Parábola
de los viñadores infieles
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« En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola:
"Era un propietario que plantó una viña, la
rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó
una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó.
Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus
siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero
los labradores agarraron a los siervos, y a uno le
golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De
nuevo envió otros siervos en mayor número que los
primeros; pero los trataron de la misma manera.
Finalmente les envió a su hijo, diciendo: "A mi
hijo le respetarán." Pero los labradores, al ver
al hijo, se dijeron entre sí: "Este es el
heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su
herencia." Y agarrándole, le echaron fuera de la
viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de
la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Dícenle:
«A esos miserables les dará una muerte miserable
arrendará la viña a otros labradores, que le paguen
los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No
habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que
los constructores desecharon, en piedra angular se ha
convertido; fue el Señor quien hizo esto y es
maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os
quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo
que rinda sus frutos». Al oír estas palabras, los
sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús
las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero
tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un
profeta.
Viernes de la segunda semana de
Cuaresma
Aborrecer
el pecado
. El esfuerzo de
conversión personal que nos pide el Señor debemos
ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en
determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma-
recibimos especiales gracias que debemos aprovechar.
I. La liturgia de estos días nos
acerca poco a poco al misterio central de la Redención.
El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el
Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan
1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera
de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los
hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo.
Todo pecado está relacionado íntima y misteriosamente
con la Pasión de Jesús. Sólo reconoceremos la maldad
del pecado si, con la ayuda de la gracia, sabemos
relacionarlo con el misterio de la Redención. Sólo así
podremos purificar de verdad el alma y crecer en
contrición de nuestras faltas y pecados. La conversión
que nos pide el Señor, particularmente en esta Cuaresma,
debe partir de un rechazo firme de todo pecado y de toda
circunstancia que nos ponga en peligro de ofender a Dios.
Y así lo haremos, por la misericordia divina, con la
ayuda de la gracia.
II. El esfuerzo de conversión
personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo
todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas
y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos
especiales gracias que debemos aprovechar. Para
comprender mejor la malicia del pecado debemos
contemplar lo que Jesucristo sufrió por los nuestros.
El Señor nos ha llamado a la santidad, a amar con obras,
y de la postura que se adopte ante el pecado venial
deliberado depende el progreso de nuestra vida interior,
pues los pecados veniales, cuando no se lucha por
evitarlos o no hay contrición después de cometerlos,
producen un gran daño en el alma, volviéndola
insensible a las mociones del Espíritu Santo. Debilitan
la vida de la gracia, hacen más difícil el ejercicio
de las virtudes, y disponen al pecado mortal. En la
lucha decidida contra todo pecado demostraremos nuestro
amor al Señor. Le pedimos a Nuestra Madre su ayuda.
III. Para afrontar decididamente la lucha contra el
pecado venial es preciso reconocerlo como tal, como
ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso
llamarlo por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo
que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas
y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide
perdón y no justifica sus errores. Fomentemos un
sincero arrepentimiento de nuestros pecados y luchemos
por quitar toda rutina al acercarnos al sacramento de la
Misericordia divina. La Virgen, refugio de los pecadores
nos ayudará a tener una conciencia delicada para amar a
su Hijo y a todos los hombres, a ser sinceros en la
Confesión y a arrepentirnos de nuestras pecados con
prontitud.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Viernes
de segunda semana de Cuaresma
¿En
qué nos va convirtiendo nuestra
voluntad?
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Gn 37, 3-4.12-13.17-28
Mt 21, 23-43.45-46
“Vamos a matarlo y nos quedaremos con
su herencia. Le echaron mano, lo sacaron
del viñedo y lo mataron”. En estas
palabras con las cuales Jesucristo
cierra la acción de los viñadores
sobre el hijo y, sobre todo, lo que el
dueño de la viña había proyectado
respecto a este terreno, también está
encerrando qué es lo que sucede en los
corazones de los viñadores.
Los viñadores homicidas no solamente es
una parábola de la crueldad de los
hombres para con Dios y para lo que el
Señor nos va pidiendo a todos nosotros,
sino que también es un reclamo al corazón
del hombre, a nuestra libertad y a
nuestra voluntad para que también nos
preguntemos si en nosotros puede haber
esta misma intención de homicidio.
Nos podría sonar como algo extraño,
algo lejano, algo apartado de nosotros,
pero tenemos que cuestionarnos con mucha
claridad para ver si efectivamente esta
voluntad de no darle a Dios lo que de
Dios es, es algo alejado de nosotros, o
si por el contrario, es voluntad nuestra
el dar siempre a Dios lo que de Dios es.
Todo el problema de estos viñadores
homicidas no nace de una crueldad con
respecto a los enviados; porque los viñadores
homicidas son conscientes de que los
enviados no son sino una parte del
contrato que se había hecho con el dueño
de la viña. El problema de los viñadores
homicidas es que quieren quedarse con la
herencia. Una voluntad torcida, una
voluntad totalmente pervertida es la que
va a hacer que los viñadores se
conviertan de arrendatarios en homicidas.
Que no nos suene muy lejano esto, que no
nos suene muy apartado de nosotros, que
por el contrario, sea para nosotros una
pregunta: ¿En qué nos va convirtiendo
nuestra voluntad?, ¿qué es lo que va
haciendo de nosotros?, ¿qué es lo que
va realizando en nuestra vida? Ése es
el punto más importante, el punto más
serio en el cual nuestra existencia
puede torcerse o encaminarse hacia Dios
nuestro Señor.
¿Nuestra voluntad y nuestra libertad
hacia dónde y hacia qué están
orientadas? ¿Hacia dónde estamos
orientando nuestra voluntad? ¿Hacia lo
que Dios quiere, hacia el ser capaces de
dar los frutos que Dios nos está
pidiendo? ¿O estamos orientando nuestra
voluntad hacia el quedarnos injustamente
con la herencia? Es una disyuntiva que
se nos presenta todos los días y que va
forjando nuestra personalidad, porque de
esa disyuntiva va a acabar dependiendo
el que nosotros vivamos de una forma
coherente o incoherente con lo que Dios
nuestro Señor nos va pidiendo.
Cuántas veces —y de esto somos
generalmente muy conscientes—, Dios
nuestro Señor pide ciertos cambios de
comportamiento en nuestra alma, que son
los frutos. Cuántas veces, Dios nuestro
Señor pide que le devolvamos en la
medida en la que Él nos ha dado.
Y si Dios fue el que hizo todo: Él es
el que cavó, rodeó la cerca, construyó
la torre y plantó la viña, a nosotros
nos toca simplemente trabajar la viña
del Señor. Si a Dios no le regresamos
lo que nos dio, estamos como esos viñadores:
quedándonos o queriéndonos quedar con
la herencia. Lo cual, a la hora de la
hora, no es sino un deseo en sí mismo
frustrado, vano e inútil.
Está en nuestra voluntad el decidirnos
por dar a Dios lo que es de Dios o
quedarnos nosotros con lo que es de Dios.
Para eso tenemos que estar revisando
constantemente nuestra voluntad;
revisando si nuestras obras, nuestras
reacciones, nuestros deseos, son auténticamente
cristianos, o si por el contrario, son
simplemente manifestaciones de un deseo
que quizá no está todavía orientado a
Dios nuestro Señor.
Los viñadores habían trabajado no para
el dueño de la viña, sino para ellos
mismos. A los viñadores no les
importaba el fruto del dueño de la viña,
les importaba el fruto para ellos.
Nuestra vida, ¿para qué trabaja?
Cuando se nos presentan cuestionamientos,
preguntas, inquietudes, ¿a quién le
damos los frutos? ¿A Dios? ¿O se los
damos a nuestro egoísmo, a nuestro afán
de autonomía o a nuestro afán de
manejar las cosas como a nosotros nos
gusta manejarlas?
Ciertamente que nos damos cuenta de que
no está bien. No es que nuestra
inteligencia se ciegue, pero nuestra
voluntad pasa por alto todo esto. Como
la voluntad de los viñadores pasó por
alto el hecho de que el hijo era el dueño
de la herencia. Esa frase tan llena de
cinismo: “Venid, éste es el heredero.
Vamos a matarlo y nos quedaremos con su
herencia”, encierra muchas veces el
mecanismo de nuestra voluntad que,
iluminada por la inteligencia, descubre
perfectamente a quién le pertenecen las
cosas, de quién es la vida, de quién
es el tiempo, de quién son nuestras
cualidades. Descubre perfectamente que
determinada reacción no es todo lo
cristiana que debría ser; descubre
perfectamente que determinado
comportamiento no está respondiendo
adecuadamente a lo que Dios le pide,
pero usa este mismo mecanismo: “Éste
es el heredero. Vamos a matarlo y a
quedarnos con la herencia”.
Esto es pavoroso cuando aparece en el
alma, porque indica la absoluta perversión
de la voluntad. Cómo nos puede extrañar
después, que en nuestra vida haya
comportamientos negativos,
comportamientos que difieren de la
voluntad de Dios, cuando ese mecanismo
está funcionando con una relativa
frecuencia en nosotros; cuando nuestra
voluntad no ha sido capaz de purificarse
para ser capaz de romper, de quebrar ese
mecanismo en nuestra alma; cuando cada
vez que vemos al heredero lo queremos
matar para quedarnos con la herencia.
Tenemos que ser muy inteligentes para
descubrir en nuestra voluntad que ese
mecanismo está funcionando. Pero
tenemos que ser también muy firmes y
constantes en nuestra purificación
personal para ir eliminando, una y otra
vez, ese mecanismo de nuestra voluntad.
Mecanismo que nos lleva siempre, y de
una manera ineludible, a la más
tremenda de las desgracias, que es
perdernos a nosotros mismos.
“Dará muerte terrible a esos
desalmados y arrendará el viñedo a
otros viñadores”. Para lo que tú
existes como viñador es para trabajar
el viñedo. Y Dios quitará el viñedo a
esos viñadores. ¡Qué tremendo es
correr en vano! ¡Qué tremendo es vivir
en vano! ¡Qué tremendo es ver pasar
los días, pasar los años, ver cómo el
calendario va corriendo por nuestra vida
y no haber todavía dejado de correr en
vano!
Ojalá que esta Cuaresma sea para
nosotros un momento de particular
iluminación por parte del Espíritu
Santo para que, efectivamente,
descubramos dónde y en qué estamos
corriendo en vano, dónde y en qué
nuestra voluntad todavía no es capaz de
superar el mecanismo de viñador
homicida. ¿Por qué, cuando vemos
perfectamente quién es el heredero, en
nuestro interior todavía aparece el
interés por arrebatarle la herencia y
quedarnos nosotros con ella? Como
cristianos, como miembros de la Iglesia
no podemos seguir jugando con el Dueño
de la viña.
¡Qué importante es que nos iluminemos
para poder iluminar; que nos aclaremos
para poder aclarar; que nos purifiquemos
para poder purificar! Hagamos de esta
Cuaresma un camino de conversión y de
orientación de nuestra voluntad hacia
Dios nuestro Señor para que Él y
solamente Él, sea el que se lleve los
frutos de nuestra viña.
Para
comunicarse con el autor:
P.
Cipriano Sánchez
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