Lunes de Cuarta Semana de
Cuaresma
La oración personal
En la oración personal se habla con Dios como en la
conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo
presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y
contestando. Es en esta conversación íntima, como la que
ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos
nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle
ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas.
I. Muchos pasajes del Evangelio
muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas para
orar. Era una actitud habitual del Señor, especialmente
en los momentos más importantes de su ministerio
público. ¡Cómo nos ayuda contemplarlo! La oración es
indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato
con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a
poco. En cambio, la oración nos une a Dios, quien nos
dice: Sin Mí, no podéis hacer nada (Juan 15, 5).
Conviene orar perseverantemente (Lucas 18, 1), sin
desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle
mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de
nuestra vida, sabiendo que verdaderamente Él nos ve y
nos oye. Además, ahora, durante este tiempo de Cuaresma,
vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y “sin oración,
¡qué difícil es acompañarle!” (SAN
JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino). Quizá sea la necesidad
de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de
los puntos en los que el Señor insistió más veces en su
predicación.
II. En la oración personal se
habla con Dios como en la conversación que se tiene con
un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que
decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta
conversación íntima, como la que ahora intentamos
mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor,
para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para
profundizar en las enseñanzas divinas. Nunca
puede ser una plegaria anónima, impersonal, perdida
entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada
hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos:
un diálogo de una persona concreta con su Padre Dios.
“Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero ¿de qué?
-¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y
fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias...
¡flaquezas! : y hacimientos de gracias y peticiones: y
Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y
conocerte: ¡tratarse!”
III. Hemos de poner los medios para hacer nuestra
oración con recogimiento, luchando con decisión contra
las distracciones, mortificando la imaginación y la
memoria. En el lugar más adecuado según nuestras
circunstancias; siempre que sea posible, ante el Señor
en el Sagrario. Nuestro Ángel Custodio nos ayudará; lo
importante es no querer estar distraídos y no estarlo
voluntariamente. Acudamos a la
Virgen que pasó largas horas mirando a Jesús, hablando
con Él, tratándole con sencillez y veneración. Ella nos
enseñará a hablar con Jesús.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre