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2 . LA
VISITACIÓN DE MARÍA A SU PRIMA
ISABEL
Lucas 1:
39-45
"...El primer ciclo, el de los
«misterios gozosos», se caracteriza
efectivamente por el gozo que produce el
acontecimiento de la Encarnación (...) El
regocijo se percibe en la escena del
encuentro con Isabel, dónde la voz misma
de María y la presencia de Cristo en su
Seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf.
Lc 1, 44). .." (Rosarium
Virginis Mariae, 20)
"Las
encomendamos a Ti, Virgen de la
Visitación, para que sepan acudir a
las necesidades humanas con el fin de
socorrerlas; pero, sobre todo, para que
lleven a Jesús. Enséñales a proclamar las
maravillas que el Señor hace en el mundo,
para que todos los pueblos ensalcen su
nombre. Sostenlas en sus obras en favor de
los pobres, de los hambrientos, de los que
no tienen esperanza, de los últimos y de
todos aquellos que buscan a tu Hijo con
sincero corazón" (Vita
Consecrata, 112).
"... María es la "Virgen orante". Así
aparece Ella en la visita a la madre del
Precursor, donde abre su espíritu en
expresiones de glorificación a Dios, de
humildad, de fe, de esperanza: tal es el
"Magnificat" (cf. Lc 1, 46-55), la
oración por excelencia de María, el
canto de los tiempos mesiánicos, en el
que confluyen la exultación del antiguo
y del nuevo Israel, porque —como parece
sugerir S. Ireneo— en el cántico de
María fluyó el regocijo de Abrahán que
presentía al Mesías (cf. Jn 8, 56) y
resonó, anticipada proféticamente, la
voz de la Iglesia: "Saltando de gozo,
María proclama proféticamente el nombre
de la Iglesia: "Mi alma engrandece al
Señor...". En efecto, el cántico de la
Virgen, al difundirse, se ha convertido
en oración de toda la Iglesia en todos
los tiempos..." (Pablo VI.
Marialis Cultus,
18)
"...El Evangelio de Lucas la muestra
atareada en un servicio de caridad a su
prima Isabel, con la cual permaneció
«unos tres meses» (1, 56) para atenderla
durante el embarazo. «Magnificat
anima mea Dominum», dice con ocasión
de esta visita —«Proclama mi alma la
grandeza del Señor»— (Lc 1, 46), y
con ello expresa todo el programa de su
vida: no ponerse a Sí misma en el
centro, sino dejar espacio a Dios, a
quien encuentra tanto en la oración como
en el servicio al prójimo; sólo entonces
el mundo se hace bueno. María es
grande precisamente porque quiere
enaltecer a Dios en lugar de a Sí misma.
Ella es humilde: no quiere ser sino la
sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48).
Sabe que contribuye a la salvación del
mundo, no con una obra suya, sino sólo
poniéndose plenamente a disposición de
la iniciativa de Dios. Es una
Mujer de esperanza: sólo porque
cree en las promesas de Dios y espera la
salvación de Israel, el ángel puede
presentarse a Ella y llamarla al
servicio total de estas promesas. Es una
Mujer de fe: «¡Dichosa Tú,
que has creído!», le dice Isabel (Lc 1,
45). El Magníficat —un retrato de su
alma, por decirlo así— está
completamente tejido por los hilos
tomados de la Sagrada Escritura, de la
Palabra de Dios. Así se pone de relieve
que la Palabra de Dios es verdaderamente
su propia casa, de la cual sale y entra
con toda naturalidad. Habla y piensa con
la Palabra de Dios; la Palabra de Dios
se convierte en palabra suya, y su
palabra nace de la Palabra de Dios. Así
se pone de manifiesto, además, que sus
pensamientos están en sintonía con el
pensamiento de Dios, que su querer es un
querer con Dios..." (Benedicto XVI .Deus
Caritas Est, 41)
EL
ESPÍRITU SANTO EN LA VISITACIÓN
Audiencia
General del miércoles 13 de junio de 1990
Queridos
hermanos y hermanas:
1.La verdad
acerca del Espíritu Santo aparece
claramente en los textos evangélicos
que describen algunos momentos de la
vida y de la misión de Cristo. Ya nos
hemos detenido a reflexionar sobre la concepción
virginal por obra del Espíritu Santo. Hay
otras páginas en el “Evangelio de la
infancia” en las que conviene fijar
nuestra atención, porque en ellas se
pone de relieve de modo especial la acción
del Espíritu Santo.
Una de estas es seguramente la página
en que el evangelista Lucas narra la
visita de María a Isabel. Leemos que
“en aquellos días, se levantó María
y se fue con prontitud a la región
montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc
1, 39). Por lo general se cree que se
trata de la localidad de Ain-Karim, a 6
kilómetros al oeste de Jerusalén. María
acude allí para estar al lado de su
pariente Isabel, mayor que Ella. Acude
después de la Anunciación, de la que
la Visitación resulta casi un
complemento. En efecto, el ángel había
dicho a María: “Mira, también
Isabel, tu pariente, ha concebido un
hijo en su vejez, y este es ya el sexto
mes de aquella que llamaban estéril
porque ninguna cosa es imposible para
Dios” (Lc 1, 36-37).
María se puso en camino “con
prontitud” para dirigirse a la
casa de Isabel, ciertamente por una
necesidad del corazón, para prestarle
un servicio afectuoso, como de hermana,
en aquellos meses de avanzado embarazo.
En su espíritu sensible y gentil
florece el sentimiento de la solidaridad
femenina, característico de esa
circunstancia. Pero sobre ese fondo
psicológico se inserta probablemente la
experiencia de una especial comunión
establecida entre Ella e Isabel con el
anuncio del ángel: el hijo que esperaba
Isabel será precursor de Jesús y el
que lo bautizará en el Jordán.
2.Gracias a esa comunión de espíritu
se explica por qué el evangelista Lucas
se apresura a poner de relieve la
acción del Espíritu Santo en el
encuentro de las dos futuras madres:
María “entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel. Y sucedió que, en
cuanto oyó Isabel el saludo de María,
saltó de gozo el niño en su seno, e
Isabel quedó llena de Espíritu
Santo” (Lc 1, 40-41). Esta acción del
Espíritu Santo, experimentada por
Isabel de modo particularmente profundo
en el momento del encuentro con María,
está en relación con el misterioso
destino del hijo que lleva en su seno.
Ya el padre del niño, Zacarías, al
recibir el anuncio del nacimiento de su
hijo durante su servicio sacerdotal en
el templo, escuchó que el ángel le decía:
“Estará lleno de Espíritu Santo ya
desde el seno de su madre” (Lc 1, 15).
En el momento de la Visitación, cuando
María cruza el umbral de la casa de
Isabel (y juntamente con Ella lo cruza
también Aquel que ya es el “fruto de
su seno”), Isabel experimenta de modo
sensible aquella presencia del Espíritu
Santo. Ella misma lo atestigua en el
saludo que dirige a la joven Madre que
llega a visitarla.
3.En efecto, según el Evangelio de
Lucas, Isabel “exclamando con gran voz,
dijo: ‘Bendita Tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu seno;
y ¿de dónde a mí que la Madre de mi
Señor venga a mí? Porque, apenas llegó
a mis oídos la voz de tu saludo, saltó
de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la
que ha creído que se cumplirán las
cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!’” (Lc 1, 42-45).
En pocas líneas el evangelista nos da a
conocer el estremecimiento de Isabel, el
salto de gozo del niño en su seno, la
intuición, al menos confusa, de la
identidad mesiánica del niño que María
lleva en su seno, y el reconocimiento de
la fe de María en la revelación que le
hizo el Señor. Lucas usa desde esta página
el título divino de “Señor” no sólo
para hablar de Dios que revela y promete
(“Las palabras del Señor”), sino
también del Hijo de María, Jesús, a
quien el Nuevo Testamento atribuye ese título
sobre todo una vez Resucitado (cf. Hch
2, 36; Flp 2, 11). Aquí Él debe aún
nacer. Pero Isabel, igual que María,
percibe su grandeza mesiánica.
4.Eso significa que Isabel, “llena
de Espíritu Santo”, es
introducida en las profundidades del
misterio de la venida del Mesías. El
Espíritu Santo obra en ella esta
particular iluminación, que encuentra
expresión en el saludo dirigido a María.
Isabel habla como si hubiese sido partícipe
y testigo de la Anunciación en Nazaret.
Define con sus palabras la esencia misma
del misterio que en aquel momento se
realizó en María. Al decir “¿de dónde
a mí que la Madre de mi Señor venga a
mí?”, llama “mi Señor” al niño
que María (desde hacía poco) lleva en
su seno. Y además proclama a María
misma “Bendita entre las mujeres”,
y
añade: “Feliz la que ha creído”,
como queriendo aludir a la actitud y al
comportamiento de la esclava del Señor,
que responde al ángel con su
“fiat”: “Hágase en mí según
tu palabra” (Lc 1, 38).
5.El texto de Lucas manifiesta su
convicción de que tanto en María como
en Isabel actúa el Espíritu Santo, que
las ilumina e inspira. Así como el Espíritu
hizo percibir a María el misterio de la
maternidad mesiánica realizada en la
virginidad, de la misma manera da a
Isabel la capacidad de descubrir a Aquel
que María lleva en su seno y lo que María
está llamada a ser en la economía de
la salvación: la “Madre del Señor”.
Y le da el transporte interior que la
impulsa a proclamar ese descubrimiento
“con gran voz” (Lc 1, 42), con aquel
entusiasmo y aquella alegría que son
también fruto del Espíritu Santo. La
madre del futuro predicador y bautizador
del Jordán atribuye ese gozo al niño
que desde hace seis meses lleva en su
seno: “saltó de gozo el niño en mi
seno”. Pero tanto el hijo como la
madre se encuentran unidos en una
especie de simbiosis espiritual, por la
que el júbilo del niño casi contagia a
la que lo concibió, e Isabel lanza
aquel grito con el que expresa el gozo
que la une a su hijo en lo más íntimo,
como atestigua Lucas.
6. Siempre según la narración de
Lucas, del alma de María brota un canto
de júbilo, el Magnificat, en
el que también ella expresa su alegría:
“Mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador” (Lc 1, 47). Educada como
estaba en el culto de la palabra de Dios,
conocida mediante la lectura y la
meditación de la Sagrada Escritura, María
en aquel momento sintió que subían de
lo más hondo de su alma los versos del
cántico de Ana, madre de Samuel (cf. 1
S 2, 1-10) y de otros pasajes del
Antiguo Testamento, para dar expresión
a los sentimientos de la “Hija de Sión”,
que en Ella encontraba la más alta
realización. Y eso lo comprendió muy
bien el evangelista Lucas gracias a las
confidencias que directa o
indirectamente recibió de María
Santísima. Entre
estas confidencias debió de estar la de
la alegría que unió a las dos madres
en aquel encuentro, como fruto del amor
que vibraba en sus corazones. Se trataba
del Espíritu-Amor Trinitario, que se
revelaba en los umbrales de la
“plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4),
inaugurada en el misterio de la
Encarnación del Verbo. Ya en aquel
feliz momento se realizaba lo que Pablo
diría después: “El fruto del Espíritu
es amor, alegría, paz” (Ga 5, 22).
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LA
VISITACIÓN
"Por
aquellos días, levantándose María, se
dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de
Judá, y entró en la casa de Zacarías y saludó
a Isabel."
Es
normal que todos los que quieren ser creídos
corroboren las razones que les den crédito. También el ángel que anunciaba los
misterios, para inducir a creer por un hecho, ha
anunciado a María, una virgen, la maternidad de
una esposa anciana y estéril, mostrando de este
modo que Dios puede hacer todo cuanto le agrada.
Desde que oyó esto María, no como incrédula del
oráculo, ni como insegura del anuncio, ni como
dudosa del hecho, sino alegre en su deseo, para
cumplir un piadoso deber, presurosa por el gozo,
se dirigió hacia la montaña. Llena de Dios,
¿ podía Ella no elevarse presurosa hacia las
alturas ? Los cálculos lentos son extraños a la
gracia del Espíritu Santo.
Bendita
Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el
fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí que la
Madre de mi Señor venga a visitarme?
El
Espíritu Santo conocía su palabra y no la olvida
jamás, y la profecía se realiza no sólo en los
hechos milagrosos, sino en todo el rigor y
propiedad de los términos. ¿Cuál es este
fruto del vientre, sino Aquel del que se ha dicho
: He aquí que el Señor da por herencia los
hijos, recompensa del fruto del seno? (Ps
126, 3). Es decir, la herencia del Señor son los
hijos, precio de este fruto que nació del seno de
María. El es el fruto del vientre, la flor de la
raíz, de la cual profetizó Isaías al decir: Saldrá
una vara de la raíz de Jesé, y la flor brotará
de la raíz; la raíz es la raza judía; el
tallo, María; la flor de María, Cristo, que,
como el fruto del buen árbol, según nuestros
progresos en la virtud, ahora florece, ahora
fructifica en nosotros, ahora renace por la
resurrección del cuerpo.
¿Y de
dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?
No
habla como una ignorante -sabía ella que existía
la gracia y la operación del Espíritu Santo,
para que la madre del profeta fuese saludada por
la madre del Señor para provecho de su hijo-,
sino que ella reconocía que es esto el resultado,
no de un mérito humano, sino de la gracia divina.
Dice así : ¿De dónde a mí?, es decir,
¿qué felicidad me llega que la Madre de mi
Señor viene a mí? Yo reconozco que no tengo nada
que esto exija. ¿De dónde a mí ?¿Por
qué justicia, por qué acciones, por qué
méritos? No son diligencias acostumbradas entre
mujeres que la Madre de mi Señor venga
a mí. Yo presiento el milagro, reconozco el
misterio: la Madre del Señor está fecundada del
Verbo, llena de Dios.
Porque
he aquí que, como sonó la voz de tu salutación
en mis oídos, dio saltos de alborozo el niño en
mi seno. Y dichosa Tú que has creído.
Observas que María no dudó, sino que creyó, y
por eso ha conseguido el fruto de la fe. Bienaventurada
Tú, dice, que has creído. ¡Mas
también sois bienaventurados vosotros que habéis
oído y creído!, pues toda alma que cree, concibe
y engendra la palabra de Dios y reconoce sus obras.
Que en todos resida el alma de María para
glorificar al Señor; que en todos resida el
espíritu de María para exultar en Dios. Si
corporalmente no hay más que una Madre de Cristo, por
la fe Cristo es fruto de todos.
San
Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San
Lucas, II, 19. 24-26.
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Marisa
y Eduardo
ORACIÓN PARA
IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA
JUAN PABLO II
Oh
Trinidad Santa,
Te
damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él
has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la
Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El,
confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la
maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen
viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto
grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para
alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad,
el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto
incluido en el número de tus santos.
Padrenuestro.
Avemaría. Gloria.
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Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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