
El
ayuno de los discípulos
Mateo 9, 14-15
En aquel tiempo se le acercaron Jesús los discípulos
de Juan y le dijeron: ¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos, y tus discípulos no ayunan?
Jesús les dijo: Pueden acaso los invitados a la boda
ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días
vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces
ayunarán.

Viernes después del miércoles de
Ceniza
Tiempo de
penitencia
El ayuno,
acompañado de oración, sirve para manifestar la humildad
delante de Dios
I. El ayuno era y es, una muestra de
penitencia que Dios pide al hombre. “En el Antiguo
Testamento se descubre el sentido religioso de la
penitencia, como un acto religioso, personal, que tiene
como término de amor el abandono en Dios” (PABLO VI,
Const. Paenitemini). Acompañado de oración, sirve para
manifestar la humildad delante de Dios (Levítico, 16,
29-31): el que ayuna se vuelve hacia el Señor en una
actitud de dependencia y abandono totales. En la Sagrada
escritura vemos ayunar y realizar otras obras de
penitencia antes de emprender un quehacer difícil
(Jueces 20, 26; Ester 4, 16), para implorar el perdón de
una culpa (1 Reyes 21, 27), obtener el cese de una
calamidad (Judit 4, 9-13), conseguir la gracia necesaria
en el cumplimiento de una misión (Hechos 13, 2). La
Iglesia en los primeros tiempos conservó las prácticas
penitenciales, en el espíritu definido por Jesús, y
siempre ha permanecido fiel a esta práctica penitencial,
recomendando esta práctica piadosa, con el consejo
oportuno de la dirección espiritual.
II. Tenemos necesidad de la
penitencia para nuestra vida de cristianos y para
reparar tantos pecados propios y ajenos. Nuestro afán
por identificarnos con Cristo nos llevará a aceptar su
invitación a padecer con Él. La Cuaresma nos prepara a
contemplar los acontecimientos de la Pasión y Muerte de
Jesús. Con esta devoción contemplaremos la Humanidad
Santísima de Cristo, que se nos revela sufriendo como
hombre en su carne sin perder su majestad de Dios, y lo
acompañaremos por la Vía Dolorosa, condenado a muerte,
cargando la Cruz en su afán redentor, por un camino que
también nosotros debemos de seguir.
III. Además de las mortificaciones
llamadas pasivas, que se presentan sin buscarlas, las
mortificaciones que nos proponemos y buscamos se llaman
activas. Son especialmente importantes para el progreso
interior y para lograr la pureza de corazón:
mortificación de la imaginación, evitando el monólogo
interior en el que se desborda la fantasía y procurando
convertirlo en diálogo con Dios. Mortificación de la
memoria, evitando recuerdos inútiles, que nos hacen
perder el tiempo (SAN
JOSEMARIA ESCRIVÁ, Camino) y
quizá nos podrían acarrear otras tentaciones más
importantes. Mortificación de la inteligencia, para
tenerla puesta en aquello que es nuestro deber en ese
momento (Ibídem), y rindiendo el juicio para vivir mejor
la humildad y la caridad con los demás. Decidámonos a
acompañar al Señor de la mano de la Virgen.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
La
conversión del corazón
-2-
La
conversión no es simplemente obras de
penitencia. La conversión es el cambio del
corazón, es hacer que mi corazón, que hasta
el momento pensaba, amaba, optaba, se decidía
por unos valores, unos principios, unos
criterios, empiece a optar y decidirse como
primer principio, como primer criterio, por el
esposo del alma que es Jesucristo.
Autor: P.
Cipriano Sánchez
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El tema del corazón contrito, de la conversión
del corazón es el tema que debería de recorrer
nuestra Cuaresma. Es el tema que debería
recorrer toda nuestra preparación para la
Pascua. La liturgia nos insiste que son
importantes las formas externas, pero más
importantes son los contenidos del corazón. La
Iglesia nos pide en este tiempo de Cuaresma, que
tengamos una serie de formas externas que
manifiesten al mundo lo que hay en nuestro corazón,
y nos pide que el Miércoles de Ceniza y el
Viernes Santo hagamos ayuno, y que todos los
viernes de Cuaresma sacrifiquemos el comer
carne. Pero esta forma externa no puede ir sola,
necesita para tener valor, ir acompañada con un
corazón también pleno.
El profeta Isaías veía con mucha claridad: “¿es
lo que Yo busco: que inclines tu cabeza como un
junco, que te acuestes en fango y ceniza?”
Dios Nuestro Señor lo que busca en cada uno de
nosotros es la conversión interna, que cuando
se realiza, se manifiesta en obras, que cuando
se lleva a cabo, tiene que brillar hacia fuera;
pero no es solamente lo externo. De qué poco
serviría haber manchado nuestras cabezas de
ceniza, si nuestro corazón no está también
volviéndose ante Dios Nuestro Señor. De qué
poco nos serviría que no tomásemos carne en
todos los viernes de Cuaresma, si nuestro corazón
está cerrado a Dios Nuestro Señor.
La dimensión interior, que el profeta reclama,
Nuestro Señor la toma y la pone en una dimensión
sumamente hermosa, cuando le preguntan: ¿Por qué
ustedes no ayunan y sin embargo los discípulos
de Juan y nosotros si ayunamos? Y Jesús
responde usando una parábola: “¿Pueden los
amigos del esposo ayunar mientras está el
esposo con ellos?” Jesús lo que hace es
ponerse a sí mismo como el esposo. En el fondo
retoma el tema bíblico tan importante de Dios
como esposo de Israel, el que espera el don
total de Israel hacia Él.
Esta condición interior, el esfuerzo por que el
pueblo de Israel penetre desde las formalidades
externas a la dimensión interna, es lo que
Nuestro Señor busca. El ayuno que Él busca es
el del corazón, la conversión que Él busca es
la del corazón y siempre que nos enfrentemos a
esta dimensión de la conversión del corazón
nos estamos enfrentando a algo muchas veces no
se ve tan fácilmente; a algo que muchas veces
no se puede medir, pero a algo que no podemos
prescindir en nuestra vida. ¿Quién puede
palpar el amor de un esposo a su esposa? ¿Quién
puede medir el amor de un esposo a su esposa? ¿Cómo
se palpa, cómo se mide? ¿Solamente por las
formas externas? No. Hay una dimensión interior
en el amor esponsal del cual Jesucristo se pone
a sí mismo como el modelo. Hay una dimensión
que no se puede tocar, pero que es también
imprescindible en nuestra conversión del corazón.
Tenemos que ser capaces de encontrar esa dimensión
interior, una dimensión que nos lleva
profundamente a descubrir si nuestra voluntad
está o no entregada, ofrecida, dada como la
esposa al esposo, como el esposo a la esposa, a
Dios, Nuestro Señor.
La conversión no es
simplemente obras de penitencia. La conversión
es el cambio del corazón, es hacer que mi corazón,
que hasta el momento pensaba, amaba, optaba, se
decidía por unos valores, unos principios, unos
criterios, empiece a optar y decidirse como
primer principio, como primer criterio, por el
esposo del alma que es Jesucristo.
Sólo cuando llega el corazón a tocar la
dimensión interior se realiza, como dice el
profeta, que “Tu luz surgirá como la aurora y
cicatrizarán de prisa tus heridas, se abrirá
camino la justicia y la gloria del Señor cerrará
tu mancha”. Entonces, casi como quien ve el
sol, casi como quien no es capaz de distinguir
la fuente de luz que la origina, así será en
nosotros la caridad, la humildad, la entrega, la
conversión, la fidelidad y tantas y tantas
cosas, porque van a brotar de un corazón que
auténticamente se ha vuelto, se ha dirigido y
mira al Señor.
Este es el corazón contrito, esto es lo que
busca el Señor que cada uno de nosotros en esta
Cuaresma, que seamos capaces en nuestro
interior, en lo más profundo, de llegar a
abrirnos a Dios, a ofrecernos a Dios, de no
permitir que haya todavía cuartos cerrados,
cuartos sellados a los cuales el Señor no puede
entrar, porque es visita y no esposo, porque es
huésped y no esposo. El esposo entra a todas
partes. La esposa en la casa entra a todas
partes. Solamente al huésped, a la visita se le
impide entrar en ciertas recámaras, en ciertos
lugares.
Esta es la conversión del corazón: dejar que
realmente Él llegue a entrar en todos los
lugares de nuestro corazón. Convertirse a Dios
es volverse a Dios y descubrirlo como Él es.
Convertirse a Dios es descubrir a Dios como
esposo de la vida, como Aquél que se me da
totalmente en infinito amor y como Aquél al
cual yo tengo que darme totalmente también en
amor total.
¿Es esto lo que hay en nuestro corazón al
inicio de esta Cuaresma? ¿O quizá nuestra
Cuaresma está todavía encerrada en formulismos,
en estructuras que son necesarias, pero que por
sí solas no valen nada? ¿O quizá nuestra
Cuaresma está todavía encerrada en criterios
que acaban entreteniendo al alma? Al huésped se
le puede tener contento simplemente con traerle
un café y unas galletas, pero al esposo o a la
esposa no se le puede contentar simplemente con
una formalidad. Al esposo o la esposa hay que
darle el corazón.
Que la Eucaristía en nuestra alma sea la luz
que examina, que escruta, que ve todos y cada
uno de los rincones de nuestra alma, para que,
junto con el esposo sea capaz de descubrir dónde
todavía mi entrega es de huésped y no de
esposo.
Pidamos esta gracia a Jesucristo para que
nuestra Cuaresma sea una Cuaresma de encuentro,
de cercanía de profundidad en la conversión de
nuestro corazón.
Para comunicarse con el autor:
P.
Cipriano Sánchez

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