
Mateo 6, 7-15
Y al orar, no charléis
mucho, como los gentiles, que se figuran que por su
palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos,
porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro
que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra
como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes
caer en tentación, mas líbranos del mal. «Que si
vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre
celestial; pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

Martes de la primera semana de
Cuaresma
Ayuda de los
Ángeles Custodios
Los
Ángeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada
hombre a alcanzar su fin sobrenatural, por lo tanto, los
auxilian contra todas las tentaciones y peligros, y
traen a su corazón buenas inspiraciones.
I. San Mateo termina la narración de
las tentaciones de nuestro Señor con este versículo:
Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le
servían (Mateo 4, 11). Es doctrina común que todos los
hombres, bautizados o no, tienen su Ángel Custodio. Su
misión comienza en el momento de la concepción de cada
hombre y se prolonga hasta el momento de su muerte. San
Juan Crisóstomo afirma que todos los ángeles custodios
concurrirán al juicio universal para “dar testimonio
ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de
Dios para la salvación de cada hombre” (Catena Aurea) En
los Hechos de los Apóstoles encontramos numerosos
pasajes en que se manifiesta la intervención de estos
santos ángeles, y también la confianza con han sido
tratados por los primeros cristianos (5, 19-20; 8, 26;
10, 3-6). Nosotros hemos de tratarles con la misma
confianza, y nos asombraremos muchas veces del auxilio
que nos prestan, para vencer en la lucha contra los
enemigos.
II. Los Ángeles Custodios tienen la
misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin
sobrenatural, por lo tanto, los auxilian contra todas
las tentaciones y peligros, y traen a su corazón buenas
inspiraciones. Son nuestros intercesores, nuestros
custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos.
Nuestro Ángel Custodio nos puede prestar también ayudas
materiales, si son convenientes para nuestro fin
sobrenatural o para el de los demás. No tengamos reparo
en pedirle su favor en las pequeñas cosas materiales que
necesitamos cada día, como por ejemplo, encontrar
estacionamiento para el coche. Especialmente pueden
colaborar con nosotros en el trato de las personas que
nos rodean y en el apostolado. Hemos de tratarle como a
un entrañable amigo; él siempre está en vela y dispuesto
a prestarnos su concurso, si se lo pedimos. Y al final
de la vida, nuestro Ángel nos acompañará ante el
tribunal de Dios.
III.
Para que nuestro Ángel nos preste su ayuda es necesario
darle a conocer, de alguna manera, nuestras intenciones
y deseos, puesto que no puede leer el interior de la
conciencia como Dios. Basta con que le
hablemos mentalmente para que nos entienda, o incluso
para que llegue a deducir lo que no somos capaces de
expresar. Por eso debemos tener un trato de amistad con
él; y tenerle veneración, puesto que a la vez que está
con nosotros, está siempre en la presencia de Dios. Hoy
le pedimos a la Virgen, Regina Angelorum, que nos enseñe
a tratar a nuestro Ángel, particularmente en esta
Cuaresma.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Reflexionar sobre nuestra vida durante
Cuaresma
La acción de Dios en la Cuaresma, de una
forma muy particular, baja sobre todos
los hombres para darnos a todos ya a
cada uno una muy especial ayuda de cara
a la fecundidad personal.
Autor: P. Cipriano
Sánchez
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Is. 55, 10-11
Mt. 6, 7-15
El tiempo de
cuaresma, de una forma especial, nos
urge a reflexionar sobre nuestra vida.
Nos exige que cada uno de nosotros
llegue al centro de sí mismo y se ponga
a ve cuál es le recorrido de la propia
vida. Porque cuando vemos la vida
de otras gentes que caminan a nuestro
lado, gente como nosotros, con defectos,
debilidades, necesitadas, y en las que
la gracia del Señor va dando plenitud a
su existencia, la va fecundando, va
haciendo de cada minuto de su vida un
momento de fecundidad espiritual,
deberíamos cuestionarnos muy seriamente
sobre el modo en que debe realizarse en
nosotros la acción de Dios. Es Dios
quien realiza en nosotros el camino de
transformación y de crecimiento; es Dios
quien hace eficaz en nosotros la gracia.
La acción de Dios se realiza según la
imagen del profeta Isaías: así como la
lluvia y a la nieve bajan al cielo,
empapan la tierra y después da haber
hacho fecunda la tierra para poder
sembrar suben otra vez al cielo.
La acción de Dios
en la Cuaresma, de una forma muy
particular, baja sobre todos los hombres
para darnos a todos ya a cada uno una
muy especial ayuda de cara a la
fecundidad personal.
