El amor tiene necesariamente sus características
manifestaciones. Algunas veces se habla del amor
como si fuera un impulso hacia la propia satisfacción,
o un mero recurso para completar egoístamente la
propia personalidad. Y no es así: amor verdadero es
salir de sí mismo, entregarse. El amor trae consigo
la alegría, pero es una alegría que tiene sus raíces
en forma de cruz. Mientras estemos en la tierra y no
hayamos llegado a la plenitud de la vida futura, no
puede haber amor verdadero sin experiencia del
sacrificio, del dolor. Un dolor que se paladea, que
es amable, que es fuente de íntimo gozo, pero dolor
real, porque supone vencer el propio egoísmo, y
tomar el Amor como regla de todas y de cada una de
nuestras acciones. Es Cristo que pasa, 43
No podemos considerar esta
Cuaresma como una época más, repetición
cíclica del tiempo litúrgico. Este momento es único;
es una ayuda divina que hay que acoger. Jesús pasa a
nuestro lado y espera de nosotros —hoy, ahora— una
gran mudanza. Es Cristo que pasa, 59, 4
Hemos entrado en el tiempo de
Cuaresma: tiempo de penitencia, de
purificación, de conversión. No es tarea fácil. El
cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en
la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida
nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión
primera —ese momento único, que cada uno recuerda,
en el que se advierte claramente todo lo que el
Señor nos pide— es importante; pero más importantes
aún, y más difíciles, son las sucesivas
conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia
divina con estas conversiones sucesivas, hace falta
mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír,
haber descubierto lo que va mal, pedir perdón. Es
Cristo que pasa, 57, 1
¿Qué mejor manera de comenzar la
Cuaresma? Renovamos
la fe, la esperanza, la caridad. Esta es la fuente
del espíritu de penitencia, del deseo de
purificación. La Cuaresma no es sólo una ocasión
para intensificar nuestras prácticas externas de
mortificación: si pensásemos que es sólo eso, se nos
escaparía su hondo sentido en la vida cristiana,
porque esos actos externos son —repito— fruto de la
fe, de la esperanza y del amor. Es Cristo que pasa,
57, 4
La Cuaresma
ahora nos pone delante de estas preguntas
fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?,
¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica
en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis
compañeros de profesión? Es Cristo que pasa, 58, 5
La llamada del buen Pastor llega hasta nosotros: ego
vocavi te nomine tuo, te he llamado a ti, por
tu nombre. Hay que contestar —amor con amor se paga—
diciendo: ecce ego quia vocasti me (I Reg III,
5), me has llamado y aquí estoy. Estoy decidido a
que no pase este tiempo de
Cuaresma como pasa el agua sobre las
piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar,
transformar; me convertiré, me dirigiré de nuevo al
Señor, queriéndole como El desea ser querido. Es
Cristo que pasa, 59, 8
La Cuaresma conmemora
los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto,
como preparación de esos años de predicación, que
culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua.
Cuarenta días de oración y de penitencia. (...) No
podemos considerar esta Cuaresma como una época más,
repetición cíclica del tiempo litúrgico. Este
momento es único; es una ayuda divina que hay que
acoger. Jesús pasa a nuestro lado y espera de
nosotros —hoy, ahora— una gran mudanza. Es
Cristo que pasa, 59 y 61
Consideremos de nuevo,
en esta Cuaresma,
que el cristiano no puede ser superficial. Estando
plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los
demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en
tensión, el cristiano ha de estar al mismo tiempo
metido totalmente en Dios, porque es hijo de Dios.
La
filiación divina es una verdad gozosa, un misterio
consolador. La filiación divina llena
toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a
tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo,
y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y
nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños.
Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios,
esa realidad nos lleva también a contemplar con
amor y con admiración todas las cosas que han
salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este
modo somos contemplativos en medio del mundo, amando
al mundo.
En la Cuaresma
la liturgia tiene presentes la
consecuencias del pecado de Adán en la vida del
hombre. Adán no quiso ser un buen hijo de Dios, y
se rebeló. Pero se oye también, continuamente, el
eco de ese felix culpa
—culpa feliz, dichosa— que la Iglesia entera
cantará, llena de alegría, en la vigilia del
Domingo de Resurrección.
Dios Padre, llegada la
plenitud de los tiempos, envió al mundo a su Hijo
Unigénito, para que restableciera la paz; para que,
redimiendo al hombre del pecado, adoptionem
filiorum reciperemus (Gal 4,5), fuéramos
constituidos hijos de Dios, liberados del yugo del
pecado, hechos capaces de participar en la intimidad
divina de la Trinidad. Y así se ha hecho posible a
este hombre nuevo, a este nuevo injerto de los hijos
de Dios, liberar a la creación entera del desorden,
restaurando todas las cosas en Cristo, que los ha
reconciliado con Dios.
La
Cuaresma ha de vivirse con el espíritu de filiación,
que Cristo nos ha comunicado y que late en nuestra
alma. El Señor nos llama para que nos acerquemos a
El deseando ser como El: sed
imitadores de Dios, como hijos suyos muy queridos
(Eph 5,1), colaborando humildemente, pero
fervorosamente, en el divino propósito de unir lo
que está roto, de salvar lo que está perdido, de
ordenar lo que ha desordenado el hombre pecador, de
llevar a su fin lo que se descamina, de restablecer
la divina concordia de todo lo creado. Es
Cristo que Pasa, 65
¿Procuras tomar ya tus
resoluciones de propósitos sinceros? Pídele al Señor
que te ayude a fastidiarte por amor suyo; a poner en
todo, con naturalidad, el aroma purificador de la
mortificación; a gastarte en su servicio sin espectáculo,
silenciosamente, como se consume la lamparilla que
parpadea junto al Tabernáculo. Y por si no se te
ocurre ahora cómo responder concretamente a los
requerimientos divinos que golpean en tu corazón,
óyeme bien.
Penitencia es el
cumplimiento exacto del horario que te has fijado,
aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda
evadirse con ensueños quiméricos. Penitencia es
levantarse a la hora. Y también, no dejar para más
tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te
resulta más difícil o costosa.
La penitencia está
en saber compaginar tus obligaciones con Dios, con
los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que
logres encontrar el tiempo que cada cosa necesita.
Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu
plan de oración, a pesar de que estés rendido,
desganado o frío.
Penitencia es
tratar siempre con la máxima caridad a los otros,
empezando por los tuyos. Es atender con la mayor
delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los
que padecen. Es contestar con paciencia a los
cargantes e inoportunos. Es interrumpir o modificar
nuestros programas, cuando las circunstancias —los
intereses buenos y justos de los demás, sobre todo—
así lo requieran.
La penitencia consiste
en soportar con buen humor las mil pequeñas
contrariedades de la jornada; en no abandonar la
ocupación, aunque de momento se te haya pasado la
ilusión con que la comenzaste; en comer con
agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con
caprichos.
Penitencia, para
los padres y, en general, para los que tienen una
misión de gobierno o educativa, es corregir cuando
hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza del
error y con las condiciones del que necesita esa
ayuda, por encima de subjetivismos necios y
sentimentales.
El espíritu de penitencia lleva
a no apegarse desordenadamente a ese boceto
monumental de los proyectos futuros, en el que ya
hemos previsto cuáles serán nuestros trazos y
pinceladas maestras. ¡Qué alegría damos a Dios
cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y
brochazos de maestrillo, y permitimos que sea El
quien añada los rasgos y colores que más le
plazcan! Amigos de Dios, 138
V Estación: Simón
ayuda a llevar la cruz de Jesús . Jesús está
extenuado. Su paso se hace más y más torpe, y la
soldadesca tiene prisa por acabar; de modo que,
cuando salen de la ciudad por la puerta Judiciaria,
requieren a un hombre que venía de una granja,
llamado Simón de Cirene, padre de Alejandro y de
Rufo, y le fuerzan a que lleve la cruz de Jesús (cfr.
Mc XV,21).
En el conjunto de la Pasión, es bien poca cosa lo
que supone esta ayuda. Pero a Jesús le basta una
sonrisa, una palabra, un gesto, un poco de amor para
derramar copiosamente su gracia sobre el alma del
amigo. Años más tarde, los hijos de Simón, ya
cristianos, serán conocidos y estimados entre sus
hermanos en la fe. Todo empezó por un encuentro
inopinado con la Cruz.
Me presenté a los que no preguntaban por mí, me
hallaron los que no me buscaban (Is LXV,1).
A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que
pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz
inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón
mostrara repugnancia... no le des consuelos. Y,
lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile
despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón
en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz! Via
Crucis, 5
Si salen las cosas bien, alegrémonos, bendiciendo a
Dios que pone el incremento. —¿Salen mal? —Alegrémonos,
bendiciendo a Dios que nos hace participar de su
dulce Cruz. Camino, 658
Cruz, trabajos, tribulaciones: los tendrás mientras
vivas. —Por ese camino fue Cristo, y no es el discípulo
más que el Maestro. Camino, 699
¡Sacrificio, sacrificio!
—Es verdad que seguir a Jesucristo —lo ha dicho
El— es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las
almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de
renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es
gustoso —aunque cueste— y la cruz es la Santa
Cruz.
—El alma que sabe amar y entregarse así, se colma
de alegría y de paz. Entonces, ¿por qué insistir
en "sacrificio", como buscando consuelo,
si la Cruz de Cristo —que es tu vida— te hace
feliz? Surco, 249
La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae
necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la
Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es
suave y que su carga no es pesada.Camino, 758
¿La Cruz sobre tu pecho?... —Bien. Pero... la
Cruz sobre tus hombros, la Cruz en tu carne, la Cruz
en tu inteligencia. —Así vivirás por Cristo, con
Cristo y en Cristo: solamente así serás apóstol.Camino,
929
No lo debemos olvidar: en todas las actividades
humanas, tiene que haber hombres y mujeres con la
Cruz de Cristo en sus vidas y en sus obras, alzada,
visible, reparadora; símbolo de la paz, de la alegría;
símbolo de la Redención, de la unidad del género
humano, del amor que Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Espíritu Santo, la Trinidad Beatísima ha tenido y
sigue teniendo a la humanidad. Surco, 985
Cuando se camina por donde camina Cristo; cuando ya
no hay resignación, sino que el alma se conforma
con la Cruz —se hace a la forma de la Cruz—;
cuando se ama la Voluntad de Dios; cuando se quiere
la Cruz..., entonces, sólo entonces, la lleva El. Forja,
770
Señales inequívocas de la verdadera Cruz de Cristo:
la serenidad, un hondo sentimiento de paz, un amor
dispuesto a cualquier sacrificio, una eficacia
grande que dimana del mismo Costado de Jesús, y
siempre —de modo evidente— la alegría: una
alegría que procede de saber que, quien se entrega
de veras, está junto a la Cruz y, por consiguiente,
junto a Nuestro Señor. Forja, 772
Fuente:
Oficina de información del Opus Dei en Internet
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