
Jesús
ante la Ley Antigua
Mateo 5, 17-19.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
No crean que he venido a abolir la Ley y los
Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento. Yo les aseguro que antes se acabarán
el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la
más pequeña letra o coma de la ley. Por tanto, el
que quebrante uno de estos preceptos menores y así
lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en
el Reino de los Cielos; en cambio, el que los cumpla
y los enseñe, ése será grande en el Reino de los
Cielos.

Miércoles de la tercera semana
de Cuaresma
Las
virtudes y el crecimiento espiritual
La
santificación de cada jornada comporta el ejercicio
de muchas virtudes humanas y sobrenaturales. Las
virtudes exigen para su crecimiento repetición de
actos, pues cada una de ellos deja en el alma una
disposición que facilita el siguiente.El ejercicio
de las virtudes nos indica el sendero que conduce al
Señor.
I. Jesús nos enseña que el
camino que conduce a la Vida, a la santidad,
consiste en el pleno desarrollo de la vida
espiritual. Ese crecimiento, a veces difícil y
lento, es el desarrollo de las virtudes. La
santificación de cada jornada comporta el ejercicio
de muchas virtudes humanas y sobrenaturales. Las
virtudes exigen para su crecimiento repetición de
actos, pues cada una de ellos deja en el alma una
disposición que facilita el siguiente. El ejercicio
de las virtudes nos indica en todo momento el
sendero que conduce al Señor. Un cristiano
que con la ayuda de la gracia, se esfuerza en
alcanzar la santidad, se aleja de las ocasiones de
pecado, resiste con fortaleza las tentaciones, y es
consciente de que la vida cristiana le exige el
desarrollo de las virtudes, la purificación de los
pecados y de las faltas de correspondencia a la
gracia en la vida pasada. La Iglesia nos invita
especialmente en este tiempo de Cuaresma a crecer en
las virtudes: hábitos de obrar el bien.
II. Aunque la santificación es enteramente de Dios,
en su bondad infinita, Él ha querido que sea
necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en
nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la
acción sobrenatural de la gracia. Mediante el
cultivo de las virtudes humanas disponemos nuestra
alma a la acción del Espíritu Santo. Las virtudes
humanas son el fundamento de las sobrenaturales.
“No es posible creer en la santidad de quienes
fallan en las virtudes humanas más elementales”
(ALVARO DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio).
Las virtudes forman un entramado: cuando se crece en
una, se adelanta en todas las demás. Y “ la
caridad es la que da unidad a todas las virtudes que
hacen al hombre perfecto”(Conversaciones con Monseñor
Escrivá de Balaguer). Hoy podemos preguntarnos: ¿aprovecho
verdaderamente las incidencias de cada día para
ejercitarme en las virtudes humanas y, con la gracia
de Dios en las sobrenaturales?
III. El Señor no pide imposibles. Él dará las
gracias necesarias para ser fieles en las
situaciones difíciles. Y la ejemplaridad que espera
de todos será en muchas ocasiones el medio para
hacer atrayente la doctrina de Cristo y re-evangelizar
de nuevo el mundo. Con nuestra vida –que puede
tener fallos, pero que no se conforma a ellos-
debemos enseñar que las virtudes cristianas se
pueden vivir en medio de todas las tareas nobles; y
que ser compasivos con los defectos y errores ajenos
no es rebajar las exigencias del Evangelio. Nuestra
Señora, “modelo y escuela de todas virtudes”
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre las virtudes), nos
ayudará en nuestro empeño por adquirir las
virtudes que el Señor espera de nosotros.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Jueves
de la tercera semana de Cuaresma
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Jr 7, 23-28
Lc 11, 14-23
Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos
solos. Quiere ser Él el que nos acompañe,
quiere ser Él el que camina junto a nosotros:
“Escuchen mi voz y yo seré su Dios y
ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por
el camino que yo les mostraré para que les
vaya bien”. Éstas son las palabras con las
que nuestro Señor exhorta al pueblo, a través
del profeta, a escuchar y a seguir el camino
de Dios
Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola
del hombre fuerte que tiene sus tesoros
custodiados, hasta que llega alguien más
fuerte que él y lo vence. Quién sabe si
nuestra alma es así: como un hombre fuerte
bien armado, dispuesto a defenderse, dispuesto
a no permitir que nadie toque ciertos tesoros.
