
La muchedumbre pide
una señal
Lucas 11, 29-32
Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir:
«Esta generación es una generación malvada; pide una
señal, y no se le dará otra señal que la señal de
Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los
ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta
generación. La reina del Mediodía se levantará en el
Juicio con los hombres de esta generación y los
condenará: porque ella vino de los confines de la
tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay
algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en
el Juicio con esta generación y la condenarán;
porque ellos se convirtieron por la predicación de
Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.

Miércoles de la primera semana de
Cuaresma
Confesar los
pecados
Muchas
veces a lo largo de la vida hemos pedido perdón, y
muchas veces nos ha perdonado el Señor. Cada uno de
nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia
divina
I. Recuerda, Señor, que tu ternura y
tu misericordia son eternas (Salmo 24, 6), leemos en la
Antífona de la Misa. La Cuaresma es un tiempo oportuno
para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de
la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace
presente en el sacerdote: encuentro siempre único y
distinto. Allí nos acoge, nos cura, nos limpia, nos
fortalece. Cuando nos acercamos a este sacramento
debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser el
centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a
Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata de
mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su
bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es
un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de
referencia. Somos como el hijo pródigo que vuelve a la
casa paterna. Debemos sentir deseos de encontrarnos con
el Señor lo antes posible para descargar en Él el dolor
por nuestros pecados.
II. Muchas veces a lo largo de la
vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha
perdonado el Señor. Cada uno de nosotros sabe cuánto
necesita de la misericordia divina. Así acudimos a la
Confesión: a pedir absolución de nuestras culpas como
una limosna que estamos lejos de merecer. Pero vamos con
confianza, fiados no en nuestros méritos, sino en Su
misericordia, que es eterna e infinita, siempre
dispuesto al perdón. La confesión debe ser concisa,
concreta, clara y completa. Confesión concisa, de no
muchas palabras: las precisas, sin adornos. Confesión
concreta, sin divagaciones: pecados y circunstancias.
Confesión clara, para que nos entiendan, poniendo de
manifiesto nuestra miseria con modestia y delicadeza.
Confesión completa, íntegra, sin dejar de decir nada por
falsa vergüenza.
III. La Confesión nos hace participar
en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su
Resurrección. Cada vez que la recibimos con las d as
disposiciones se opera en nuestra alma un renacimiento a
la vida de la gracia, fuerzas para combatir las
inclinaciones confesadas, para evitar las ocasiones de
pecar, y para no reincidir en las faltas cometidas. La
Confesión sincera deja en el alma una gran paz y una
gran alegría. “Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir
a Jesús, y te llenas de dolor: ¡Qué sencillo pedirle
perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en
el pecho las ansias de reparar!” (SAN
JOSEMARIA. ESCRIVÁ, Via Crucis)
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Dios
siempre nos envía señales
¿Cómo
nos envía Dios señales? Dios nos las envía
fundamentalmente a través de nuestra
conciencia.
Una conciencia que tiene que estar buscando
constantemente a Dios; una conciencia que no
tiene que detenerse jamás a pesar de las
barreras de las murallas que hay en la propia
alma.
Autor: P.
Cipriano Sánchez
Jon. 3, 1-10
Lc. 11,29-32
J esucristo califica con mucha dureza a la
gente de su tiempo y dice que son una generación
perversa. Perversa porque tienen una señal y
no están dispuestos a aceptar la señal que
Dios les da. La señal que Cristo dará, será
su Resurrección. Pero Cristo mismo es
consciente de que no es suficiente con que
Dios dé señales a los hombres; Cristo es
consciente de que es necesario que los hombres
aceptemos las señales que Dios nos da, que
estemos dispuestos a abrir nuestro corazón a
las señales; de otra forma, nuestro corazón
es un corazón perverso.
¿Qué significa esto? Esto significa que
nuestro corazón puede estar caminando de una
forma alejada de Dios Nuestro Señor, viviendo
de una forma torcida, porque no está
aceptando el modo concreto en el cual Dios
llega a su vida. Todo este camino que es
nuestra existencia, está sembrado por señales
de Dios. Está de una forma o de otra, con una
constante presencia de un Dios que nos va señalando,
indicando, prestando, como una luz que
parpadea en todo momento de nuestra vida. Así
es Dios en nuestro corazón, con todas las señales
que constantemente nos va marcando.
Señales que a veces podrían parecernos extrañas,
como el que “la reina del Sur vaya a ver a
Salomón”. ¿Qué es lo que la reina del Sur
había hecho para ir a ver a Salomón?
Simplemente había oído hablar de su sabiduría.
¿Qué es lo que Jonás predica a los
ciudadanos de Ninive? Simplemente el hecho de
que Ninive va a ser destruida. La reina del
Sur cambia su vida y es capaz de ir hasta
Israel para ver a Salomón y los ninivitas
cambian su vida y se convierten. Es decir, no
es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos
manda una señal particular para que cambiemos
nuestra vida, el problema está en si nuestro
corazón va abriendo los ojos a esas señales,
si está dispuesto en todo momento a escuchar
lo que Dios le quiere decir.
Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia:
cuidado, porque a ustedes no se les van a dar
otras señales más que la señal del profeta
Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal,
se nos presenta en la vida de una forma que
nosotros tenemos que tomarla arriesgando
nuestra vida. Cristo cuando se nos presenta en
la vida de una forma que nosotros tenemos que
tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo
cuando se nos presenta en nuestra vida, no nos
da mucha seguridad, al contrario, más bien
nos pone en más riesgo. Cristo cuando llega a
nuestra existencia, nos hace arriesgarnos más.
