
Necesidad
de seguir a Jesús
Lucas 9, 22-25
En aquel tiempo, dijo Jesús: El Hijo del hombre
debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los
sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar
al tercer día. Decía a todos: Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero
quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de
qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si
él mismo se pierde o se arruina?

Jueves después del miércoles de
Ceniza
La cruz de
cada día
I. En el Evangelio de la Misa, Cristo
nos habla: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sí (Lucas 9, 23).
El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada
día. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren
seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para
cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio.
Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha
entrado en el alma es precisamente el abandono de la
Cruz.. Por otra parte, huir de la cruz es alejarse de la
santidad y de la alegría; porque uno de sus frutos es
precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con
los demás, y también una profunda paz, aun en medio de
la tribulación y de dificultades externas. No olvidemos
pues, que la mortificación está muy relacionada con la
alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna
más humilde para tratar a Dios y a los demás.
II. La Cruz del Señor, con la que
hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que
producen nuestros egoísmos, envidias o pereza. Esto no
es del Señor, no santifica. En alguna ocasión
encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una
enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico,
en la muerte de un ser querido. Sin embargo, lo normal
será que encontremos la cruz de cada día en pequeñas
contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un
imprevisto que no contábamos, planes que debemos
cambiar, instrumentos de trabajo que se estropean,
molestias por el frío o calor, o el carácter difícil de
una persona con la que convivimos. Hemos de recibir
estas contrariedades con ánimo grande, ofreciéndolas al
Señor con espíritu de reparación, sin quejarnos: nos
ayudará a mejorar en la virtud de la paciencia, en
caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Además
experimentaremos una profunda paz y gozo.
III. Además de aceptar la cruz que
sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla,
debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para
mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el
Señor. Unas nos facilitarán el trabajo, otras nos
ayudarán a vivir la caridad. No es preciso que sean
cosas más grandes, sino que se adquiera el hábito de
hacerlas con constancia y por amor de Dios. Digámosle a
Jesús que estamos dispuestos a seguirle cargando con la
Cruz, hoy y todos los días.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
La
conversión del corazón
La
conversión del corazón que viene a ser el
núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la
Escritura, como un momento de elección por
parte del hombre que debe dirigir a Alguien. La
pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón?
¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo? En este
período en el cual la Iglesia nos invita a
reflexionar más profundamente tenemos que
preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?
Autor: P.
Cipriano Sánchez
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Reflexionar es una conversión que no debe ser
solamente una conversión exterior, sino que
debe ir sobre todo hacia la conversión del
corazón. La conversión
del corazón que viene a ser el núcleo de toda
la Cuaresma, es vista por la Escritura, como un
momento de elección por parte del hombre que
debe dirigir a Alguien. La pregunta es: ¿A
quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me
estoy dirigiendo yo? En este período en el cual
la Iglesia nos invita a reflexionar más
profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia
dónde voy yo?
En la primera lectura Dios pone delante del
pueblo de Israel el bien y el mal, diciéndole
que puede elegir, decir a quién quiere servir,
qué quiere hacer de su vida. Tú también vas a
decidir si quieres vivir tu vida amando al
Señor tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote
a Él, o vas a tener un corazón que se resiste.
Es en lo profundo de nuestra intimidad donde
acabamos descubriendo hacia quién estamos
orientando nuestra vida.
La Escritura nos habla por un lado de un
corazón que se resiste a Dios y por otro lado
de un corazón que se adhiere a Dios. Mi
corazón se resiste a Dios cuando no quiero ver
su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi
vida, cuando no quiero ver su camino sobre mi
existencia. Mi corazón se adhiere a Dios,
cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes,
en medio de mil circunstancias yo voy siendo
capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de
ponerme de delante de Él y decirle: “aquí
estoy, cuenta conmigo”.
Jesús en el Evangelio nos presenta esta
elección, entre resistencia del corazón y la
adhesión del corazón como una adhesión por
Él o contra Él: “El que quiera seguirme que
se niegue a sí mismo, cargue su cruz cada día
y se venga conmigo.” Una conversión que no es
solamente el cambiar el comportamiento; una
conversión que no es simplemente el tener una
doctrina diferente; una conversión que no es
buscarse a sí mismo, sino seguir a Jesucristo.
Esta es la auténtica conversión del corazón.
Jesús pone como polo opuesto, como
manifestación de la resistencia del corazón el
querer ganar todo el mundo. ¿Qué prefieres tú?
¿Cuál es la opción de tu vida, cuál es el
camino por el cual tu vida se orienta, ganar
todo el mundo si no te ganas a ti mismo?, pero
si has perdido a base de la resistencia de tu
corazón lo más importante que eres tú mismo,
¿cómo te puedes encontrar?. Solamente te vas a
encontrar adhiriéndote a Dios.
Deberíamos entrar en nuestra alma y ver que
estamos ganando o qué estamos perdiendo, a qué
nos estamos resistiendo y a quién nos estamos
adhiriendo. Este es el doble juego que tenemos
que hacer y no lo podemos evitar. Nuestra alma,
de una forma u otra, se va a orientar hacia
adherirse a Dios, automáticamente está
construyendo en su interior la resistencia a
Dios. El alma que no busca ganarse a sí misma
dándose a Dios, está automáticamente
perdiéndose a sí misma.
Son dos caminos. A nosotros nos toca elegir:
“Dichoso el hombre que confía en el Señor,
éste será dichoso; en cambio los malvados
serán como paja barrida por el viento. El
Señor protege el camino del justo y al malo sus
caminos acaban por perderlo”: ¿Qué camino
llevo en este inicio de Cuaresma? ¿Es un camino
de seguimiento? Me dice Nuestro Señor: ¿Eres
de los que quieren estar conmigo, de los que
quieren adherirse a Mí? ¿O eres de los que se
resisten?
Para comunicarse con el autor:
P.
Cipriano Sánchez

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