para que reconociendo en ti
al Siervo sufriente de Dios y del hombre,
tengamos la valentía de seguir el mismo
camino,
que a través de la cruz y el despojo,
lleva a la vida que no tendrá fin.
A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad,
honor y gloria por los siglos.
R/. Amén.
DÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS, LE DAN
A BEBER HIEL Y VINAGRE.
"Después de
probarlo, no quiso beberlo" (Mt 27,34).
No quiso
calmantes, que le habrían nublado la
conciencia durante la agonía. Quería
agonizar en la cruz conscientemente,
cumpliendo la misión recibida del Padre.
Esto era
contrario a los métodos usados por los
soldados encargados de la ejecución.
Debiendo clavar en la cruz al condenado,
trataban de amortiguar su sensibilidad y conciencia.
En el caso de Cristo no podía ser así. Jesús
sabe que su muerte en la cruz debe ser un
sacrificio de expiación. Por eso quiere
mantener despierta la conciencia hasta el
final. Sin ésta no podría aceptar, de un
modo completamente libre, la plena medida
del sufrimiento.
En efecto, Él
debe subir a la cruz para ofrecer el
sacrificio dé la Nueva Alianza.
Él es Sacerdote. Debe entrar mediante su
propia sangre en la morada eterna, después
de haber realizado la redención del mundo (cf.
Hb 9, 12).
Conciencia y
libertad: son los requisitos imprescindibles
del actuar plenamente humano. El mundo
conoce tantos medios para debilitar la
voluntad y. ofuscar la conciencia. Es
necesario defenderlas celosamente de todas
las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo
por atenuar el dolor debe realizarse siempre
respetando la dignidad humana.
Hay que
comprender profundamente el sacrificio de
Cristo, es necesario unirse a él para no
rendirse, para no permitir que la vida y la
muerte pierdan su valor.
ORACIÓN
Señor Jesús,
que con total entrega has aceptado la muerte
de cruz
por nuestra salvación,
haznos a nosotros y a todos los hombres del
mundo
partícipes de tu sacrificio en la cruz,
para que nuestro existir y nuestro obrar
tengan la forma de una participación libre y
consciente
en tu obra de salvación.
A ti, Jesús, sacerdote y víctima,
honor y gloria por los siglos.
R/.Amén.
DÉCIMO-PRIMERA
ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
"Han taladrado
mis manos y mis pies, puedo contar todos mis
huesos" (Sal 21 [22], 17-18).
Se cumplen las palabras del profeta.
Comienza la ejecución.
Los golpes de los soldados aplastan contra
el madero de la cruz las manos y los pies
del condenado.
En las muñecas de las manos, los clavos
penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán
al condenado entre los indescriptibles
tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su
espíritu de gran sensibilidad. Cristo sufre
lo indecible.
Junto a él son
crucificados dos verdaderos malhechores, uno
a su derecha y el otro a su izquierda. Se
cumple así la profecía: "con los rebeldes
fue contado" (Is 53,12).
Cuando los
soldados levanten la cruz, comenzará una
agonía que durará tres horas. Es necesario
que se cumpla también esta palabra: "Y yo
cuando sea levantado de la tierra, atraeré a
todos hacia mí" (Jn 12, 32). ¿Qué es lo que
"atrae" de este condenado agonizante en la
cruz? Ciertamente, la vista de un
sufrimiento tan intenso despierta compasión.
Pero la compasión es demasiado poco para
mover a unir la propia vida a Aquél que está
suspendido en la cruz.
¿Cómo explicar
que, generación tras generación, esta
terrible visión haya atraído a una multitud
incontable de personas, que han hecho de la
cruz el distintivo de su fe? ¿De hombres y
mujeres que durante siglos han vivido y dado
la vida mirando este signo?
Cristo atrae
desde la cruz con la fuerza del amor, del
Amor divino, que ha llegado hasta el don
total de sí mismo; del Amor infinito, que en
la cruz ha levantado de la tierra el peso
del cuerpo de Cristo, para contrarrestar el
peso de la culpa antigua; del Amor
ilimitado, que ha colmado toda ausencia de
amor y ha permitido que el hombre nuevamente
encuentre refugio entre los brazos del Padre
misericordioso.
