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Lectura del santo Evangelio según San Juan 3,
14-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
«Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de
bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que
ser levantado en alto, para que todo el que crea en
él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio
de él. El que cree en él no será condenado; por
el contrario, el que no cree en él ya está
condenado, por no haber creído en el Hijo único de
Dios.
El motivo de está condenación está en que la luz
vino al mundo, pero los hombres prefirieron la
oscuridad a la luz, porque su conducta era mala.
Todo el que obra mal detesta la luz y la rehúye por
medio a que su conducta quede descubierta. Sin
embargo, aquel que actúa conforme a la verdad, se
acerca a la luz, para que se vea que toda su
conducta está inspirada por Dios».

Cuarto Domingo de
Cuaresma
La
alegría en la Cruz
La alegría es una característica
esencial del cristiano y la Iglesia nos recuerda
durante la Cuaresma que debe estar presente en todos
los momentos de nuestra vida. Ahora meditamos la
alegría de la Cruz. La alegría es compatible con
la mortificación.
Lo que se opone a la alegría es la tristeza, no la
penitencia
I. La alegría
es una característica esencial del cristiano y la
Iglesia nos recuerda durante la Cuaresma que debe
estar presente en todos los momentos de nuestra vida.
Ahora meditamos la alegría de la Cruz. La alegría
es compatible con la mortificación y el dolor.
Lo que se opone a la alegría
es la tristeza, no la penitencia. La
mortificación que vivimos en estos días no debe
ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo
contrario: Debe hacerla crecer, porque nuestra
Redención se acerca, el derroche de amor por los
hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la
Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy
unidos al Señor, para que también en nuestra vida
se repita, una vez más, el mismo proceso: Llegar,
por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegría
de la Resurrección.
II. La alegría es equivalente a felicidad, y lógicamente
se manifiesta en el exterior de la persona. La alegría
verdadera tiene un origen espiritual. El Papa Pablo
Vi nos dice: “La sociedad tecnológica ha logrado
multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra
muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría
tiene otro origen: es espiritual. El dinero, el “confort”,
la higiene, la seguridad material, no faltan con
frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la
tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de
muchos” (Exhortación Apostólica Gaudete in
Domino). Nosotros sabemos que la alegría surge de
un corazón que se siente amado por Dios y que a su
vez ama con locura al Señor. De un corazón que se
esfuerza que ese amor se traduzca en buenas obras;
de un corazón que está en unión y en paz con Dios,
pues, aunque se sabe pecador, acude a la fuente del
perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia.
El Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a
las tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos
espera en la Cruz. Nuestra alma quedará más
purificada, nuestro amor más firme. Entonces
comprenderemos que la alegría está muy cerca de la
Cruz.
III. Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9,
7). No nos tiene que sorprender que la mortificación
y la penitencia nos cuesten; lo importante es que
sepamos encaminarnos hacia ellas con decisión, con
la alegría de agradar a Dios, que nos ve. La
experiencia que nos transmiten los santos es unánime
en este sentido: “Estoy lleno de consuelo, reboso
de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2
Corintios, 11, 24-27). Si hemos tenido miedo a la
expiación, llenémonos de valor, pensando que el
tiempo es breve y el premio grande, sin proporción
con la pequeñez de nuestro esfuerzo.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Cuarto
domingo de Cuaresma
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él
sea quien me marque el camino. Es Dios quien
manda, es Dios quien señala, es Dios quien
ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos
empeñamos una y otra vez en nuestros
criterios, Él se va a alejar de mí, porque
habré perdido la dimensión de quién es Él,
y de quién soy yo.
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2
R 5, 1-15
Lc 4, 24-30
Cuando Jesús habla de los contrastes tan
profundos que hay entre el modo de entender la
fe por parte de sus contemporáneos, y la fe
que Él les está proponiendo, no lo hace
simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo
es posible que esta gente teniendo tan claro
no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar
en todos nosotros un dinamismo interior que
nos permita cambiar de comportamiento y hacer
que nuestro corazón se dirija hacia Dios
nuestro Señor con plenitud, con vitalidad,
sin juegos intermedios, sin andar mercadeando
con Él.
La mentalidad de los fariseos, que también
puede ser la nuestra, se expresa así: “Yo
soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo
unos privilegios que recibir y que respetar”.
Sin embargo, Jesús dice: “No; el único
dinamismo que va a permitir encontrarse con la
salvación no es el de un privilegio, sino el
de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”.
Éste es el dinamismo interior de
transformarme: orientándome hacia Dios
nuestro Señor, según sus planes, según sus
designios.
Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no
el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo
de humildad; no el dinamismo de engreimiento
personal, sino el dinamismo de ser capaz de
aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el
cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida.
No es un camino a través del cual yo manipule
a Dios, sino un camino a través del cual Dios
es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que
revisemos a ver si nuestro corazón está
realmente puesto en Dios o está puesto en
nuestros criterios humanos, a ver si nosotros
hemos sido capaces de ir cambiando el corazón
o todavía tenemos muchas estructuras en las
cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios
nuestro Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa
según lo que nuestra inteligencia piensa que
debe ser el modo de actuar, igual que los
contemporáneos de Jesús, que “se llenan de
ira, y levantándose lo sacan de la ciudad”,
o cuando nuestro corazón no convertido
encuentra que el Señor le mueve la jugada,
podríamos enojarnos, porque tenemos un
nombramiento, porque nosotros tenemos ante el
Señor una serie de puntos que el Él tiene
que respetar. Si pretendemos que se hagan las
cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso
no estamos haciendo que el Señor se aleje de
nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o
mover a Dios, cuando no convertimos nuestro
corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte
una gran docilidad hacia sus enseñanzas para
que sea Él el que nos va llevando como
Maestro interior, ¿por qué nos extraña que
el Señor se quiera marchar? Él no va a
aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos
quede una especie de cáscara religiosa, unos
ritos, unas formas de ser, pero por dentro
quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá
no tenemos la sustancia que realmente nos hace
decir: “Jesús está conmigo, Dios está
conmigo.”
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es
capaz de llenar mi corazón? O quizá,
tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá,
tristemente, yo me he fabricado un dios
superficial que, por lo tanto, es simplemente
un dios de corteza, un dios vacío y no es un
dios que llena. Es un dios que cuando lo
quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de
que no me deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios,
amoldando plenamente nuestro interior al modo
en el cual Él nos quiere llevar en nuestra
vida. Y también tenemos que darnos cuenta de
que las circunstancias a través de las cuales
Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de
nuestra vida, no son negociables. Nuestra
tarea es entender cómo llega Dios a nuestra
existencia, no cómo me hubiera gustado a mí
que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo
lo que es el cotidiano existir, lo que Señor
nos va enseñando; si nuestra vida se empeña
en encajonar a Dios, y si no es capaz de
romper en su interior con esa corteza de un
dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios
de juguete», Dios va a seguir escapándose,
Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no
tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué
progreso puede venir, qué alimento puede
tener un alma que en su interior tiene un dios
de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se
convierta a Dios. Pero para esto es necesario
tener que ser un corazón que se deja llevar
plenamente por el Señor, un corazón que es
capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va
enseñando, un corazón que es capaz de leer
las circunstancias de su vida para poder ver
por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos
garantiza quitar las dificultades de la vida;
los problemas de la existencia van a seguir
uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza
es que en los problemas yo tenga un sentido
trascendente.
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él
sea quien me marque el camino. Es Dios quien
manda, es Dios quien señala, es Dios quien
ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos
empeñamos una y otra vez en nuestros
criterios, Él se va a alejar de mí, porque
habré perdido la dimensión de quién es Él,
y de quién soy yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta
dimensión, por la cual es Dios el que marca,
y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en
lo concreto de mi existencia, y soy yo quien
crece espiritualmente dejándome llevar por Él.
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comunicarse con el autor:

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