1 . LA ANUNCIACIÓN. LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS EN EL SENO VIRGINAL DE MARÍA.
 
Lucas 1: 26-33, 38
 

 
"...María es la "Virgen oyente", que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para Ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: "la Bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo"; en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda (cf. Lc 1,34-37) "Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno", dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38) (46); fe, que fue para Ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor" (Lc 1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia..."   (Pablo VI. Marialis Cultus, 17)

EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA SANTÍSIMA

 EN LA CONCEPCIÓN VIRGINAL DE JESÚS

 Audiencia General del miércoles 4 de abril de 1990

Queridos hermanos y hermanas:

 
1. Todo el "evento" de Jesucristo se explica mediante la acción del Espíritu Santo, como se dijo en la catequesis anterior. Por esto, una lectura correcta y profunda del "evento" de Jesucristo -y de cada una de sus etapas- es para nosotros el camino privilegiado para alcanzar el pleno conocimiento del Espíritu Santo. La verdad sobre la tercera Persona de la Santísima Trinidad la leemos sobre todo en la vida del Mesías: de Aquel que fue "Consagrado con el Espíritu" (cf. Hch 10, 38). Es una verdad especialmente clara en algunos momentos de la vida de Cristo. El primero de estos momentos es la misma Encarnación, es decir, la venida al mundo del Verbo de Dios, que en la Concepción asumió la naturaleza humana y nació de María por obra del Espíritu Santo: "Conceptus de Spiritu Sancto, natus ex Maria Virgine", como decimos en el Símbolo de la fe.   
  
2. Es el misterio encerrado en el hecho del que nos habla el Evangelio en las dos redacciones de Mateo y de Lucas, a las que acudimos como fuentes substancialmente idénticas, pero a la vez complementarias. Si se atiende al orden cronológico de los acontecimientos narrados se tendría que comenzar por Lucas; pero para la finalidad de nuestra catequesis es oportuno tomar como punto de partida el texto de Mateo, en el cual se da la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús (quizá en relación con las primeras habladurías que circulaban en los ambientes judíos hostiles). El Evangelista escribe: "La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su Madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El Evangelista añade que a José le informó de este hecho un mensajero divino: "El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: 'José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo'" (Mt 1, 20).  
 
La intención de Mateo es, por tanto, afirmar de modo inequívoco el origen divino de ese hecho, que él atribuye a la intervención del Espíritu Santo. Esta es la explicación que hizo texto para las comunidades cristianas de los primeros siglos, de las cuales provienen tanto los Evangelios como los símbolos de la fe, las definiciones conciliares y las tradiciones de los Padres.

A su vez, el texto de Lucas nos ofrece una precisión sobre el momento y el modo en el que la maternidad virginal de María tuvo origen por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 26-38). He aquí las palabras del mensajero, que narra Lucas: "El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su Sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
 
3. Entretanto notamos que la sencillez, viveza y concisión con las que Mateo y Lucas refieren las circunstancias concretas de la Encarnación del Verbo, de la que el prólogo del IV Evangelio ofrecerá después una profundización teológica, nos hacen descubrir qué lejos está nuestra fe del ámbito mitológico al que queda reducido el concepto de un Dios que se ha hecho hombre, en ciertas interpretaciones religiosas, incluso contemporáneas. Los textos evangélicos, en su esencia, rebosan de verdad histórica por su dependencia directa o indirecta de testimonios oculares y sobre todo de María, como de fuente principal de la narración. Pero, al mismo tiempo, dejan trasparentar la convicción de los Evangelistas y de las primeras comunidades cristianas sobre la presencia de un misterio, o sea, de una verdad revelada en aquel acontecimiento ocurrido "por obra del Espíritu Santo". El misterio de una intervención divina en la Encarnación, como evento real, literalmente verdadero, si bien no verificable por la experiencia humana, más que en el "signo" (cf. Lc 2, 12) de la humanidad, de la "carne", como dice Juan (1, 14), un signo ofrecido a los hombres humildes y disponibles a la atracción de Dios. Los Evangelistas, la lectura apostólica y post-apostólica y la tradición cristiana nos presentan la Encarnación como evento histórico y no como mito o como narración simbólica. Un evento real, que en la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga 4, 4) actuó lo que en algunos mitos de la antigüedad podía presentirse como un sueño o como el eco de una nostalgia, o quizá incluso de un presagio sobre una comunión perfecta entre el hombre y Dios. Digamos sin dudar: la Encarnación del Verbo y la intervención del Espíritu Santo, que los autores de los Evangelios nos presentan como un hecho histórico a ellos contemporáneo, son consiguientemente misterio, verdad revelada, objeto de fe.
         
