
Domingo
de Resurrección
Jesús
resucitó de entre los muertos
I. En verdad ha resucitado el Señor,
aleluya. A Él la gloria y el poder por toda la
eternidad (Lucas 24, 34; Apocalipsis 1, 6). La
Resurrección gloriosa del Señor es la clave para
interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe.
Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda
predicación sería inútil y nuestra fe vacía de
contenido (1 Corintios 15, 14-17). Además, en la
Resurrección de Cristo se apoya nuestra propia
resurrección. La Pascua es la fiesta de nuestra redención
y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.
Los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección
de Jesús (Hechos 1, 22; 2, 32; 3, 15). Anuncian que
Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación.
Esto es lo que después de veinte siglos, nosotros
anunciamos al mundo: ¡Cristo vive!. Y esto nos colma de
alegría el corazón. La Resurrección es el argumento
supremo de la divinidad de Nuestro Señor. “Esta es la
gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús,
que murió en la cruz, ha triunfado de la muerte, del
poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia: en
Él, lo encontramos todo: fuera de Él, nuestra vida
queda vacía” (SAN
JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa).
II. El mundo había quedado a oscuras. La Resurrección
es la gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz (Juan
8, 12), había dicho Jesús; luz para el mundo, para
cada época de la historia, para cada sociedad, para
cada hombre. La luz del cirio pascual simboliza a Cristo
resucitado. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda
la tierra sumida en tinieblas. La Resurrección de
Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y
llevar luz a otros. Para eso debemos estar unidos a
Cristo. “Instaurare omnia in Christo, da como lema San
Pablo a los Cristianos de Efeso (Efesos 1, 10); informar
el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a
Cristo en la entraña de todas las cosas: esta es
nuestra misión de cristianos, proclamar la Realeza de
Cristo en todas las encrucijadas de la tierra.
III. La Virgen Santísima sabe que Cristo resucitará.
En un clima de oración, que nosotros no podemos
describir, espera a su Hijo glorioso. Una tradición
antiquísima de la Iglesia nos transmite que Jesús se
apareció en primer lugar y a solas a su Madre. La
Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una
inmensa alegría. Nosotros nos unimos a esta inmensa
alegría. Santo Tomás de Aquino aconsejaba que no dejáramos
de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo
(Vida y misericordia de la Santísima Virgen). Es lo que
hacemos ahora que comenzamos a rezar el Regina Coeli en
lugar del Angelus: Alégrate Reina del Cielo, ¡aleluya!,
porque Aquel a quien mereciste llevar dentro de ti ha
resucitado. Hagamos el propósito de vivir este tiempo
pascual muy cerca de Santa María.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre