1.
"Que soy era Immaculada Councepciou".
Las palabras que María le dirigió a
Bernardita el 25 de marzo de 1858
resuenan con una intensidad particular
durante este año, en el cual la Iglesia
celebra el 150º aniversario de la
solemne definición del dogma,
proclamado por el Beato Pío IX con la
Constitución apostólica Ineffabilis
Deus.
He
deseado vivamente realizar esta
peregrinación a Lourdes, para recordar
un acontecimiento que continúa dando
gloria a la Trinidad una e indivisa. La
Concepción Inmaculada de María es el
signo del amor gratuito del Padre, la
expresión perfecta de la redención
obrada por el Hijo, el inicio de una
vida totalmente disponible a la acción
del Espíritu.
2.
Bajo la mirada materna de la Virgen, os
saludo de corazón a todos vosotros,
queridos Hermanos y Hermanas, que habéis
venido a la Gruta de Massabielle para
cantar las alabanzas de Aquella a la que
todas las generaciones llaman
bienaventurada (cf. Lc 1,48).
Mi
pensamiento afectuoso se dirige ahora a
los peregrinos que han venido aquí
desde diversas partes de Europa y del
mundo, y a todos aquellos que están
unidos espiritualmente a nosotros a través
de la radio y la televisión. Con
especial afecto, os saludo a vosotros,
queridísimos enfermos, que habéis
venido a este lugar bendito a buscar
alivio y esperanza. ¡Que la Virgen
Santa os haga sentir su presencia y dé
consuelo a vuestros corazones!
3.
"En aquellos días, María se puso
en viaje hacia la montaña..."
(Lc 1,39). Las palabras de la narración
evangélica nos han hecho volver a ver
con los ojos del corazón a la joven
muchacha de Nazaret en camino hacia la
"ciudad de Judá" donde
habitaba su prima, para ofrecerle sus
servicios.
Lo
que nos impresiona en María es, ante
todo, su atención llena de ternura
hacia su pariente anciana. El suyo es
un amor concreto, que no se limita a
palabras de comprensión, sino que se
hace cargo en primera persona de la
fatiga de la asistencia. A su
prima, la Virgen no le da simplemente
algo de sí; se da ella misma, sin pedir
nada a cambio. Ha comprendido
perfectamente que el don recibido de
Dios más que un privilegio es una tarea,
que la compromete hacia los demás con
la gratuidad propia del amor.
4.
"Engrandece mi alma al Señor..."
(Lc 1,46). Los sentimientos que María
vive en el encuentro con Isabel irrumpen
con fuerza en el canto del Magnificat.
En sus labios se expresa la espera plena
de esperanza de los "pobres del Señor"
y, al mismo tiempo, la conciencia del
cumplimiento de las promesas, porque
Dios "se acordó de su misericordia"
(cf. Lc 1,54).
Precisamente
de esta conciencia brota la alegría de
la Virgen María que invade todo el cántico:
-alegría
de saber que Dios "ha puesto los
ojos" en ella no obstante su "humildad"
(cf. Lc 1,48);
-alegría
por el "servicio" que le es
posible ofrecer, gracias a las "maravillas"
a las que la ha llamado el Todopoderoso
(cf. Lc 1,49);
-alegría
por experimentar con antelación las
bienaventuranzas escatológicas,
reservadas a los "humildes" y
a los "hambrientos" (cf. Lc
1,52-53).
Al
Magnificat, sigue el silencio:
sobre los tres meses de permanencia
junto a su prima Isabel nada se ha dicho.
O tal vez se nos ha dicho lo más
importante: el bien no hace ruido, la
fuerza del amor se expresa en la
serenidad discreta del servicio
cotidiano.
5.
Con sus palabras y con su silencio,
la Virgen María está delante de
nosotros como modelo para nuestro camino.
Un camino que no es fácil: por la culpa
de los primeros padres, la humanidad
lleva en sí la herida del pecado, cuyas
consecuencias continúan haciéndose
sentir también en los redimidos. ¡Pero
el mal y la muerte no tendrán la última
palabra! María lo confirma con
toda su existencia, como testimonio vivo
de la victoria de Cristo, nuestra Pascua.
Los
fieles lo han comprendido. Por ello
corren en masa a esta gruta para
escuchar las advertencias maternas de la
Virgen, reconociendo en ella "la
mujer vestida de sol" (Ap 12,1), la
Reina que resplandece al lado del trono
de Dios (cf. Sal. resp.) e intercede a
su favor.
6.
Hoy la Iglesia celebra la gloriosa
Asunción al Cielo de María en cuerpo y
alma. Los dos dogmas de la Inmaculada
Concepción y de la Asunción están íntimamente
ligados entre ellos. Ambos
proclaman la gloria de Cristo Redentor y
la santidad de María, cuyo destino
humano está ya perfectamente y
definitivamente realizado en Dios.
"Cuando
haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo, para que
donde esté yo estéis también vosotros",
nos ha dicho Jesús (Jn 14,3). María
es la prenda del cumplimiento de la
promesa de Cristo. Su Asunción se
convierte así para nosotros en
"signo de esperanza segura y de
consuelo" (cf. Lumen
gentium, 68).
Queridos
Hermanos y Hermanas. Desde esta gruta de
Massabielle, la Virgen nos habla también
a nosotros, cristianos del tercer
milenio.
¡Escuchémosla!
Escuchad
ante todo vosotros, queridos jóvenes,
que buscáis una respuesta capaz de dar
sentido a vuestra vida. Aquí la podréis
encontrar. Es una respuesta exigente,
pero es la única que satisface
plenamente. En ella está el secreto de
la alegría verdadera y de la paz.
Desde
esta gruta parte un especial llamado
también a vosotras, mujeres.
Apareciéndose en la gruta, María confió
su mensaje a una joven, como para
subrayar la particular misión que le
corresponde a la mujer en este tiempo
nuestro, tentado por el materialismo y
la secularización: ser en la sociedad
de hoy testigos de aquellos valores
esenciales que se ven sólo con los ojos
del corazón. ¡A vosotras, mujeres,
os corresponde la tarea de ser
centinelas de lo Invisible!
A
todos vosotros, hermanos y hermanas,
lanzo un apremiante llamado para que hagáis
todo lo posible para que la vida, toda
la vida, sea respetada desde su concepción
hasta su fin natural. La vida es un don
sagrado, del cual nadie puede adueñarse.
En
fin, la Virgen de Lourdes tiene un
mensaje para todos.
Es este: ¡sed mujeres y hombres
libres! Pero recordad: la libertad
humana es una libertad herida por el
pecado. Ella misma necesita ser liberada.
Cristo es su liberador, Él que "nos
ha liberado para que seamos
verdaderamente libres" (Gal 5,1).
¡Defended vuestra libertad!
Queridos
hermanos, nosotros sabemos que para ello
podemos contar con Aquella que, al no
haber cedido nunca al pecado, es la única
criatura perfectamente libre. A Ella os
encomiendo. ¡Caminad con María por
el camino de la plena realización de
vuestra humanidad!