Cuaresma 2003

 


Miércoles Santo

Camino del Calvario

   Jesús se abraza a la cruz salvadora y nos enseña cómo debemos cargar con la nuestra: con amor, corredimiendo con Él a todas las almas, reparando por los propios pecados. Hoy podemos preguntarnos cómo llevamos las contrariedades y el dolor, si nos acercan a Cristo.



I. Tras una noche de dolor, de burlas y desprecio, Jesús, roto por el terrible tormento de la flagelación, es llevado para ser crucificado. Jesús es condenado a sufrir un doloroso castigo y la muerte reservada a los criminales. Al poco tiempo, todos ven que está demasiado débil para llevar sobre sus hombros la cruz hasta el Calvario. Un hombre, Simón de Cirene, que va camino de su casa, es forzado a cargar con ella. ¿Dónde están sus discípulos? Ninguno le ayuda a llevar el madero, lo ha de hacer un extraño, y obligado por la fuerza. Simón cogió el extremo de la cruz y lo cargó sobre sus hombros. El otro, el más pesado, el del amor no correspondido, el de los pecados de cada hombre, ése lo llevó Cristo, solo. Entre tanto desamparo solamente se le acerca una mujer de nombre Verónica a limpiarle el rostro con un amor de reparación. Pero el Señor está agotado y cae y se levanta por tres veces. “Has llegado en un buen momento para cargar con la Cruz: la Redención se está haciendo –ahora-, y Jesús necesita muchos cirineos.” (SAN JOSEMARÍA. ESCRIVÁ, Via Crucis)

II. A Jesús, formando parte del cortejo, y para hacer más humillante su muerte, le acompañan dos ladrones. Como ellos, hoy también se puede llevar la cruz de distintas formas. Hay cruz llevada con rabia, contra la que el hombre se revuelve lleno de odio, o al menos, de un profundo malestar; es una cruz sin sentido y sin explicación que aleja de Dios. Es la cruz de los que no quieren comprender el sentido sobrenatural del sufrimiento. Es una cruz que no redime: es la que lleva uno de los ladrones. El segundo ladrón lleva su cruz con resignación, incluso con dignidad humana, aceptándola porque no hay otro remedio, hasta que se da cuenta que Cristo está junto a él. Y finalmente, Jesús se abraza a la cruz salvadora y nos enseña cómo debemos cargar con la nuestra: con amor, corredimiendo con Él a todas las almas, reparando por los propios pecados. Hoy podemos preguntarnos cómo llevamos las contrariedades y el dolor, si nos acercan a Cristo.

III. En el Via Crucis meditamos que, en una de aquellas callejuelas, Jesús encontró con su Madre. “Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Via Crucis). Cuando el dolor y la aflicción nos aquejen, cuando se hagan más penetrantes, acudiremos a Santa María, Mater dolorosa, para que nos haga fuertes y para aprender a santificarlos con paz y serenidad.


 

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre