Sábado
Santo
La
sepultura del Cuerpo de Jesús
I. Después de tres horas de agonía
Jesús ha muerto. El cielo se oscureció, pues era el
Hijo de Dios quien moría. El velo del templo se rasgó
de arriba abajo, significando que con la muerte de
Cristo había caducado el culto de la Antigua Alianza (Hebreos
9, 1-14); ahora, el culto agradable a Dios se tributa a
través de la Humanidad de Cristo, que es Sacerdote y Víctima.
Uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y
al instante brotó sangre y agua (Juan 19, 33). San
Agustín y la tradición cristiana ven brotar los
sacramentos y la misma Iglesia del costado abierto de
Jesús (Comentario al Evangelio de San Juan). Esta
herida que traspasa el corazón es de superabundancia de
amor que se añade a las otras, y María, que sufre
intensamente, comprende ahora las palabras de Simeón:
una espada traspasará tu alma. Bajaron a Cristo de la
Cruz con cariño y lo depositaron en brazos de su Madre.
Miremos a Jesús como le miraría la Virgen Santísima,
y le decimos: ¡Oh buen Jesús!, Óyeme. Dentro de tus
llagas escóndeme. No permitas que me aparte de Ti (MISAL
ROMANO, Acción de gracias de la Misa)
II. Cuando todos los discípulos, excepto Juan han huido,
José de Arimatea se presenta a Pilato para hacerse
cargo del Cuerpo de Jesús: “La más grande demanda
que jamás se ha hecho” (LUIS DE LA PALMA, La Pasión
del Señor), y aparece Nicodemo, el mismo que había
venido a Él de noche, trayendo una mezcla de mirra y áloe,
como de cien libras (Juan 19, 39). ¡Cómo agradecería
la Virgen la ayuda de estos dos hombres: su generosidad,
su valentía, su piedad! El pequeño grupo junto a la
Virgen y las mujeres que menciona el Evangelio, se hace
cargo de dar sepultura al Cuerpo de Jesús: lo lavaron
con extremada piedad, lo perfumaron, lo envolvieron en
un lienzo nuevo que compró José (Marcos 15, 46), y lo
depositaron en un sepulcro nuevo excavado en la roca
propiedad de José, y finalmente cubrieron su cabeza con
un sudario (Juan 20, 5-6). ¡Cómo envidiamos a José de
Arimatea y a Nicodemo! “¡Cuando todo el mundo os
abandone y desprecie..., serviam!, Os serviré, Señor”
(SAN
JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Vía Crucis).
III. No sabemos dónde estaban los Apóstoles aquella
tarde. Andarían perdidos, desorientados y confusos.
Pero acuden a la Virgen. Ella protegió con su fe, su
esperanza y su amor a esta naciente Iglesia, débil y
asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra
Madre. Si alguna vez nos encontramos perdidos por haber
abandonado el sacrificio y la Cruz como los Apóstoles,
debemos acudir enseguida a esa luz continuamente
encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima.
Ella nos devolverá la esperanza. Junto a Ella nos
disponemos a vivir la inmensa alegría de la
Resurrección.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre