|
1 . LA
ANUNCIACIÓN. LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE
DIOS EN EL SENO VIRGINAL DE MARÍA.
Lucas 1: 26-33, 38
"...El primer ciclo, el de los «misterios
gozosos», se caracteriza efectivamente por
el gozo que produce el acontecimiento de
la Encarnación. Esto es evidente desde la
Anunciación, cuando el saludo de Gabriel a
la Virgen de Nazaret se une a la
invitación a la alegría mesiánica:
«Alégrate, María». A este anuncio
apunta toda la historia de la salvación,
es más, en cierto modo, la historia misma
del mundo. En efecto, si el designio del
Padre es de recapitular en Cristo todas
las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino
con el que el Padre se acerca a María para
hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el
universo. A su vez, toda la humanidad está
como implicada en el fiat con el que Ella
responde prontamente a la Voluntad de
Dios..." (Rosarium
Virginis Mariae, 20)
"...María es la
"Virgen oyente", que acoge con fe la
palabra de Dios: fe, que para Ella fue
premisa y camino hacia la Maternidad
divina, porque, como intuyó S. Agustín:
"la Bienaventurada Virgen María concibió
creyendo al (Jesús) que dio a luz
creyendo"; en efecto, cuando recibió del
Ángel la respuesta a su duda (cf. Lc
1,34-37) "Ella, llena de fe, y
concibiendo a Cristo en su mente antes
que en su seno", dijo: "He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra" (Lc 1,38) (46); fe, que fue
para Ella causa de bienaventuranza y
seguridad en el cumplimiento de la
palabra del Señor" (Lc 1, 45): fe, con
la que Ella, protagonista y testigo
singular de la Encarnación, volvía sobre
los acontecimientos de la infancia de
Cristo, confrontándolos entre sí en lo
hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19. 51).
Esto mismo hace la Iglesia, la cual,
sobre todo en la sagrada Liturgia,
escucha con fe, acoge, proclama, venera
la palabra de Dios, la distribuye a los
fieles como pan de vida y escudriña a su
luz los signos de los tiempos,
interpreta y vive los acontecimientos de
la historia..." (Pablo
VI.
Marialis Cultus,
17)
EL
ESPÍRITU SANTO Y MARÍA SANTÍSIMA
EN
LA CONCEPCIÓN VIRGINAL DE JESÚS
Audiencia
General del miércoles 4 de abril de 1990
Queridos
hermanos y hermanas:
1.
Todo el "evento" de
Jesucristo se explica mediante la
acción del Espíritu Santo, como se
dijo en la catequesis anterior. Por
esto, una lectura correcta y
profunda del "evento" de
Jesucristo -y de cada una de sus
etapas- es para nosotros el camino
privilegiado para alcanzar el pleno
conocimiento del Espíritu Santo. La
verdad sobre la tercera Persona de
la Santísima Trinidad la leemos
sobre todo en la vida del Mesías:
de Aquel que fue "Consagrado
con el Espíritu" (cf. Hch 10,
38). Es una verdad especialmente
clara en algunos momentos de la vida
de Cristo. El primero de
estos momentos es la misma Encarnación,
es decir, la venida al mundo del
Verbo de Dios, que en la Concepción
asumió la naturaleza humana y nació
de María por obra del Espíritu
Santo: "Conceptus de Spiritu
Sancto, natus ex Maria Virgine",
como decimos en el Símbolo de la fe.
2. Es el misterio encerrado en el
hecho del que nos habla el Evangelio
en las dos redacciones de Mateo y de
Lucas, a las que acudimos como
fuentes substancialmente idénticas,
pero a la vez complementarias. Si se
atiende al orden cronológico de los
acontecimientos narrados se tendría
que comenzar por Lucas; pero para la
finalidad de nuestra catequesis es
oportuno tomar como punto de partida
el texto de Mateo, en el cual se da
la explicación formal de la
concepción y del nacimiento de Jesús
(quizá en relación con las
primeras habladurías que circulaban
en los ambientes judíos hostiles).
El Evangelista escribe: "La
generación de Jesucristo fue de
esta manera: Su Madre, María,
estaba desposada con José y, antes
de empezar a estar juntos ellos, se
encontró encinta por obra del Espíritu
Santo" (Mt 1, 18). El
Evangelista añade que a José le
informó de este hecho un mensajero
divino: "El Ángel del Señor
se le apareció en sueños y le dijo:
'José, hijo de David, no temas
tomar contigo a María tu mujer
porque lo engendrado en Ella es del
Espíritu Santo'" (Mt 1, 20).
La
intención de Mateo es, por tanto,
afirmar de modo inequívoco el
origen divino de ese hecho, que él
atribuye a la intervención del Espíritu
Santo.
Esta es la explicación que hizo
texto para las comunidades
cristianas de los primeros siglos,
de las cuales provienen tanto los
Evangelios como los símbolos de la
fe, las definiciones conciliares y
las tradiciones de los Padres.
A su vez, el texto de Lucas nos
ofrece una precisión sobre el
momento y el modo en el que la
maternidad virginal de María tuvo
origen por obra del Espíritu Santo (cf.
Lc 1, 26-38). He aquí las palabras
del mensajero, que narra Lucas:
"El Espíritu Santo vendrá
sobre Ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su Sombra; por eso el
que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios" (Lc
1, 35).
3.
Entretanto notamos que la sencillez,
viveza y concisión con las que
Mateo y Lucas refieren las
circunstancias concretas de la
Encarnación del Verbo, de la que el
prólogo del IV Evangelio ofrecerá
después una profundización teológica,
nos hacen descubrir qué lejos
está nuestra fe del ámbito mitológico
al que queda reducido el concepto de
un Dios que se ha hecho hombre, en
ciertas interpretaciones religiosas,
incluso contemporáneas. Los
textos evangélicos, en su esencia,
rebosan de verdad histórica por
su dependencia directa o indirecta
de testimonios oculares y sobre
todo de María, como de fuente
principal de la narración. Pero,
al mismo tiempo, dejan trasparentar
la convicción de los Evangelistas y
de las primeras comunidades
cristianas sobre la presencia de un
misterio, o sea, de una verdad
revelada en aquel acontecimiento
ocurrido "por obra del Espíritu
Santo". El misterio de una
intervención divina en la Encarnación,
como evento real, literalmente
verdadero, si bien no verificable
por la experiencia humana, más que
en el "signo" (cf. Lc 2,
12) de la humanidad, de la
"carne", como dice Juan
(1, 14), un signo ofrecido a los
hombres humildes y disponibles a la
atracción de Dios. Los Evangelistas,
la lectura apostólica y post-apostólica
y la tradición cristiana nos
presentan la Encarnación como
evento histórico y no como mito o
como narración simbólica. Un
evento real, que en la "plenitud
de los tiempos" (cf. Ga 4, 4)
actuó lo que en algunos mitos de la
antigüedad podía presentirse como
un sueño o como el eco de una
nostalgia, o quizá incluso de un
presagio sobre una comunión
perfecta entre el hombre y Dios. Digamos
sin dudar: la Encarnación del Verbo
y la intervención del Espíritu
Santo, que los autores de los
Evangelios nos presentan como un
hecho histórico a ellos contemporáneo,
son consiguientemente misterio,
verdad revelada, objeto de fe.
4. Nótese la novedad y originalidad
del evento también en relación con
las escrituras del Antiguo
Testamento, las cuales hablaban sólo
de la venida del Espíritu (Santo)
sobre el futuro Mesías: "Saldrá
un vástago del tronco de Jesé, y
un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh" (Is 11, 1-2); o bien:
"El Espíritu del Señor Yahveh
está sobre Mí, por cuanto que me
ha ungido Yahveh" (Is 61, 1).
El Evangelio de Lucas habla, en
cambio, de la venida del Espíritu
Santo sobre María, cuando se
convierte en la Madre del Mesías.
De esta novedad forma parte también
el hecho de que la venida del Espíritu
Santo esta vez atañe a una mujer,
cuya especial participación en la
obra mesiánica de la salvación se
pone de relieve. Resalta así al
mismo tiempo el papel de la Mujer en
la Encarnación y el vínculo entre
la Mujer y el Espíritu Santo en la
venida de Cristo. Es una luz
encendida también sobre el misterio
de la Mujer, que se deberá
investigar e ilustrar cada vez más
en la historia por lo que se refiere
a María, pero también en sus
reflejos en la condición y misión
de todas las mujeres.
5. Otra novedad de la narración
evangélica se capta en la
confrontación con las narraciones
de los nacimientos milagrosos que
nos transmite el Antiguo Testamento
(cf. por ejemplo, 1 S 1, 4-20; Jc
13, 2-24). Esos nacimientos se
producían por el camino habitual de
la procreación humana, aunque de
modo insólito, y en su anuncio no
se hablaba del Espíritu Santo.
En cambio, en la Anunciación de María
en Nazaret, por primera vez se dice
que la Concepción y el Nacimiento
del Hijo de Dios como Hijo suyo se
realizará por obra del Espíritu
Santo. Se trata de Concepción y
Nacimiento virginales, como indica
ya el texto de Lucas con la pregunta
de María al ángel: "¿Cómo
será esto, puesto que no conozco
varón?" (Lc 1, 34). Con
estas palabras María afirma su
virginidad, y no sólo como hecho,
sino también, implícitamente, como
propósito.
Se comprende mejor esa intención
de un don total de Sí a Dios en la
virginidad, si se ve en ella un
fruto de la acción del Espíritu
Santo en María. Esto se puede
percibir por el saludo mismo que el
ángel le dirige: "Alégrate,
llena de gracia, el Señor está
Contigo" (Lc 1, 28). El
Evangelista también dirá del
anciano Simeón que "este
hombre era justo y piadoso, y
esperaba la consolación de Israel;
y estaba en él el Espíritu
Santo" (Lc 2, 25). Pero las
palabras dirigidas a María dicen
mucho más: afirman que Ella estaba
"transformada por la gracia",
"establecida en la gracia".
Esta singular abundancia de gracia
no puede ser más que el fruto de
una primera acción del Espíritu
Santo como preparación al misterio
de la Encarnación. El Espíritu
Santo hace que María esté
perfectamente preparada para ser la
Madre del Hijo de Dios y que, en
consideración de esta divina
maternidad, Ella sea y permanezca
virgen. Es otro elemento del
misterio de la Encarnación que se
trasluce del hecho narrado por los
Evangelios.
6.
Por lo que se refiere a la decisión
de María en favor de la virginidad
nos damos cuenta mejor que se debe a
la acción del Espíritu Santo
si consideramos que en la tradición
de la Antigua Alianza, en la que
Ella vivió y se educó, la aspiración
de las "hijas de Israel",
incluso por lo que se refiere al
culto y a la Ley de Dios, se ponía
más bien en el sentido de la
maternidad, de forma que la
virginidad no era un ideal abrazado
e incluso ni siquiera apreciado.
Israel estaba totalmente invadido
del sentimiento de espera del Mesías,
de forma que la mujer estaba psicológicamente
orientada hacia la maternidad
incluso en función del adviento
mesiánico, la tendencia personal y
étnica subía así al nivel de la
profecía que penetraba la historia
de Israel, pueblo en el que la
espera mesiánica y la función
generadora de la mujer estaban
estrechamente vinculadas. Así, pues,
el matrimonio tenía una perspectiva
religiosa para las "hijas de
Israel".
Pero
los caminos del Señor eran diversos.
El Espíritu Santo condujo a María
precisamente por el camino de la
virginidad, por el cual Ella está
en el origen del nuevo ideal de
consagración total -alma y cuerpo,
sentimiento y voluntad, mente y
corazón- en el pueblo de Dios en la
Nueva Alianza, según la invitación
de Jesús, "por el Reino de los
Cielos" (Mt 19, 12). De este
nuevo ideal evangélico hablé en la
Encíclica Mulieris dignitatem (n.
20).
7. María, Madre del Hijo de Dios
hecho hombre, Jesucristo, permanece
como Virgen el insustituible punto
de referencia para la acción salvífica
de Dios. Tampoco nuestros tiempos,
que parecen ir en otra dirección,
pueden ofuscar la luz de la
virginidad (el celibato por el Reino
de Dios) que el Espíritu Santo ha
inscrito de modo tan claro en el
misterio de la Encarnación del
Verbo. Aquel que, "concebido
del Espíritu Santo, nació de María
Virgen", debe su nacimiento y
existencia humana a aquella
maternidad virginal que hizo de María
el emblema viviente de la dignidad
de la mujer, la síntesis de las dos
grandezas, humanamente
inconciliables -precisamente la
maternidad y la virginidad- y como
la certificación de la verdad de la
Encarnación. María es verdadera
Madre de Jesús, pero sólo Dios es
su Padre, por obra del Espíritu
Santo.
|
LA
ANUNCIACIÓN
Oh María, eres como un libro en el que se halla descrito
nuestro modo de obrar. En Ti se halla descrita la sabiduría
del Padre Eterno y en Ti se manifiesta hoy la dignidad, la
fortaleza y la libertad del hombre.
Oh Trinidad
Eterna, veo que en tu luz
tuviste en cuenta la dignidad y nobleza de la familia humana.
Efectivamente, igual que Tu Amor te obligó a producir desde
Ti mismo al hombre, así este mismo Amor te obligó a
redimirlo cuando ya estaba vendido y perdido. Bien
demostraste amar ya al hombre, incluso antes de que
existiese, cuando quisiste sacarlo de Ti mismo movido sólo
por Amor. Pero aún demostraste un Amor hacia él todavía
mayor cuando te diste a Ti mismo a él y hoy te encierras en
el envoltorio humilde de su humanidad. ¿Y qué más podías
darle que darte a Ti mismo? Verdaderamente puedes decirle:
¿Qué más cabía hacer por ti? — incluso: ¿qué
más «podía » hacer que yo no lo haya hecho? (Is
5, 4).
Oh Trinidad
Eterna,
compruebo que todo lo que en tu grande determinación vio tu
Sabiduría eterna que debía hacerse en orden a la salvación
del género humano, esto fue lo que tu clemencia inefable
quiso hacer y lo que tu poder hoy realizó.
Oh Trinidad
Eterna, ¿Qué has
hecho? ¿Qué determinaste en tu Sabiduría eterna e
incomprensible de modo que cumpliendo tu decisión a la vez
fuese obra de misericordia y de modo tan perfecto cumplieras
con tu Justicia? (Tt 3, 5) ¿Cuál es el remedio que
nos has dado? Este es el remedio oportuno: has dispuesto
darnos a tu Palabra unigénita para que tomando Ella la masa
de nuestra humanidad, que te había ofendido, sufriendo
después Ella misma, diera así satisfacción a tu Justicia
no por la fuerza de la humanidad sino de la Divinidad unida
a la misma humanidad. De este modo satisface a la Justicia
el mismo hombre que había pecado y tu designio se cumple
cuando por tu Misericordia das al hombre tu Unigénito para
que así el hombre pueda librarse de la culpa satisfaciendo
por la fuerza de su Divinidad.
Oh María,
veo que la Palabra se da en Ti, y, sin embargo, no se separa
de su Padre, como la palabra en la mente del hombre, que si
bien se pronuncia externamente y se comunica a otros, sin
embargo, no abandona o se separa del corazón. Por todo ello
se ve la dignidad del hombre, ya que por él has hecho
tantas y tan grandes cosas.
Oh María,
en Ti se manifesta hoy, la fortaleza y la
libertad del hombre. Después de la deliberación de tan
gran designio fue enviado a Ti el ángel y te anuncia el
mensaje de la divina decisión, pidiendo tu consentimiento;
y el Hijo de Dios no baja a tu seno antes de que Tú dieras
el consentimiento de tu voluntad. Estaba esperando a las
puertas de tu voluntad para que abrieras al que quería
venir a Ti; nunca hubiera entrado mientras Tú no abrieras
la puerta al decir: Aquí está la esclava del Señor, hágase
en mi según tu palabra. (Lc 1, 38) Golpeaba a tu
puerta, oh María, la Eterna Deidad, pero si no hubieras
abierto las puertas de tu voluntad, Dios no hubiera tomado
carne humana.
Sonrójate,
alma mía: pues ves cómo hoy Dios contrajo e hizo parentela
con María. Aunque has sido creada sin tu participación, no
serás salvada sin tu participación.
Oh María,
dulce amor mío, en Ti está escrita la Palabra de la que
recibimos la doctrina de la vida; Té eres la tablilla en la
que está grabada esta Palabra y Tú nos ofreces su doctrina.
De las
Oraciones de Santa Catalina de Siena, virgen y
doctora (OR, XI, Anunciación 1379; ed. G. Cavallini, Roma
1978, pp. 123-129)
|
Marisa y Eduardo
ORACIÓN PARA
IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA
JUAN PABLO II
Oh
Trinidad Santa,
Te
damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él
has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la
Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El,
confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la
maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen
viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto
grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para
alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad,
el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto
incluido en el número de tus santos.
Padrenuestro.
Avemaría. Gloria.
|
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
|
|
|
|
| |