4. Nótese la novedad y originalidad del evento también en relación con las escrituras del Antiguo Testamento, las cuales hablaban sólo de la venida del Espíritu (Santo) sobre el futuro Mesías: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh" (Is 11, 1-2); o bien: "El Espíritu del Señor Yahveh está sobre Mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh" (Is 61, 1). El Evangelio de Lucas habla, en cambio, de la venida del Espíritu Santo sobre María, cuando se convierte en la Madre del Mesías. De esta novedad forma parte también el hecho de que la venida del Espíritu Santo esta vez atañe a una mujer, cuya especial participación en la obra mesiánica de la salvación se pone de relieve. Resalta así al mismo tiempo el papel de la Mujer en la Encarnación y el vínculo entre la Mujer y el Espíritu Santo en la venida de Cristo. Es una luz encendida también sobre el misterio de la Mujer, que se deberá investigar e ilustrar cada vez más en la historia por lo que se refiere a María, pero también en sus reflejos en la condición y misión de todas las mujeres.

5. Otra novedad de la narración evangélica se capta en la confrontación con las narraciones de los nacimientos milagrosos que nos transmite el Antiguo Testamento (cf. por ejemplo, 1 S 1, 4-20; Jc 13, 2-24). Esos nacimientos se producían por el camino habitual de la procreación humana, aunque de modo insólito, y en su anuncio no se hablaba del Espíritu Santo. En cambio, en la Anunciación de María en Nazaret, por primera vez se dice que la Concepción y el Nacimiento del Hijo de Dios como Hijo suyo se realizará por obra del Espíritu Santo. Se trata de Concepción y Nacimiento virginales, como indica ya el texto de Lucas con la pregunta de María al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34). Con estas palabras María afirma su virginidad, y no sólo como hecho, sino también, implícitamente, como propósito.
       
Se comprende mejor esa intención de un don total de Sí a Dios en la virginidad, si se ve en ella un fruto de la acción del Espíritu Santo en María. Esto se puede percibir por el saludo mismo que el ángel le dirige: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está Contigo" (Lc 1, 28). El Evangelista también dirá del anciano Simeón que "este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo" (Lc 2, 25). Pero las palabras dirigidas a María dicen mucho más: afirman que Ella estaba "transformada por la gracia", "establecida en la gracia". Esta singular abundancia de gracia no puede ser más que el fruto de una primera acción del Espíritu Santo como preparación al misterio de la Encarnación. El Espíritu Santo hace que María esté perfectamente preparada para ser la Madre del Hijo de Dios y que, en consideración de esta divina maternidad, Ella sea y permanezca virgen. Es otro elemento del misterio de la Encarnación que se trasluce del hecho narrado por los Evangelios.
 
6. Por lo que se refiere a la decisión de María en favor de la virginidad nos damos cuenta mejor que se debe a la acción del Espíritu Santo si consideramos que en la tradición de la Antigua Alianza, en la que Ella vivió y se educó, la aspiración de las "hijas de Israel", incluso por lo que se refiere al culto y a la Ley de Dios, se ponía más bien en el sentido de la maternidad, de forma que la virginidad no era un ideal abrazado e incluso ni siquiera apreciado. Israel estaba totalmente invadido del sentimiento de espera del Mesías, de forma que la mujer estaba psicológicamente orientada hacia la maternidad incluso en función del adviento mesiánico, la tendencia personal y étnica subía así al nivel de la profecía que penetraba la historia de Israel, pueblo en el que la espera mesiánica y la función generadora de la mujer estaban estrechamente vinculadas. Así, pues, el matrimonio tenía una perspectiva religiosa para las "hijas de Israel". 
 
Pero los caminos del Señor eran diversos. El Espíritu Santo condujo a María precisamente por el camino de la virginidad, por el cual Ella está en el origen del nuevo ideal de consagración total -alma y cuerpo, sentimiento y voluntad, mente y corazón- en el pueblo de Dios en la Nueva Alianza, según la invitación de Jesús, "por el Reino de los Cielos" (Mt 19, 12). De este nuevo ideal evangélico hablé en la Encíclica Mulieris dignitatem (n. 20).  
         
