5 . JESÚS HALLADO EN EL TEMPLO
 
Lucas  2: 41-50

"El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la Encarnación (...) Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50). De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo..." (Rosarium Virginis Mariae, 20)
 

Cuando María y José encontraron al Niño Jesús en el templo, después de tres días de angustiada búsqueda, su Madre no pudo contener este amoroso lamento: "Hijo, por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote" (Lc 2, 48).

Es consolador para nosotros saber que también la Virgen preguntó "por qué" a Jesús, en una circunstancia de intenso sufrimiento. Reconocemos en sus palabras un tema que se ha hecho ya constante en los libros del Antiguo Testamento.

Por aquellas páginas veneradas sabemos que a menudo el Pueblo de Dios, o bien alguno de sus miembros, atravesaba por pruebas cruciales.

En semejantes aprietos, aflora una pregunta: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Sal 22, 2) "¿Por qué estás dormido, Señor?... ¿Por qué escondes tu rostro, olvidándote de nuestra miseria y opresión?" (Sal 44, 24a. 25).

Para responder a este "por qué" humanísimo, el orante de los Salmos se dirige al pasado de Israel, vuelve a meditar la historia de los Padres, especialmente el éxodo de Egipto, y saca de ello la siguiente lección: también ellos fueron probados como el oro en el fuego, y sin embargo el Señor los salvó de tantas maneras y a menudo por caminos inesperados; y como el Señor es fiel, también ahora, como entonces, dará la salvación, en el modo y en el tiempo que a Él plazca (cf. Sal 22, 5-6; Sir 2, 10; 51, 8; Jdt 8, 15-17. 26).

"También la Santísima Virgen ―nos enseña el Concilio Vaticano II― avanzó en la peregrinación de la fe y sirvió fielmente a su unión con el Hijo hasta la Cruz" (Lumen gentium, 58).

El episodio del hallazgo en el templo demuestra que la Virgen no siempre y no inmediatamente podía comprender el comportamiento del Hijo. En efecto, Lucas observa que ni Ella ni José comprendieron la respuesta de Jesús (cf. Lc 2, 50). A pesar de ello, María "conservaba todo esto en su corazón" (Lc 2, 51b.).

Vendrán después días en que Jesús anuncia su muerte y resurrección como un designio del que habían hablado las Escrituras (cf. Lc 9, 22. 43-44; 18. 31-33; 24, 6-7. 26-27). Ella, ciertamente, como verdadera "Hija de Sión", habrá mirado a la misión dolorosa del Hijo con los recursos que le venían de la fe (cf. Lc 11, 27-28). Si Dios, en las vicisitudes de su pueblo, había desatado tantas veces las cadenas de los justos que se hallaban en tribulación, también ahora puede cumplir la promesa que Cristo debe resucitar de entre los muertos (cf. Heb 11, 19; Rom 4, 17).

3. La actitud de María inspira nuestra fe. Cuando soplan las tempestades y todo parece naufragar, nos sostenga el recuerdo de lo que el Señor ha hecho en el pasado. Volvamos a pensar, ante todo, en la Muerte y Resurrección de Jesús; y luego en las innumerables liberaciones que Cristo ha realizado en la historia de la Iglesia, en el mundo y en la vida de cada uno de nosotros los creyentes.

De esta anamnesis brotará más fecunda y alegre la certeza de que también en el momento presente, aunque sea amenazador, el Redentor navega con nosotros en la misma barca. A Él le obedecen el viento y el mar (cf. Mc 4, 41; Mt 8, 27; Lc 8, 25). (Ángelus. Domingo 31 de julio de 1983)


JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

 Audiencia General del miércoles 15 de enero de 1997

Queridos hermanos y hermanas:

 
1.Como última página de los relatos de la infancia, antes del comienzo de la predicación de Juan el Bautista, el evangelista Lucas pone el episodio de la peregrinación de Jesús adolescente al templo de Jerusalén. Se trata de una circunstancia singular, que arroja luz sobre los largos años de la vida oculta de Nazaret.

En esa ocasión Jesús revela, con su fuerte personalidad, la conciencia de su misión, confiriendo a este segundo «ingreso» en la «casa del Padre» el significado de una entrega completa a Dios, que ya había caracterizado su Presentación en el Templo.

Este pasaje da la impresión de que contradice la anotación de Lucas, que presenta a Jesús sumiso a José y a María (ver Lc 2,51). Pero, si se mira bien, Jesús parece aquí ponerse en una consciente y casi voluntaria antítesis con su condición normal de hijo, manifestando repentinamente una firme separación de María y José. Afirma que asume como norma de su comportamiento sólo su pertenencia al Padre, y no los vínculos familiares terrenos.
 
2.A través de este episodio, Jesús prepara a su Madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua.

Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret, María y José, después de una jornada de viaje, preocupados y angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente entre sus parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo en el templo, quedan asombrados porque lo ven «sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles» (Lc 2,46). Su conducta es muy diversa de la acostumbrada. Y seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a sus padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión.

Jesús asume el papel de Maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiración: «Todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2,47). Manifestando una sabiduría que asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálogo, que será una característica de su misión salvífica.

Su Madre le pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,48). Se podría descubrir aquí el eco de los «porqués» de tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos, así como los interrogantes que surgen en el corazón de todo hombre en los momentos de prueba.
 
3.La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa de significado: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debía ocuparme de las cosas de Mi Padre?» (Lc 2,49). Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándolos a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nuevas sobre su futuro.

En la respuesta a su Madre angustiada, el Hijo revela enseguida el motivo de su comportamiento. María había dicho: «Tu padre», designando a José; Jesús responde: «Mi Padre», refiriéndose al Padre Celestial.

Jesús, al aludir a su ascendencia divina, más que afirmar que el templo, casa de su Padre, es el «lugar» natural de su presencia, lo que quiere dejar claro es que Él debe ocuparse de todo lo que atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que sólo la Voluntad del Padre es para Él norma que vincula su obediencia.

El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total al proyecto de Dios mediante la expresión verbal «debía», que volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (ver Mc 8,31). Así pues, a sus padres se les pide que le permitan cumplir su misión donde lo lleve la voluntad del Padre Celestial.
 
4.El evangelista comenta: «Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio» (Lc 2,50). María y José no entienden el contenido de su respuesta, ni el modo, que parece un rechazo, como reacciona a su preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere revelar los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba que estaba atravesando.

Las palabras de Lucas nos permiten conocer cómo vivió María en lo más profundo de su alma este episodio realmente singular: «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su Corazón» (Lc 2,51). La Madre de Jesús vincula los acontecimientos al misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación, y ahonda en ellos en el silencio de la contemplación, ofreciendo su colaboración con el espíritu de un renovado «fiat».

Así comienza el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que llevará a María a superar progresivamente el papel natural que le correspondía por su maternidad, para ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino.

En el templo de Jerusalén, en este preludio de su misión salvífica, Jesús asocia a su Madre a Sí; ya no será solamente la Madre que lo engendró, sino la Mujer que, con su obediencia al plan del Padre, podrá colaborar en el misterio de la Redención. De este modo, María, conservando en su Corazón un evento tan rico de significado, llega a una nueva dimensión de su cooperación en la salvación.
 

Marisa y Eduardo


 

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa, Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org


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