La reina del Sur podría haber dicho: “¿Cómo
voy a ir yo hasta allá para escuchar a un rey
que dicen que es muy sabio?” Los habitantes
de Ninive podrían haber dicho”. ¡Este señor
esta mal! ¿Por qué va a tener que destruir
nuestra ciudad dentro de tres días si no
cambiamos nuestra existencia?”. Y a la reina
del Sur se hubiera quedado sin conocer la
sabiduría y los habitantes de Ninive se habrían
quedado sin conocer la Misericordia de Dios.
No habrán sido capaces de captar la señal
con la que Dios, en ese momento, estaba
pasando por sus vidas. No habrían sido
capaces de captar la luz con la que Dios, en
ese momento, quería iluminar su existencia.
Cuando uno mira para atrás de la propia
existencia y empieza a ver la cantidad de señales
que no ha captado y la cantidad de veces que
la luz no brilló en nuestro corazón, podría
preguntarse: ¿qué hago ahora si he dejado
muchas señales, muchas luces de Dios? ¿No
será un paso gigante para mi alma? ¿Tendré
posibilidad de dar marcha atrás? ¿La reina
del Sur tendría posibilidad de volverse a
encontrar con Salomón? ¿Los habitantes de
Ninive habrían tenido posibilidad de volver,
otra vez a escuchar a Jonás? No lo sabemos.
Sabemos una cosa como decíamos en el Salmo
“Un corazón contrito. Dios no lo desprecia”.
Que si en nuestro interior hay el anhelo y el
deseo de volver a Dios, Él siempre va a esta
listo para darnos de nuevo su luz. Dios
siempre va a estar listo para presentarse de
nuevo en nuestra vida.
¿Cómo nos envía
Dios señales? Dios nos las envía
fundamentalmente a través de nuestra
conciencia. Una conciencia que tiene que
estar buscando constantemente a Dios; una
conciencia que no tiene que detenerse jamás a
pesar de las barreras de las murallas que hay
en la propia alma.
Lo contrario de la perversión es la conversión.
Si nuestra alma está constantemente convirtiéndose
a Dios, así encuentre un su vida mil defectos,
mil problemas, mil reticencias, mil miedos,
encontrará al Señor. Es lo mismo que les
ocurrió a los habitantes de Nínive. Es la
frase final, con la cual el rey de Nínive
termina su mandato: “Quizá Dios se
arrepienta y nos perdone, aplaque el incendio
de su ira y así no moriremos”. Aunque halla
murallas, dificultades; aunque seamos nosotros
mismos los primeros que nos sintamos como obstáculo
al regreso de Dios N. S., no olvidemos que Él
siempre está en el camino de la conversión.
Él siempre está ahí, dispuesto a darnos la
mano, a tendernos la posibilidad de regresar a
Él.
¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro
camino de conversión encontramos algo que se
nos hace tremendamente difícil de superar? ¿Somos
más grandes nosotros que la Misericordia de
Dios? ¿Es más milagroso el hecho de que una
mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una
ciudad completa, se convierta ante la voz de
una profeta, que la Resurrección del Hijo de
Dios?
En esta Cuaresma tenemos que ir viendo hasta
qué punto estamos aceptando las señales de
Dios N. S. nos da. Viendo cómo Dios me habla,
que detrás de ese cómo Dios me habla, a
veces gozo, con penas, a veces con un
quebranto tremendo de corazón y a veces con
una grandísima alegría en el alma. Estas señales
de Dios, tienen detrás un sello que es la
Resurrección de Cristo y si nosotros las
aceptamos, no simplemente vamos a estar
aceptando a un Dios que pasa por nuestra vida,
sino que vamos a estar aceptando la garantía
con la cual, Dios N. S. pasa por nuestra vida.
Hagamos de nuestra existencia, de nuestro
camino, de nuestro encuentro con Dios, un
constante aceptar el modo en el que Dios me ha
hablado, aunque yo no lo entienda. “Aunque
este muy lejos Salomón”. Abramos nuestros
ojos, abramos nuestro corazón, nuestra vida a
las señales de Dios y permitamos que el Señor
vaya señalando, indicando por dónde nos
quiere llevar.
Si algún día no sabemos por dónde nos está
llevando, que solamente nos preocupe el no
perder de vista las señales de Dios. No
importa por dónde nos lleve, eso es problema
de Él. Nuestro autentico problema, es no
perder de vista las señales de Dios, porque
por donde Él nos lleve, tendremos siempre la
certeza de que nos está llevando por el
camino siempre correcto, por el que nosotros
necesitamos ir.
Que ésta sea nuestra oración y el más
profundo fruto de esta Cuaresma: ser tan auténticos
con nosotros mismos, que seamos capaces de ver
la autenticidad con la que Dios nos habla. Que
nunca la autenticidad de Dios, choque con la
inautenticidad de nuestra vida. Que la
autenticidad con la que Él se manifiesta en
nuestra existencia, a través de sus señales,
encuentre siempre como eco el corazón abierto,
dispuesto, auténtico, que recibe todas las señales
que el Señor le da.
Para comunicarse con el autor:
P.
Cipriano Sánchez

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