La semilla que se siembra y el pan que
se come, realmente es nuestro trabajo,
lo que nosotros nos toca poner, pero
necesita de la gracia de Dios. Esto es
una verdad que no tenemos que olvidar:
es Dios quien hace eficaz la semilla, de
nada serviría la semilla o la tierra si
no fuesen fecundadas, empapadas por la
gracia de Dios.
Nosotros tenemos que llegar a entender
esto y a no mirar tanto las semillas que
nosotros tenemos, cuanto la gracia, la
lluvia que las fecunda. No tenemos que
mirar las semillas que tenemos en las
manos, sino la fecundidad que viene de
Dios Nuestro Señor. Es una ley
fundamental de la Cuaresma el aprender a
recibir en nuestro corazón la gracia de
Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo
con cada uno de nosotros.
Jesucristo, en el Evangelio también nos
da otro dinamismo muy importante de la
Cuaresma, que es la respuesta de cada
uno de nosotros a la gracia de Dios. No
basta la acción de la gracia, porque la
acción de la gracia no sustituye nuestra
libertad, no sustituye el esfuerzo que
tiene que brotar de uno mismo. Cristo
nos pone guardia sobre la
autosuficiencia, pero también sobre la
pasividad. Nos dice que tenemos que
aprender a vivir la recepción de la
gracia en nosotros, sin autosuficiencia
y pasividad.
Contra la autosuficiencia nos dice el
Señor en el Evangelio: “No oréis como
oran los paganos que piensan que con
mucho hablar van a ser escuchados”.
Jesús nos dice: “tienen que permitir que
su corazón se abra, que tu corazón sea
el que habla a Dios Nuestro Señor.
Porque Él, antes de que pidas algo, ya
sabe que es lo que necesitas”. Pero al
mismo tiempo hay que cuidar la
pasividad. A nosotros nos toca actuar,
hacer las cosas, nos toca llevar las
situaciones tal y como Dios nos lo va
pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo
muy difícil, muy serio, pero nosotros
tenemos que actuar a imitación de Dios
Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está
en el Cielo. Este camino supone para
todos nosotros la capacidad de ir
trabajando apoyados en la oración.
Escuchábamos el Salmo que nos habla de
dos tipos de personas: “ Los ojos del
Señor cuidan al justo y a su clamor
están atentos a sus oídos; contra el
malvado, en cambio esta el Señor, para
borrar de la tierra su recuerdo”. Si
nosotros aprendiéramos a ver así todo el
trabajo espiritual, del cual la Cuaresma
es un momento muy privilegiado. Si
aprendiéramos a ver todo esto como un
trabajo que Dios va realizando en el
alma y que al mismo tiempo va
produciendo en nuestro interior un
dinamismo de transformación, de
confianza, de escucha de Dios, de camino
de vida; un dinamismo de acercamiento a
los demás, de perdón, de apertura del
corazón. Si esto lo tuviésemos claro,
también nosotros estaríamos realizando
lo que dice el Salmo: “el Señor libra al
justo de sus angustias”.
¿Cuántas veces la angustia que hay en el
alma, proviene, por encimo de todo, de
que nosotros queremos ser quien realiza
las cosas, las situaciones y nos
olvidamos de que no somos nosotros, sino
Dios? ¿Pero cuántas veces también, la
angustia viene al alma porque queremos
dejarle todo a Dios, cuando a nosotros
nos toca poner mucho de nuestra parte?
Incluso, cuando a nosotros nos toca
poner algo que nos arriesga, que nos nos
compromete; algo que nos hace decir:
¿será así o no será así?, y sin embargo
yo sé que tengo que hacerlo. Es la
semilla que hay que sembrar.
Cuando el sembrador, tiene una semilla y
la pone en el campo, no sabe qué va a
pasar con ella. Se fía de la lluvia y de
la nieve que le va a hacer fecundar.
¿Cuántas veces a nosotros nos podría
pasar que tenemos la semilla pero
preferimos no enterrarla, preferimos no
fiarnos de la lluvia, porque si falla,
qué hacemos?
Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El
Señor libra al justo de todas sus
angustias” ¿Cuáles son las angustias?
¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De
miedo? Aprendamos en esta Cuaresma
permitir que el Señor llegue a nuestro
corazón y encuentre en él una tierra que
es capaz de apoyarse plenamente en Dios,
pero al mismo tiempo, capaz de
arriesgarse por Dios Nuestro Señor.
Para comunicarse con el autor:
P. Cipriano Sánchez

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