7. María, Madre del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, permanece como Virgen el insustituible punto de referencia para la acción salvífica de Dios. Tampoco nuestros tiempos, que parecen ir en otra dirección, pueden ofuscar la luz de la virginidad (el celibato por el Reino de Dios) que el Espíritu Santo ha inscrito de modo tan claro en el misterio de la Encarnación del Verbo. Aquel que, "concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen", debe su nacimiento y existencia humana a aquella maternidad virginal que hizo de María el emblema viviente de la dignidad de la mujer, la síntesis de las dos grandezas, humanamente inconciliables -precisamente la maternidad y la virginidad- y como la certificación de la verdad de la Encarnación. María es verdadera Madre de Jesús, pero sólo Dios es su Padre, por obra del Espíritu Santo.
 
 

 

 

LA ANUNCIACIÓN

Oh María, eres como un libro en el que se halla descrito nuestro modo de obrar. En Ti se halla descrita la sabiduría del Padre Eterno y en Ti se manifiesta hoy la dignidad, la fortaleza y la libertad del hombre.

Oh Trinidad Eterna, veo que en tu luz tuviste en cuenta la dignidad y nobleza de la familia humana. Efectivamente, igual que Tu Amor te obligó a producir desde Ti mismo al hombre, así este mismo Amor te obligó a redimirlo cuando ya estaba vendido y perdido. Bien demostraste amar ya al hombre, incluso antes de que existiese, cuando quisiste sacarlo de Ti mismo movido sólo por Amor. Pero aún demostraste un Amor hacia él todavía mayor cuando te diste a Ti mismo a él y hoy te encierras en el envoltorio humilde de su humanidad. ¿Y qué más podías darle que darte a Ti mismo? Verdaderamente puedes decirle: ¿Qué más cabía hacer por ti? — incluso: ¿qué más «podía » hacer que yo no lo haya hecho? (Is 5, 4).

Oh Trinidad Eterna, compruebo que todo lo que en tu grande determinación vio tu Sabiduría eterna que debía hacerse en orden a la salvación del género humano, esto fue lo que tu clemencia inefable quiso hacer y lo que tu poder hoy realizó.

Oh Trinidad Eterna, ¿Qué has hecho? ¿Qué determinaste en tu Sabiduría eterna e incomprensible de modo que cumpliendo tu decisión a la vez fuese obra de misericordia y de modo tan perfecto cumplieras con tu Justicia? (Tt 3, 5) ¿Cuál es el remedio que nos has dado? Este es el remedio oportuno: has dispuesto darnos a tu Palabra unigénita para que tomando Ella la masa de nuestra humanidad, que te había ofendido, sufriendo después Ella misma, diera así satisfacción a tu Justicia no por la fuerza de la humanidad sino de la Divinidad unida a la misma humanidad. De este modo satisface a la Justicia el mismo hombre que había pecado y tu designio se cumple cuando por tu Misericordia das al hombre tu Unigénito para que así el hombre pueda librarse de la culpa satisfaciendo por la fuerza de su Divinidad.

Oh María, veo que la Palabra se da en Ti, y, sin embargo, no se separa de su Padre, como la palabra en la mente del hombre, que si bien se pronuncia externamente y se comunica a otros, sin embargo, no abandona o se separa del corazón. Por todo ello se ve la dignidad del hombre, ya que por él has hecho tantas y tan grandes cosas.

Oh María, en Ti se manifesta hoy, la fortaleza y la libertad del hombre. Después de la deliberación de tan gran designio fue enviado a Ti el ángel y te anuncia el mensaje de la divina decisión, pidiendo tu consentimiento; y el Hijo de Dios no baja a tu seno antes de que Tú dieras el consentimiento de tu voluntad. Estaba esperando a las puertas de tu voluntad para que abrieras al que quería venir a Ti; nunca hubiera entrado mientras Tú no abrieras la puerta al decir: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. (Lc 1, 38) Golpeaba a tu puerta, oh María, la Eterna Deidad, pero si no hubieras abierto las puertas de tu voluntad, Dios no hubiera tomado carne humana.

Sonrójate, alma mía: pues ves cómo hoy Dios contrajo e hizo parentela con María. Aunque has sido creada sin tu participación, no serás salvada sin tu participación.

Oh María, dulce amor mío, en Ti está escrita la Palabra de la que recibimos la doctrina de la vida; Té eres la tablilla en la que está grabada esta Palabra y Tú nos ofreces su doctrina.

De las Oraciones de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora (OR, XI, Anunciación 1379; ed. G. Cavallini, Roma 1978, pp. 123-129)

Marisa y Eduardo


 

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa, Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org


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