¡Que Cristo
elevado en la cruz nos atraiga también a
nosotros, hombres y mujeres del nuevo
milenio! Bajo la sombra de la cruz, "vivimos
en el amor como Cristo nos amó y se entregó
por nosotros como oblación y víctima de
suave aroma" (Ef 5,2).
ORACION
Cristo elevado,
Amor crucificado,
llena nuestros corazones de tu amor,
para que reconozcamos en tu cruz
el signo de nuestra redención
y, atraídos por tus heridas,
vivamos y muramos contigo,
que vives y reinas con el Padre y el
Espíritu Santo,
ahora y por los siglos de los siglos.
R/.Amén.
DECIMOSEGUNDA
ESTACION: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
"Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc
23,34).
En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida
al hombre, no olvida en especial a los que
son la causa de su sufrimiento. El sabe que
el hombre. más que de cualquier otra cosa,
tiene necesidad de amor: tiene necesidad de
la misericordia que en este momento se
derrama en el mundo.
"Yo te aseguro:
hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc
23,43). Así responde Jesús a la petición del
malhechor que estaba a su derecha: "Jesús,
acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (Lc
23,42)
La promesa de una nueva vida. Este es el
primer fruto de la pasión y de la inminente
muerte de Cristo. Una palabra de esperanza
para el hombre.
A los pies de la
cruz estaba la madre, y a su lado el
discípulo, Juan evangelista. Jesús dice:
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al
discípulo: Ahí tienes a tu madre" (Jn
19,26-27). "Y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,27).
Es el testamento para las personas que más
amaba.
El testamento para la Iglesia. Jesús al
morir quiere que el amor maternal de María
abrace a todos por los
que Él da la vida, a toda la humanidad.
Poco después,
Jesús exclama: "Tengo sed" (Jn 19,28).
Palabra que deja ver la sed ardiente que
quema todo su cuerpo. Es la única palabra
que manifiesta directamente su sufrimiento
físico. Después Jesús añade: "¡Dios mio,
Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mt
27,46; cf. Sal 21 [22], 2); son las palabras
del Salmo con el que Jesús ora. La frase, no
obstante la apariencia, manifiesta su unión
profunda con el Padre
En los últimos instantes de su vida terrena,
Jesús dirige su pensamiento al Padre. El
diálogo se desarrollará ya sólo entre el
Hijo que muere y el Padre que acepta su
sacrificio de amor.
Cuando llega la
hora de nona, Jesús grita: "¡Todo está
cumplido!" (Jn 19,30). Ha llevado a
cumplimiento la obra de la redención. La
misión, para la que vino a la tierra, ha
alcanzado su propósito.
Lo demás
pertenece al Padre:
"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu"
(Lc 23,46). Dicho esto, expiró.
"El velo del Templo se rasgó en dos..." (Mt
27,51).
El "santo de los santos" en el templo de
Jerusalén se abre en el momento en que entra
el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo,
Tú que en el momento de la. agonía
no has permanecido indiferente a la suerte
del hombre
y con tu último respiro
has confiado con amor a la misericordia del
Padre
a los hombres y mujeres de todos los tiempos
con sus debilidades y pecados,
llénanos a nosotros y a las generaciones
futuras
de tu Espíritu de amor,
para que nuestra indiferencia
no haga vanos en nosotros los frutos de tu
muerte.
A ti, Jesús crucificado,
sabiduría y poder de Dios,
honor y gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.
DÉCIMOTERCERA
ESTACIÓN:
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO A LA
MADRE
Han devuelto a
las manos de la Madre el cuerpo sin vida del
Hijo. Los Evangelios no hablan de lo que
ella experimentó en aquel instante. Es como
si los Evangelistas, con el silencio,
quisieran respetar su dolor,
sus sentimientos y sus recuerdos. O,
simplemente, como si no se considerasen
capaces de expresarlos.
Sólo la devoción multisecular ha conservado
la imagen de la "Piedad", grabando de ese
modo en la memoria del pueblo cristiano la
expresión más dolorosa de aquel inefable
vínculo de amor nacido en el corazón de la
Madre el día de la anunciación y madurado en
la espera del nacimiento de su divino Hijo.
Ese amor se reveló en la gruta de Belén, fue
sometido a prueba ya durante la presentación
en el. Templo, se profundizó con los
acontecimientos conservados y meditados en
su corazón (cfr. Lc 2, 51).
Ahora este íntimo vínculo de amor debe
transformarse en una unión que supera los
confines de la vida y de la muerte.
Y será así a lo
largo de los siglos:
los hombres se detienen junto a la estatua
de la Piedad de Miguel Ángel, se arrodillan
delante de la imagen de la Melancólica
Benefactora ("Smetna Dobrodziejka") en la
iglesia de los Franciscanos, en Cracovia,
ante la Madre de los Siete Dolores, Patrona
de Eslovaquia; veneran a la Dolorosa en
tantos santuarios en todas las partes del
mundo. De este modo aprenden el difícil amor
que no huye ante el sufrimiento, sino que se
abandona confiadamente a la ternura de Dios,
para el cual nada es imposible (cf. Lc 1,
37).
ORACIÓN
Salve, Regina,
Mater misericordiae;
vita dulcedo el spes nostra, salve.
Ad te clamamus...
illos tuos misericordes oculos ad nos
converte
et Iesum, benedictumfructunz ventris tui,
nobis post hoc exilium ostende.
Alcánzanos la
gracia de la fe,
de la esperanza y de la caridad,
para que también nosotros, como tú,
sepamos perseverar bajo la cruz
hasta al último suspiro.
A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador,
con el Padre y el Espíritu Santo, .
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos
R/.Amén.
DECIMOCUARTA
ESTACIÓN: EL CUERPO DE JESÚS ES PUESTO EN EL
SEPULCRO
"Fue
crucificado, muerto y sepultado...".
El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado
en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin
embargo, no es el sello definitivo de su
obra. La última palabra no pertenece a la
falsedad, al odio y al atropello.
La última palabra será pronunciada por el
Amor, que es más fuerte que la muerte.
"Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda él
solo; pero si muere, da mucho fruto" ( Jn
12, 24).
El sepulcro es la última etapa del morir de
Cristo en el curso de su vida terrena; es
signo de su sacrificio supremo por nosotros
y por nuestra salvación.
Muy pronto este
sepulcro se convertirá en el primer anuncio
de alabanza y exaltación del Hijo de Dios en
la gloria del Padre, "Fue crucificado,
muerto y sepultado (....) al tercer día
resucitó de entre los muertos". Con la
deposición del cuerpo sin vida de Jesús en
el sepulcro, a los pies del Gólgota, la
Iglesia inicia la vigilia del Sábado Santo.
María conserva en lo profundo de su corazón
y medita la pasión del Hijo; las mujeres se
dan cita para la mañana del día siguiente
del sábado, para ungir con aromas el cuerpo
de Cristo; los discípulos se reúnen, ocultos
en el Cenáculo, hasta que no haya pasado el
sábado.
Esta vigilia
acabará con el encuentro en el sepulcro, el
sepulcro vacío del Salvador. Entonces el
sepulcro, testigo mudo de la resurrección,
hablará. La losa levantada, el interior
vacío, las vendas por tierra, será lo que
verá Juan, llegado al sepulcro junto con
Pedro: "Vio y creyó" (Jn 20, 8). Y, con él,
creyó la Iglesia, que desde aquel momento no
se cansa de transmitir al mundo esta verdad
fundamental de su fe: "Cristo ha resucitado
de entre los muertos, primicia de todos los
que han muerto" (1 Co 15, 20).
El sepulcro
vacío es signo de la victoria definitiva, de
la verdad sobre la mentira, del bien sobre
el mal, de la misericordia sobre el pecado,
de la vida sobre la muerte.
El sepulcro vacío es signo de la esperanza
que "no defrauda" (Rm 5, 5). "Nuestra
esperanza está llena de inmortalidad" (Sb 3,
4).
ORACIÓN
Señor
Jesucristo,
que por el Padre, con la potencia del
Espíritu Santo,
fuiste llevado desde las tinieblas de la
muerte
a la luz de una nueva vida en la gloria,
haz que el signo del sepulcro vacío nos
hable a nosotros
y a las generaciones futuras
y se convierta en fuente viva de fe,
de caridad generosa y de firmísima
esperanza.
A ti, Jesús, presencia escondida
y victoriosa en la historia del mundo
honor y gloria por los siglos
R/.Amén. |