Sin embargo, Dios nuestro Señor —más
fuerte sin duda—, quizá logre entrar en el
castillo y logre arrebatarnos aquello que
nosotros le tenemos todavía prohibido, le
tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte
que nosotros. Y no es más fuerte porque nos
violente, sino que es más fuerte porque nos
ama más.
Es el amor de Jesucristo el que llega a
nuestra alma y el que viene a arrebatar en
nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el
que no se conforma con un compromiso mediocre,
con una vida cristiana tibia, con una vida
espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según
nuestro estado de vida: quiere todo en nuestra
vida conyugal, quiere todo en nuestra vida
familiar, quiere todo en nuestra vida social.
“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen
que resonar constantemente en nosotros a lo
largo del tiempo cuaresmal. Si Dios nuestro Señor
ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor
no ha dejado tranquilo nuestro corazón, si
nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha
tomado, si nos ha conquistado, no es ahora
para dejarnos solitarios por la vida, sino
porque el primero que se compromete a llevar
adelante nuestra vocación cristiana es Él, y
va a estar con nosotros. La pregunta que
nosotros tenemos que hacernos es: ¿Estamos
dispuestos a seguir a Cristo o estamos
dispuestos a abandonarlo?
Al final de la lectura del profeta Jeremías,
aparece una frase muy triste: “De este
pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó
la voz del Señor, ni aceptó la corrección;
ya no existe fidelidad en Israel; ha
desaparecido de su misma boca”.
Está en nuestras manos dar fruto. Está en
nuestras manos perseverar. Está en nuestras
manos el continuar adelante con nuestro
compromiso de cristianos en la sociedad. De
nosotros depende y a nosotros nos toca que
Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros,
yendo a nuestro lado. El Señor vuelve a
buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con
nosotros, ¿cuál va a ser nuestra respuesta?
¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si
nuestro Señor viene a nuestro corazón?
Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un
reto: “El que no está conmigo, está contra
mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”.
Un reto que es una responsabilidad: o estamos
con Él y recogemos con Él; o estamos contra
Él, desparramando. No nos deja alternativas.
O tomamos nuestra vida y la ponemos junto con
Él, la recogemos con Él, la hacemos
fructificar, la hacemos vivir, la hacemos
llenarse, la hacemos ser testigos cristianos
de los hombres, o simplemente nos vamos a
desparramar.
¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida
desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría
que su existencia simplemente corriese? ¿No
nos interesa tenerla verdaderamente rica, no
nos interesa tenerla verdaderamente
comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor?
Esto no se puede quedar en palabras, tenemos
necesidad de llevarlo a los demás. Esto es
obra de todos los días, es un compromiso
cotidiano que está en nuestras manos.
Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe
para comprometernos con nuestra fe, para
comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica
y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado,
viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia
de los mártires, la Iglesia de los apóstoles,
la Iglesia de los confesores. La Iglesia que
ha llegado a nosotros a través de dos mil años
por medio de la sangre de muchos que creyeron
en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia
que es para nosotros el camino de santificación,
y que es la Iglesia que nosotros tenemos que
transmitir a las siguientes generaciones con
la misma fidelidad, con la misma ilusión, con
el mismo vigor con que a nosotros llegó.
Pidámosle al Señor que la podamos transmitir
íntegra a las generaciones que vienen detrás
y la podamos extender a las generaciones que
conviven con nosotros y que todavía no
conocen a Cristo.
Este compromiso no es un compromiso hacia
dentro, sino que es un compromiso hacia afuera.
Un compromiso que nace de un corazón decidido,
pero que tiene que transformarse en acción
eficaz, en evangelización para el bien de los
hombres.
Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda
la gracia de recoger con Él, la gracia de
estar siempre a favor de Él, de escuchar su
voz y de caminar por el camino que Él nos
muestra, para ser entre los hombres, una luz
encendida, un camino de salvación, una
respuesta a los interrogantes que hay en
tantos corazones, y que sólo nuestro Señor
Jesucristo puede llegar a responder.

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